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¡Oh, Señor Dios mío!, ¿quién te buscará con amor puro y sencillo que te deje de hallar muy a su gusto y voluntad, pues que Tú te muestras primero y sales al encuentro a los que te desean?

 

Sí, es el Señor el que nos sale al encuentro. No podemos buscar sino porque hemos sido hallados primero, no podemos amar sino porque hemos sido amados primero. Desde esta conciencia, ¡qué sencilla es la humildad y qué espontánea la gratitud!
Desde esta certeza, Juan de la Cruz goza con esta locura del amor divino: si buscas, alaba pues ya te ha alcanzado su mirada. Por eso, no hay que temer si le podremos encontrar, sólo procurar que nuestra búsqueda sea “con amor puro y sencillo”. Que no es el problema si Dios se deja alcanzar o no, sino
qué me mueve realmente para buscarle. ¿Qué deseo realmente cuando salgo en busca de Dios?
Si es a Él a quien deseo, pronto mis deseos se verán colmados. Saben bien los amigos de Dios que siempre, siempre, su gracia nos precede…

A veces es en soledad donde se produce el encuentro. A veces tenemos que ser islas, y refugiarnos en el silencio. Pensar, para que la vida no vaya demasiado rápido. Rezar, aunque no siempre haya respuesta. Enmudecer, para que suenen dentro de nosotros voces que, de otro modo, permanecen calladas.

Es en la soledad del trabajo, de la prisa, de la limitación, del cansancio, donde también podemos encontrar a Dios y, paradójicamente, aprender a relacionarnos con los otros.

No hay que ser perfectos, ni dioses, ni máquinas. No importa equivocarnos, ¿quién no se equivoca nunca? El reto es aceptar la limitación como semilla de plenitud, como espacio en el que nos encontramos unos con otros.

De hecho es nuestra fragilidad el puente que nos permite abrirnos a los demás desde la confianza y la aceptación. Muchas veces el primer lugar donde tenemos que abrazar esa pequeñez es cuando estamos solos, con Dios como único testigo, sin querer demostrar nada a nadie. Y, entonces, aprendemos que la fuerza se realiza en la debilidad.

Vivimos muy deprisa. Tan rodeados de estímulos, ruidos, ritmos, voces… y sin embargo un poco a la intemperie, zarandeados, llevados de un lado para otro sin casi darnos cuenta. Empujados por las rutinas, seducidos por las novedades, inquietos por las carencias…

Hemos de tomar las riendas de nuestras vidas. Saber a dónde vamos. Saber qué queremos. Buscar con criterio, para poder reconocer en el camino aquello a lo que aspiramos.
Por eso tenemos que pararnos a veces. Callar. Y, en esa soledad, descubrir un horizonte que nos ayude a vivir en plenitud.

¿Cuál es el significado de la solemnidad de hoy, del Cuerpo y la Sangre de Cristo?

 Nos los explica la misma celebración que estamos realizando, con el desarrollo de sus gestos fundamentales: ante todo, nos hemos reunido alrededor del Señor para estar juntos en su presencia; en segundo lugar, tendrá lugar la procesión, es decir, caminar con el Señor; por último, vendrá el arrodillarse ante el Señor, la adoración que comienza ya en la misa y acompaña toda la procesión, pero que culmina en el momento final de la bendición eucarística, cuando todos nos postraremos ante Aquél que se ha agachado hasta nosotros y ha dado la vida por nosotros.

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Oveja perdida, ven
sobre mis hombros; que hoy
no sólo tu pastor soy,
sino tu pasto también.

Por descubrirte mejor
cuando balabas perdida,
dejé en un árbol la vida,
donde me subió el amor;
si prendas quieres mayor,
mis obras hoy te la den.

 

 

 

Oveja perdida, ven
sobre mis hombros; que hoy
no sólo tu pastor soy,
sino tu pasto también.

Pasto al fin tuyo hecho,
¿cuál dará mayor asombro,
el traerte yo en el hombro,
o traerme tú en el pecho?
Prendas son de amor estrecho,
que aún los más ciegos las ven.

Oveja perdida, ven
sobre mis hombros; que hoy
no sólo tu pastor soy,
sino tu pasto también.

Góngora
 
Cristo Jesús, tú nunca nos conduces hasta el vértigo del desánimo donde nada queda, salvo decaimiento y tristeza. Al contrario, tú nos concedes llegar a una comunión e incluso a una intimidad contigo. Y si, para cada uno, hay pruebas, hay sobre todo un amor que viene de ti. Este amor nos devuelve la vida.
 
No la resignación sino la confianza de las profundidades: abandonarse al Espíritu Santo, dejando en manos de Cristo, ahora y siempre, lo que pesa en el corazón.
Jesús, el Resucitado, tú infundes en nosotros el Espíritu Santo. Quisiéramos decirte: tú tienes las palabras que dan vida a nuestra alma, ¿a quién iríamos sino a tí, el Resucitado?
 

 

¿Por qué los cristianos creen en la Trinidad? ¿No es ya bastante difícil creer que existe Dios como para añadirnos el enigma de que es «uno y trino»? A diario aparece quien no estaría a disgusto con dejar aparte la Trinidad, también para poder así dialogar mejor con judíos y musulmanes que profesan la fe en un Dios rígidamente único.

La respuesta es que los cristianos creen que Dios es trino ¡porque creen que Dios es amor! Si Dios es amor debe amar a alguien. No existe un amor al vacío, sin dirigirlo a nadie. Nos interrogamos: ¿a quién ama Dios para ser definido amor? Una primera respuesta podría ser: ¡ama a los hombres! Pero los hombres existen desde hace algunos millones de años, no más. Entonces, antes, ¿a quién amaba Dios? No puede haber empezado a ser amor desde cierto momento, porque Dios no puede cambiar. Segunda respuesta: antes de entonces amaba el cosmos, el universo. Pero el universo existe desde hace algunos miles de millones de años. Antes de entonces, ¿a quién amaba Dios para poderse definir amor? No podemos decir: se amaba a sí mismo, porque amarse a uno mismo no es amor, sino egoísmo, o como dicen los psicólogos, narcisismo.

