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Algo triunfa cuando confluyen un cúmulo de circunstancias difíciles con un planteamiento original y eficaz. Está sucediendo en la sociedad española donde los actuales partidos políticos no representan en absoluto a quienes deseamos que nos represente un partido que ofrezca un modelo social sustentado en valores auténticamente cristianos, sin renunciar a ninguno.

No pretendemos gobernar el país ni desplazar a otros partidos, sino tan solo tener representación parlamentaria. Los votantes católicos al PSOE constatan estupefactos la taimada agresión de este partido hacia la Iglesia católica; muchos católicos votantes del PP escuchan de su líder que «no siempre hay que hacer lo que diga la Iglesia (…) y que las decisiones en su partido, donde hay ‘católicos y no católicos’, las adopta la dirección popular» (M. Rajoy). Entre el PP, inspirado en un humanismo cristiano «ligth», y el PSOE, en el humanismo agnóstico, no hay espacio político ni social para los cristianos que pretenden vivir como piensan.

Consagrar determinadas formas de organización social o económica para todos los cristianos sería casi tan absurdo como que éstos voten a quienes no les representan; consistiría más bien en generar programas políticos sustentados en valores y principios donde la dignidad humana alcance su plenitud, tal como la comprende el cristianismo, y se construya un mundo más fraterno, solidario y ecológico.

Se trataría de dar continuidad al pensamiento y a la cultura cristiana -sin incurrir en el peligro del tradicionalismo- mediante un movimiento organizado desde el laicado, sin intervención alguna de la jerarquía eclesiástica. Los viejos modelos suscitados por el Vaticano para la Democracia Cristiana italiana no forman parte del pensamiento cristiano moderno; ha llegado el momento para que el laicado ofrezca al mundo la novedad y el atractivo del modelo de vida basado en los valores del Reino.

Si en la escasa preparación de los laicos radicó la pérdida del desafío con la modernidad en los siglos XIX y XX, cuando la jerarquía, desde su dimensión formadora, ni pudo ni supo ocuparse de asuntos sociales específicos del quehacer del cristiano inserto en el mundo, ahora abundan laicos con criterios maduros, aunque falten oportunidades para ofrecérselos a la vida pública.

Actualmente emergen fuerzas como la promovida en internet por http://www.hazteoir.org para unir a quienes piensan lo mismo en determinados aspecto esenciales. Seamos respetuosos con las demás opciones, mas sin renunciar a nuestros valores, como tristemente hacen ciertos creyentes cuando otorgan lo irrenunciable con el fin de dialogar con el mundo moderno. ¿Acaso el modelo cristiano está anticuado?, ¿somos más modernos por incorporar a nuestro modelo criterios incompatibles con la fe?

Estamos en los albores de una forma nueva de expresar el cristianismo en la sociedad. Debemos organizarnos para defender lo nuestro y no ser víctimas del sincretismo anticristiano, de leyes injustas que conculcan nuestros derechos y propiedades, de esa «dictadura de aparente tolerancia que frena el estímulo de la fe declarándolo intolerante. Aquí sale a relucir realmente la intolerancia de los tolerantes. La fe no busca el conflicto, sino el ámbito de la libertad y de la tolerancia mutua» (Benedicto XVI). Urge, pues, esta nueva presencia social de información, formación y política.

Existe una sociedad cristiana anónima y dispersa con deseos de ofrecer al futuro algo enormemente válido: el mensaje social de Jesús, quien no solo fue un espiritualista, sino que también enseñó claves para construir un modelo de vida.

José Alcázar Godoy

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A la samaritana, y a todos los que en alguna medida se reconocen en su situación, Jesús hace una propuesta radical en el Evangelio: buscar otro «agua», dar un sentido y un horizonte nuevo a la propia vida. ¡Un horizonte eterno! «El agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna». Eternidad es una palabra que ha caído en «desuso». Se ha convertido en una especie de tabú para el hombre moderno. Se cree que este pensamiento puede apartar del compromiso histórico concreto para cambiar el mundo, que es una evasión, un «desperdiciar en el cielo los tesoros destinados a la tierra», decía Hegel.

