Fragmento del Mensaje de Navidad del Papa Benedicto XVI, 2007
La Navidad es esto: acontecimiento histórico y misterio de amor, que desde hace más de dos mil años interpela a los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar. Es el día santo en el que brilla la «gran luz» de Cristo portadora de paz. Ciertamente, para reconocerla, para acogerla, se necesita fe, se necesita humildad. La humildad de María, que ha creído en la palabra del Señor, y que fue la primera que, inclinada ante el pesebre, adoró el Fruto de su vientre; la humildad de José, hombre justo, que tuvo la valentía de la fe y prefirió obedecer a Dios antes que proteger su propia reputación; la humildad de los pastores, de los pobres y anónimos pastores, que acogieron el anuncio del mensajero celestial y se apresuraron a ir a la gruta, donde encontraron al niño recién nacido y, llenos de asombro, lo adoraron alabando a Dios (cf. Lc 2,15-20). Los pequeños, los pobres en espíritu: éstos son los protagonistas de la Navidad, tanto ayer como hoy; los protagonistas de siempre de la historia de Dios, los constructores incansables de su Reino de justicia, de amor y de paz.

En el silencio de la noche de Belén Jesús nació y fue acogido por manos solícitas. Y ahora, en esta nuestra Navidad en la que sigue resonando el alegre anuncio de su nacimiento redentor, ¿quién está listo para abrirle las puertas del corazón? Hombres y mujeres de hoy, Cristo viene a traernos la luz también a nosotros, también a nosotros viene a darnos la paz. Pero ¿quién vela en la noche de la duda y la incertidumbre con el corazón despierto y orante? ¿Quién espera la aurora del nuevo día teniendo encendida la llama de la fe? ¿Quién tiene tiempo para escuchar su palabra y dejarse envolver por su amor fascinante? Sí, su mensaje de paz es para todos; viene para ofrecerse a sí mismo a todos como esperanza segura de salvación.
2 comentarios
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25 diciembre, 2007 a 20:56
Dorli
supongo que somos pocos ,en comparación a la totalidad de la humanidad, los que esperamos y confiamos en Nuestro Señor Jesucristo, pero sólo en la medida en que yo logre alcanzar el grado de santidad que Dios desea para mí, es decir, en la medida en que Su Santa Voluntad se haga en mí, estaré colaborando perfectamente con Mi Dios para que llegue Su Mensaje de Amor y Salvación a toda la humanidad, tan alejada de Él y Sus Criterios en la actualidad.
Espere yo a mi Señor con todo el amor del que soy capaz, permanezca a la escucha dócil de la voz de su Espíritu en mí, realice las obras que Él me manifieste como deseables y convenientes en bien de mis hermanos y estaré esperando eficazmente al Salvador y realizando aquello que espera Él de mí.
Un abrazo.
25 diciembre, 2007 a 21:02
creerparaver
Asi sea.