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mt-fd00237.jpgSigue echando las redes. En lugar de estar esperando. En lugar de vivir a medias. En lugar de ceder al desánimo. Porque tienes sueños, deseos, inquietudes. Porque crees en quien te invita a intentarlo.

Echa las redes para ver si con la pesca se pueden alimentar las ilusiones y los días. Toma iniciativas. Acomete proyectos. Comparte ideales. Abraza y déjate abrazar. ¡¡¡Echa las redes!!!

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 Cuando comprendemos que Dios nos ama, y que ama hasta al más abandonado de los humanos, nuestro corazón se abre a los demás, nos volvemos más atentos a la dignidad de la persona humana y nos preguntamos: ¿cómo preparar caminos de confianza sobre la tierra?
 Aunque estemos despojados de todo, ¿no somos llamados a transmitir, por nuestras vidas, un misterio de esperanza a nuestro alrededor? Nuestra confianza en Dios es reconocible cuando se expresa por el simple don de nuestras propias vidas: es ante todo cuando se vive que la fe se hace creíble y se comunica.
 La presencia de Dios es un soplo que llena todo el universo, es un impulso de amor, de luz y de paz sobre al tierra. Animados por este soplo, somos conducidos a vivir una comunión con los demás, y somos llevados a realizar la esperanza de una paz en la familia humana… ¡Y que ella irradie a nuestro alrededor!
 Por su Espíritu Santo, Dios penetra en nuestras profundidades, Él conoce nuestro deseo de responder a su llamada de amor. Así podemos preguntarle: “¿Cómo descubrir eso que Tú esperas de mí? Mi corazón se inquieta: ¿cómo responder a tu llamada?”
 En el silencio interior, esta respuesta puede surgir: “Atrévete a dar tu vida por los demás, allí encontrarás un sentido a tu existencia.”
Hno Roger

Fragmentos de las «Cartas de Taizé» escritas por el Hermano Roger:hno-roger.jpg

   Como el almendro florece con las primeras luces de la primavera, un soplo de confianza hace que florezcan de nuevo los desiertos del corazón.  Alentado por ese soplo, ¿quién no deseará aliviar el dolor y las pruebas humanas? Incluso cuando nuestros pasos tropiezan en un sendero pedregoso, ¿quién no desearía realizar en su vida las palabras del Evangelio: “lo que hacéis al más pequeño, al más necesitado, es a mí mismo, Cristo, a quién se lo hacéis?”
   Un siglo después de Cristo, un creyente escribía: “Revístete de alegría… Purifica tu corazón de la dañina tristeza y vivirás para Dios.” El que vive para Dios elige amar. Asumir tal elección supone una vigilancia constante. Una bondad sin límites puede irradiar en el corazón decidido a amar, y quisiera aliviar los sufrimientos que atormentan a quienes están cerca y lejos. El que vive para Dios discierne una realidad inaudita: todos nosotros somos seres habitados por una presencia, la presencia con la que Cristo viene a inundar nuestra vida. Antes de su resurrección, él nos lo aseguró: “Os enviaré el Espíritu Santo, él permanecerá siempre en vosotros” … No son unos instantes fugitivos, sino para siempre.
   Lo que Cristo Jesús fue para los suyos en la tierra, hoy continúa siéndolo igualmente para nosotros. Cristo llega a ser nuestra vida. Y podemos abrirle nuestro corazón tal como es. Entonces se desvela uno de los secretos del Evangelio: el presente y el futuro de nuestra existencia se juegan por entero en la confianza puesta en Cristo y en el Espíritu Santo.

   Si ocurre que una bruma interior nos hace ir a la deriva lejos de la humilde confianza de le fe, Cristo no nos abandona por ello. Nadie está excluido de su amor… ni de su perdón, ni de su presencia.
    Y si en nosotros surgen desánimos e incluso dudas, él no nos ama menos. Está ahí. Alumbra nuestros pasos… Y resuena incansablemente su llamada:  “¡Ven y sígueme!”

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La Solemnidad de Cristo Rey, en cuanto a su institución, es bastante reciente. La estableció el Papa Pío XI en 1925 en respuesta a los regímenes políticos ateos y totalitarios que negaban los derechos de Dios y de la Iglesia. Pero si la institución de la fiesta es reciente, no así su contenido y su idea central, que es en cambio antiquísima y nace, se puede decir, con el cristianismo. La frase «Cristo reina» tiene su equivalente en la profesión de fe: «Jesús es el Señor», que ocupa un puesto central en la predicación de los apóstoles.