¿Pero cuál es el resultado? La vida, el dolor humano, todo se hace inmensamente más absurdo. Se ha perdido la medida. Si falta el contrapeso de la eternidad, todo sufrimiento, todo sacrificio, parece absurdo, desproporcionado, nos «desequilibra», nos echa por tierra. San Pablo escribió: «La leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado caudal de gloria eterna». En comparación con la eternidad de la gloria, el peso de la tribulación le parece «ligero» (¡a él, que sufrió tanto en la vida!) precisamente porque es «de un momento». En efecto, añade: «Las cosas visibles son pasajeras, más las invisibles son eternas» (2 Co 4, 17-18).

El filósofo Miguel de Unamuno (que además era un pensador «laico»), a un amigo que le reprochaba, como si fuera orgullo o presunción, su búsqueda de eternidad, respondía en estos términos: «No digo que merezcamos un más allá, ni que la lógica lo demuestre; digo que lo necesitamos, merezcámoslo o no, simplemente. Digo que lo que pasa no me satisface, que tengo sed de eternidad, y que sin ésta todo me es indiferente. Sin ella no existe ya alegría de vivir… Es demasiado fácil afirmar: «Hay que vivir, hay que conformarse con esta vida». ¿Y los que no se conforman?». No es quien desea la eternidad el que muestra que no ama la vida, sino quien no la desea, dado que se resigna tan fácilmente al pensamiento de que aquella deba terminar.

Sería una enorme ganancia, no sólo para la Iglesia, sino también para la sociedad, redescubrir el sentido de eternidad. Ayudaría a reencontrar el equilibrio, a relativizar las cosas, a no caer en la desesperación ante las injusticias y el dolor que hay en el mundo, aún luchando contra ellas. A vivir menos frenéticamente.

En la vida de cada persona ha habido un momento en que se ha tenido cierta intuición de eternidad, aún confuso… Hay que estar atentos a no buscar la experiencia del infinito en la droga, en el sexo desenfrenado y en otras cosas en las que, al final, sólo queda desilusión y muerte. «Todo el que beba de este agua volverá a tener sed», dijo Jesús a la samaritana. Hay que buscar lo infinito en lo alto, no hacia abajo; por encima de la razón, no por debajo de ella, en las ebriedades irracionales.

Está claro que no basta con saber que existe la eternidad; se necesita también saber qué hacer para alcanzarla. Preguntarse, como el joven rico del Evangelio: «Maestro, ¿qué debo hacer para tener la vida eterna?». Leopardi, en la poesía El Infinito, habla de un cercado que oculta de la vista el último horizonte. ¿Cual es para nosotros este cercado, este obstáculo que nos impide mirar hacia el horizonte último, hacia lo eterno? La samaritana, aquel día, comprendió que debía cambiar algo en su vida si deseaba obtener la «vida eterna», porque en poco tiempo la encontramos transformada en una evangelizadora que relata a todos, sin vergüenza, cuanto le ha dicho Jesús.

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    La próxima celebración del anunciado Sínodo de los Obispos, tendrá como eje central la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, y se ocupará entre otros importantes temas, de una práctica que se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Nos referimos a la llamada Lectio Divina o también Lectura Sagrada.
    Se trata de un eficiente método de oración que se apoya totalmente en la Escritura. Su finalidad consiste en alimentar nuestra vida espiritual siguiendo un camino de crecimiento y comunión. Produce en quien lo ejercita «un común acercamiento al misterio de Cristo bajo la guía del Espíritu».
     La lectura Sagrada caracterizaba la oración monástica de los monjes antiguos centrada toda ella en la Biblia. Todas las fórmulas de plegaria que nos ha legado el monacato primitivo están henchidas de savia bíblica, de ideas bíblicas, de sentimientos bíblicos, de palabras bíblicas. Y todo esto en un grado tal que nos llena de asombro. El libro de oración por excelencia era el Salterio cuyos versículos mas enjundiosos se usaban continuamente como jaculatorias. Aquellos ejemplares ascetas tenían muy en cuenta el rico texto de san Pablo: «Toda escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y se consume en toda obra buena» (2 Tim. 3, 16).
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Así dice el Señor: «¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo? ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá la justicia, la gloria del Señor te seguirá.»

 

Isaías 58, 6-8
Jesús, nuestra paz, por medio del Espíritu Santo tú vienes siempre junto a nosotros.
En lo profundo de nuestra alma tu presencia nos asombra.
Nuestra oración puede que sea muy pobre, pero tú rezas dentro de nosotros.

