«Sobre los que vivían en tierra de sombras,
una luz brilló sobre ellos» (Is 9, 1).
El Evangelio relata cómo la gloria de Dios se apareció a los pastores y «los envolvió en su luz» (Lc 2, 9). Donde se manifiesta la gloria de Dios, se difunde en el mundo la luz. «Dios es luz, en Él no hay tiniebla alguna», nos dice san Juan (1 Jn 1, 5). La luz es fuente de vida.
Pero luz significa sobre todo conocimiento, verdad, en contraste con la oscuridad de la mentira y de la ignorancia. Así, la luz nos hace vivir, nos indica el camino. Pero además, en cuanto da calor, significa también amor. Donde hay amor, surge una luz en el mundo; donde hay odio, el mundo queda en la oscuridad. Ciertamente, en el establo de Belén ha aparecido la gran luz que el mundo espera. En aquel Niño acostado en el pesebre, Dios muestra su gloria: la gloria del amor, que se da como don a sí mismo y que se priva de toda grandeza para conducirnos por el camino del amor. La luz de Belén nunca se ha apagado. Ha iluminado hombres y mujeres a lo largo de los siglos, «los ha envuelto en su luz». Donde ha aparecido la fe en aquel Niño, ha florecido también la caridad: la bondad hacia los demás, la atención solícita a los débiles y los que sufren, la gracia del perdón. A partir de Belén, una estela de luz, de amor y de verdad impregna los siglos.
El verdadero misterio de la Navidad es el resplandor interior que viene de este Niño. Dejemos que este resplandor interior llegue a nosotros, que prenda en nuestro corazón la lumbrecita de la bondad de Dios; llevemos todos, con nuestro amor, la luz al mundo. No permitamos que esta llama luminosa se apague por las corrientes frías de nuestro tiempo. Que la custodiemos fielmente y la ofrezcamos a los demás.
1 comentario
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24 diciembre, 2007 a 14:15
Dorli
Esa Luz que es la fuente principal de toda luz que ilumina al hombre, brille con más resplandor esta noche santa en la que conmemoramos el nacimiento histórico de Nuestro Amado Redentor. Nacido de unas entrañas purísimas y entregadísimas a Aquel que dice de sí mismo: Yo Soy el que soy.
Hallen nuestros corazones el mejor de los consuelos en la amorosa contemplación del Niño Jesús, indefenso y pobre, necesitado de toda atención y cariño.
Entregémonos a Él cada día más y mejor y así Su Luz será también nuestra Luz ahora y en la eternidad.
Un abrazo de luz.