El pasaje evangélico es el de la muerte de Cristo, porque es en ese momento cuando Cristo empieza a reinar en el mundo. La cruz es el trono de este rey. «Había encima de él una inscripción: «Este es el Rey de los judíos»». Aquello que en las intenciones de los enemigos debía ser la justificación de su condena, era, a los ojos del Padre celestial, la proclamación de su soberanía universal.Para descubrir cómo nos toca de cerca esta fiesta, basta con recordar una distinción sencillísima. Existen dos universos, dos mundos o cosmos: el macrocosmos, que es el universo grande y exterior a nosotros, y el microcosmos, o pequeño universo, que es cada hombre.  La oración de la solemnidad ya no pide, como hacía en el pasado, que «se conceda a todas las familias de los pueblos someterse a la dulce autoridad de Cristo», sino que «toda criatura, libre de la esclavitud del pecado, le sirva y alabe sin fin».

En el momento de la muerte de Cristo pendía sobre su cabeza la inscripción «Jesús es el Rey de los judíos»; los presentes le desafiaban a mostrar abiertamente su realeza y muchos, también entre los amigos; se esperaban una demostración espectacular de su realeza. Pero Él eligió mostrar su realeza preocupándose de un solo hombre, y encima malhechor: «Jesús, acuérdate de mi cuando estés en tu reino. Le respondió: «En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso»».

En esta perspectiva, el interrogante importante que hay que hacerse en la solemnidad de Cristo Rey no es si reina o no en el mundo, sino si reina o no dentro de mí; si su realeza es reconocida y vivida por mí. ¿Cristo es Rey y Señor de mi vida? ¿Quién reina dentro de mi, quién fija los objetivos y establece las prioridades: Cristo o algún otro? Según san Pablo, existen dos modos posibles de vivir: o para uno mismo o para el Señor (Rm 14, 7-9). Vivir «para uno mismo» significa vivir como quien tiene en sí mismo el propio principio y el propio fin; indica una existencia cerrada en sí misma, orientada sólo a la propia satisfacción y a la propia gloria, sin perspectiva alguna de eternidad. Vivir «para el Señor», al contrario, significa vivir por Él, esto es, en vista de Él, por y para su gloria, por y para su reino.

Se trata verdaderamente de una nueva existencia, frente a al cual la muerte ha perdido su carácter irreparable. La contradicción máxima que el hombre experimenta desde siempre –aquella entre la vida y la muerte– ha sido superada. La contradicción más radical ya no es aquella entre «vivir» y «morir», sino entre vivir «para uno mismo» o vivir «para el Señor».

Rainiero Cantalamessa, predicador del Papa

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 «Tú eres el Dios de los oprimidos,
el protector de los humillados,
el defensor de los débiles,
el apoyo de los abandonados,
el salvador de los que no tienen esperanza.»De la Biblia. Libro de Judit. (Jt 9,11)

 

papa-benedicto-b.jpgEl hombre no se fía de Dios. Tentado por las palabras de la serpiente, abriga la sospecha de que Dios, en definitiva, le quita algo de su vida, que Dios es un competidor que limita nuestra libertad, y que sólo seremos plenamente seres humanos cuando lo dejemos de lado; es decir, que sólo de este modo podemos realizar plenamente nuestra libertad.

El hombre vive con la sospecha de que el amor de Dios crea una dependencia y que necesita desembarazarse de esta dependencia para ser plenamente él mismo. El hombre no quiere recibir de Dios su existencia y la plenitud de su vida. Él quiere tomar por sí mismo del árbol del conocimiento el poder de plasmar el mundo, de hacerse dios, elevándose a su nivel, y de vencer con sus fuerzas a la muerte y las tinieblas. No quiere contar con el amor que no le parece fiable; cuenta únicamente con el conocimiento, puesto que le confiere el poder. Más que el amor, busca el poder, con el que quiere dirigir de modo autónomo su vida. Al hacer esto, se fía de la mentira más que de la verdad, y así se hunde con su vida en el vacío, en la muerte.

Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás.

Benedicto XVI

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¡Señor Jesús!
Mi Fuerza y mi Fracaso
eres Tú.
Mi Herencia y mi Pobreza.
Tú, mi Justicia,
Jesús.
Mi Guerra y mi Paz.
¡Mi libre Libertad!
Mi Muerte y Vida,
Tú,
Palabra de mis gritos,
Silencio de mi espera,
Testigo de mis sueños.
¡Cruz de mi cruz!
Causa de mi Amargura,
Perdón de mi egoísmo,
Crimen de mi proceso,
Juez de mi pobre llanto,
Razón de mi esperanza,
¡Tú!
Mi Tierra Prometida
eres Tú…
La Pascua de mi Pascua.
¡Nuestra Gloria por siempre
Señor Jesús!