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¿Por qué la fe, las prácticas religiosas están en declive y no parecen constituir, al menos para la mayoría, el punto de fuerza en la vida? ¿Por qué el tedio, el cansancio, la molestia al cumplir los propios deberes de creyentes? ¿Por qué los jóvenes no sienten que les atraen? ¿Por qué, en resumen, esta monotonía y esta falta de gozo entre los creyentes en Cristo? El episodio de la transfiguración nos ayuda a dar una respuesta a estos interrogantes.

¿Qué significó la transfiguración para los tres discípulos que la presenciaron? Hasta entonces habían conocido a Jesús en su apariencia externa, un hombre no distinto a los demás, de quien conocían su procedencia, sus costumbres, su tono de voz… Ahora conocen a otro Jesús, al verdadero Jesús, al que no se consigue ver con los ojos de todos los días, a la luz normal del sol, sino que es fruto de una revelación imprevista, de un cambio, de un don.

Para que las cosas cambien también para nosotros, como para aquellos tres discípulos en el Tabor, es necesario que suceda en nuestra vida algo semejante a lo que ocurre a un chico o a una chica cuando se enamoran. En el enamoramiento el otro, el amado, que antes era uno de tantos, o tal vez un desconocido, de golpe se convierte en único, el único que interesa en el mundo. Todo lo demás retrocede y se sitúa en un fondo neutro. No se es capaz de pensar en otra cosa. Sucede una auténtica transfiguración. La persona amada se contempla como en un halo luminoso. Todo aparece bello en ella, hasta los defectos. Si acaso, se siente indignidad hacia ella. El amor verdadero genera humildad. Algo cambia también concretamente hasta en los hábitos de vida. He conocido a chicos a quienes por la mañana sus padres no lograban sacar de la cama para ir al colegio; si se les encontraba un trabajo, en poco tiempo lo abandonaban; o bien descuidaban los estudios sin llegar a licenciarse nunca… Después, cuando se han enamorado de alguien y se han hecho novios, por la mañana saltan de la cama, están impacientes por finalizar los estudios, si tienen un trabajo lo cuidan mucho.

¿Qué ha ocurrido? Nada, sencillamente lo que antes hacían por constricción ahora lo hacen por atracción. Y la atracción es capaz e hacer cosas que ninguna constricción logra; pone alas a los pies. «Cada uno», decía el poeta Ovidio, «es atraído por el objeto del propio placer». Algo por el estilo, decía, debería suceder una vez en la vida para ser verdaderos cristianos, convencidos, gozosos se serlo. «¡Pero a la chica o al chico se le ve, se toca!». Respondo: también a Jesús se le ve y se le toca, pero con otros ojos y con otras manos: del corazón, de la fe. Él está resucitado y está vivo. Es un ser concreto, no una abstracción, para quien ha tenido esta experiencia y este conocimiento. Más aún, con Jesús las cosas van incluso mejor. En el enamoramiento humano hay artificio, atribuyendo al amado cualidades de las que tal vez carece y con el tiempo frecuentemente se está obligado a cambiar de opinión. En el caso de Jesús, cuanto más se le conoce y se está a su lado, más se descubren nuevos motivos para estar enamorados de Él y seguros de la propia elección.

Esto no quiere decir que hay que estar tranquilos y esperar, también con Cristo, el clásico «flechazo». Si un chico, o una chica, pasa todo el tiempo encerrado en casa sin ver a nadie, jamás sucederá nada en su vida. ¡Para enamorarse hay que frecuentarse! Si uno está convencido, o sencillamente comienza a pensar que tal vez conocer a Jesús de este modo distinto, trasfigurado, es bello y vale la pena, entonces es necesario que empiece a «frecuentarlo», a leer sus escritos. ¡Sus cartas de amor son el Evangelio! Es ahí donde Él se revela, se «transfigura». Su casa es la Iglesia: es ahí donde se le encuentra.