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Para mí, la oración es un impulso del corazón,

 una sencilla mirada lanzada hacia el cielo,

un grito de reconocimiento y de amor

tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría

Sta. Teresa de Lisseux

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Hoy se valora tanto la seguridad… personal y colectiva. Todo tiene que ser fiable, ofrecer garantías… Lo mismo da si es lo que compro o lo que uso, que si hablo de las opciones que voy tomando.

Tenemos una tendencia irrefrenable a querer tener todas las respuestas antes de avanzar. “¿Qué pasará?” “¿Y si ocurre esto o lo otro?” “No vaya a ser que algo falle, o que me quede a la intemperie, o que algo se escape de los cálculos y las previsiones…”. Y, sin embargo, creo que es una necedad el pretender tenerlo todo atado y bien atado siempre.

Hay momentos en que toca arriesgar, caminar sobre el alambre, adentrarse por caminos que no sabes a dónde conducen y salirse del guión.

“El señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

El señor es el baluarte de mi vida, ¿de quién me asustaré?” (Sal 27)

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Es ley de Dios que tú y yo nos amemos. Es fuerza que me ayudes y te ayude. Nadie es tan indigente que no tenga algo que dar; nadie tan rico que no sienta necesidad que otros puedan colmarle.

Yo no puedo andar sin el cayado de tu brazo y tú sin el del otro o sin el mío. Nadie lo tiene todo y nadie nada. Por eso hemos de dar lo que tenemos y lo que no, pedirlo humildemente.

José Luis Gago, OP
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En ocasiones me da la sensación de vivir en un mundo de opiniones, donde se habla mucho pero se vive poco. Y me da miedo caer en lo mismo. Tener siempre una palabra, una interpretación, una propuesta, pero no tener nunca tiempo para hacer las cosas. Poder analizar fríamente las situaciones, describir y clasificar a las personas, interpretar los acontecimientos, pero no sumergirme en ellos y dejar que me involucren, me toquen de verdad. Sí, en mi mundo sobran recetas y faltan cocineros. Sobran análisis y faltan manos. Sobran juicios y faltan abrazos. Por eso quiero gritar para romper esas dinámicas, quiero callar un poco –a pesar de que ahora sigo tirando de palabras- quiero cantar, servir y amar con sencillez. Y que sea lo que Dios quiera.

MENOS JUICIOS

A veces se me va la vida interpretando, etiquetando, opinando… Tengo que tener una palabra para todo, una palabra definitiva, diferente, especial. Me descubro calificando a las personas, con adjetivos más o menos adecuados (y no siempre benévolos). Puedo ser a la vez fiscal y juez, y a menudo sin necesitar pruebas. Describo las situaciones, diserto sobre nuestra sociedad y no tengo empacho en catalogar al personal –todos encajamos bien en alguna categoría. Y ojo, que como es importante tener cierta capacidad crítica (y si no estamos perdidos), pues es difícil salir de esta dinámica. Rápidamente inventario al personal por secciones: tibios, brillantes, frívolos, geniales, intensos, vagos, serenos o raros… y así hasta el infinito.

MÁS SERVICIO

Pero no todo pueden ser opiniones, etiquetas y juicios (o prejuicios). Porque hay que arrimar el hombro para levantar al afligido. Porque hay que abrazar al solitario que no tiene con quién pasar unas horas. Porque hay que amar al desvalido. Hay que cantar una milonga que caliente el corazón frío. Es tiempo de abrir las ventanas de las estancias oscuras. Hay que temblar al acariciar un rostro sediento de ternura. Y llorar con quien grita, desgarrado, compartir su pena y trocarla en esperanza. Partir tu pan con el hambriento, hasta quedar todos saciados. Que entonces la vida cambia, y los pies caminan más ligeros. Entonces todo es distinto. Y mejor.

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CREER PARA VER

Padre, en aquellos momentos en que cuestionan mi fe; dame serenidad y fuerza.

Señor, cuando yo mismo me pregunte quién soy y quién eres para mí; ayúdame a sentir Tu Amor.

Que crea, Padre, como el ciego, que confíe en Ti, que espere en Ti y que descubra quién eres en mi vida.

Que me aferre, Señor, al Padre que ama, que cuida y protege a sus hijos. Y me aleje de la imagen castigadora y distante del fariseo.

Porque al final siempre eres ternura, entrega y generosidad.

Que la oración sea mi agua de Siloé, que tu Palabra sea el encuentro en el camino,
que mi fe sea mi vista.

Que no se cierren mis ojos,
que vea al mirar, que me deje hacer por Ti como el ciego de Siloé.

Y que mi boca bendiga tu nombre por haber experimentado tu Amor recibido. Amén.

Víctor MB

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