R. Cantalamessa
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Señor, cuando tenga hambre, dame alguien que necesite comida;
Cuando tenga sed, dame alguien que precise agua;
Cuando sienta frío, dame alguien que necesite calor.
Cuando sufra, dame alguien que necesita consuelo;
Cuando mi cruz parezca pesada, déjame compartir la cruz del otro;
Cuando me vea pobre, pon a mi lado algún necesitado.
Cuando no tenga tiempo, dame alguien que precise de mis minutos;
Cuando sufra humillación, dame ocasión para elogiar a alguien;
Cuando esté desanimado, dame alguien para darle nuevos ánimos.
Cuando quiera que los otros me comprendan, dame alguien que necesite de mi comprensión;
Cuando sienta necesidad de que cuiden de mí, dame alguien a quien pueda atender;
Cuando piense en mí mismo, vuelve mi atención hacia otra persona.
Haznos dignos, Señor, de servir a nuestros hermanos;
Dales, a través de nuestras manos, no sólo el pan de cada día, también nuestro amor misericordioso, imagen del tuyo.
Madre Teresa de Calcuta
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 «Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo» (Mt 4, 1-11)
Este episodio que nos introduce de lleno en la Cuaresma nos habla de una auténtica lucha con Dios, no con esos viejos diablos. Se trata de la gran tentación: o Dios o no Dios. Vivir cara a Dios o vivir de espaldas a Él. Obedecer o desobedecer. Es la gran tentación que, hoy como ayer, toda persona    -tú, yo, el mismo Papa- y también la institución eclesial, hemos de afrontar.

Los cuarenta días de Jesús en el desierto, nos recuerdan los cuarenta años que pasó Israel en el desierto, camino de la tierra prometida. Allí, el Señor hizo una Alianza con el pueblo, invitándole a cumplir un mandamiento: “Shemá, Israel. El Señor es tu único Dios. Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con todas tus fuerzas…”. Shemá Israel. Escucha Israel. Obedece. No hagas oídos sordos. ¿Es que no quieres acertar en tu camino?

De eso se trata: escuchar o no escuchar; obedecer o no obedecer. Y Jesús, lo vemos en sus respuestas al tentador, soluciona el dilema siendo totalmente fiel a la Alianza. Prefiere escuchar y dejarse guiar por su Palabra. “No sólo de pan vive el hombre…sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios”. El pan importa y sin él no se puede vivir. Sin Dios, tampoco. Lo que le importa es, sobre todo, la Palabra que sale de la boca de Dios. Por eso vuelve a contestar al tentador: “Está escrito…no tentarás al Señor tu Dios…”. Está escrito…la Palabra de Dios lo dice…y yo la obedezco. Jesús es un verdadero “oyente de la Palabra”. Su vida no consiste en otra cosa: vivir cara a Dios siendo fiel a la Palabra. La tercera respuesta al tentador nos recuerda el mandamiento de la alianza: “Está escrito…al Señor Dios adorarás y sólo a Él darás culto”. ¡Apártate, Satanás! ¿No has oído lo que dice su Palabra?¿No has oído que Él ha de ser mi único Dios, mi única referencia? El episodio de las tentaciones nos dejan clara una cosa: Jesús, decidido por la Palabra se resiste a la antigüa y siempre nueva tentación de prescindir de Dios y quitarle protagonismo en la Historia.

Se trata de acertar o no en la vida. Sabemos por experiencia (y quizá también por algún que otro escarmiento) que, con Él, las cosas nos van mucho mejor. Prescindiendo de Dios, abandonados a nuestros propios límites, ya sabemos lo que damos de sí. Con Él, sin embargo, todo es ilimitado y siempre se puede esperar algo nuevo y distinto.

Fernando Prado Ayuso

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Hoy se celebra el Día del Ayuno Voluntario; una jornada instituida por MANOS UNIDAS en 1963 en la que se invita a los españoles a movilizarse a favor de los millones de personas para quienes comer no es una cuestión de horario ni de apetencia, sino un ejercicio diario de supervivencia.

Más de 800 millones de personas pasan hambre en nuestro próspero mundo. La falta de alimentos, y la desnutrición y enfermedades que conlleva, son la causa principal de muerte de muchos niños menores de cinco años, y la primera amenaza sanitaria del mundo.

Pero ¿qué decir de ese otro tipo de hambre que merma las capacidades y anula las oportunidades? El hambre de justicia, de paz, de derechos, de formación, de conocimientos y de posibilidades, de espíritu … El hambre invisible.

Para paliar este hambre de alimentos y de oportunidades nació Manos Unidas hace ya casi cincuenta años. Desde entonces, sabedores de su compromiso, apelamos a la solidaridad y generosidad del pueblo español, hasta que cumplamos nuestro último fin, que no es otro que desaparecer.

Manos Unidas

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CAMPAÑA MANOS UNIDAS: MADRES SANAS, DERECHO Y ESPERANZA  
El propósito de Manos Unidas de concienciar a nuestra sociedad sobre la importancia de desarrollar campañas orientadas a mejorar la salud de las mujeres de los países en vías de desarrollo redundará en beneficio de toda la sociedad, pues ellas son el motor de las familias y el principal apoyo de sus hijos.

La mejora de la salud de una madre implica no sólo la mejora de su bienestar físico sino también de su bienestar psicológico, ya que una vida saludable es una vida en condiciones más dignas y más prósperas para ellas y sus hijos.

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Más sencilla… más sencilla.
Sin barroquismo,
sin añadidos ni ornamentos.
Que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos.

«Los brazos en abrazo hacia la tierra,
el mástil disparándose a los cielos.»

Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto…
este equilibrio humano
de los dos mandamientos.
Más sencilla… más sencilla…
haz una cruz sencilla, carpintero.

                     LEÓN FELIPE      

En el libro de la calle encontramos a veces los pensamientos más sabios.

 
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 “Clama a mi y yo te responderé
y te enseñaré cosas grandes y ocultas
que tú no conoces»
(Jeremías 33, 3)

CREER PARA VER 

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 MENSAJE DEL  PAPA PARA LA CUARESMA 2008

“Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico,  por vosotros se hizo pobre” (2Cor 8,9)

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Cada año, la Cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos. En el tiempo cuaresmal la Iglesia se preocupa de proponer algunos compromisos específicos que acompañen concretamente a los fieles en este proceso de renovación interior: son la oración, el ayuno y la limosna. Este año, en mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, deseo detenerme a reflexionar sobre la práctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales.

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En su larga andadura histórica de veinte siglos la Iglesia ha conocido toda clase de pruebas testimoniales, desde las persecuciones cruentas en sus innumerables mártires, hasta las insidias, amenazas, calumnias y todo tipo de vejaciones dirigidas a un solo propósito: si no exterminarla, reducirla, al menos a un sepulcral silencio. En los mismos albores del Tercer Milenio y dentro de la civilizada Europa, en algunos estados que se proclaman a bombo y platillo «democráticos», se ignoran y atropellan derechos fundamentales del hombre, discriminando a los católicos como si fueran ciudadanos de segunda o tercera categoría.

Lamentablemente esto viene ocurriendo en España con un Gobierno de turno empleado sectariamente en imponer a todos un modelo ideológico de sociedad laicista del peor cuño que no respeta la libertad de conciencia ni su manifestación en instituciones y ambientes públicos. Ante una difícil y conflictiva situación, los católicos españoles estamos llamados a ejercer una virtud que, juntamente con la intrepidez o santa audacia, ejercemos muy poco: la fidelidad a toda prueba y en todo trance, pese a quien pese. En efecto, ha sonado la hora de la fidelidad si no queremos sucumbir en la cuneta atropellados par una devastadora ola neopagana carente de principios y de auténticos valores.

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CREER PARA VER

Padre, en aquellos momentos en que cuestionan mi fe; dame serenidad y fuerza.

Señor, cuando yo mismo me pregunte quién soy y quién eres para mí; ayúdame a sentir Tu Amor.

Que crea, Padre, como el ciego, que confíe en Ti, que espere en Ti y que descubra quién eres en mi vida.

Que me aferre, Señor, al Padre que ama, que cuida y protege a sus hijos. Y me aleje de la imagen castigadora y distante del fariseo.

Porque al final siempre eres ternura, entrega y generosidad.

Que la oración sea mi agua de Siloé, que tu Palabra sea el encuentro en el camino,
que mi fe sea mi vista.

Que no se cierren mis ojos,
que vea al mirar, que me deje hacer por Ti como el ciego de Siloé.

Y que mi boca bendiga tu nombre por haber experimentado tu Amor recibido. Amén.

Víctor MB

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