He aquí la respuesta de la revelación cristiana. Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo un Hijo, el Verbo, a quien ama con amor infinito, que es el Espíritu Santo. En todo amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado y el amor que les une. Allí donde Dios es concebido como poder absoluto, no existe necesidad de más personas, porque el poder puede ejercerlo uno solo; no así si Dios es concebido como amor absoluto.
La teología se ha servido del término naturaleza, o sustancia, para indicar en Dios la unidad, y del término persona para indicar la distinción. Por esto decimos que nuestro Dios es un Dios único en tres personas. La doctrina cristiana de la Trinidad no es un retroceso, un pacto entre monoteísmo y politeísmo. Al contrario: es un paso adelante que sólo el propio Dios podía hacer que lo diera la mente humana.

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Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a aconsejarme, no estás haciendo lo que te he pedido. Cuando te pido que me escuches y tú empiezas a decirme por qué yo no debería sentirme así, no estás respetando mis sentimientos. Cuando te pido que me escuches y tú piensas que debes hacer algo para resolver mi problema, estás decepcionando mis esperanzas.

¡Escúchame! Todo lo que te pido es que me escuches, no que me hables ni que te tomes molestias por mí. Escúchame, sólo eso. Es fácil aconsejar. Pero yo no soy un incapaz. Tal vez me encuentre desanimado y con problemas, pero no soy un incapaz. Cuando tú haces por mí lo que yo mismo puedo y tengo necesidad de hacer, no estás haciendo otra cosa que atizar mis miedos y mi inseguridad. Pero cuando aceptas simplemente, que lo que siento me pertenece a mí, por muy irracional que sea, entonces no tengo por qué tratar de hacerte comprender más, y tengo que empezar a descubrir lo que hay dentro de mí. Seguramente es por esto por lo que la oración funciona: Dios está siempre ahí para escuchar.

 R. O’Donnell, “El mosaico de la misericordia”

«Cuando se cumplieron los días en que debían purificarse, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor» (Lc 2,22-23).

  • La fuente ofrece el agua, la tierra entrega su hondura, el árbol regala su fruto. ¿Qué da el ser humano?
  • María presenta lo nuevo. Ofrece en gratuidad a Jesús, como luz y salvación. Sólo quien aprende a regalar, siente en su interior la fuente escondida de la que brota todo don.
  • El silencio de Dios es el fenómeno más fuerte de Occidente. Presentar a Dios es el mayor servicio al mundo de hoy. «La nueva evangelización, como la de siempre, será eficaz si sabe proclamar desde los tejados lo que ha vivido en la intimidad con el Señor» (Juan Pablo II).

 

    «Ser testigo es crear misterio, es vivir de tal modo que tu vida resulte inexplicable si Dios no existe» (Cardenal Suhard)

En la penumbra de la sacristía de la Santa Cruz de Coimbra, mirando el cuadro de Vasco Fernándes, ella coge mi mano y dice que el don de lenguas no fue más que un simple prodigio. Que el verdadero milagro consistió en que los apóstoles salieron, hablaron al corazón de la gente, y la gente entendió.

RICARDO REIS

Tal vez no es fácil verle. No es tangible ni lo podemos medir. No es paloma ni lengua de fuego, aunque esas imágenes a veces se usen para referirse a El. El Espíritu de Dios está sin dejarse ver, inspira sin imponer, propone sin forzar. Despierta en cada uno de nosotros ilusiones, proyectos, deseos… Nos da energías y nos muestra caminos para avanzar. A veces crees verlo claro, y otras te parece que se oculta. A veces no puedes dudar de su presencia, y otras gritas: “¿Dónde te has metido?” Pero ahí está. Y pone, en la tierra que somos, semilla que puede dar mucho fruto. Aunque a veces no parezca estar creciendo nada.

 

“A cada uno se le otorga el don del espíritu para el bien común”( 1 Cor 12,7)

Unión, reconciliación, comunicación, comunión… Hay muchas palabras que hablan de esa unidad entre las personas, entre las historias, entre los pueblos. Y es tan necesaria… porque hay muchos motivos para la discordia, para la distancia y para la ruptura. Rencores viejos, diferencias de carácter, episodios enquistados, malentendidos que no llegamos a aclarar… Enséñanos a tender puentes, a enlazar manos, a llenar los silencios vacíos con nuevas palabras de encuentro y fraternidad.

 

«El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13)

Es sorpredente la capacidad del ser humano para levantarse, una y otra vez. Admiro eso en tantas personas, capaces de luchar cuando uno pensaría que ya todo está perdido. Para esperar contra toda esperanza, para seguir creyendo, y amando, y sonriendo. Esa humanidad nuestra tiene que estar muy llena de ti, un Espíritu de Vida. Tú haces que en la oscuridad uno pueda seguir creyendo en la luz –aun si por un rato falta; que en la adversidad uno pueda alzarse, erguir la cabeza, enjuagar sus lágrimas y continuar el camino. Tú nos haces fuertes.

El relato de Hechos de los Apóstoles comienza diciendo: «Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar». De estas palabras deducimos que Pentecostés preexistía… a Pentecostés. En otras palabras: había ya una fiesta de Pentecostés en el judaísmo y fue durante tal fiesta que descendió el Espíritu Santo. No se entiende el Pentecostés cristiano sin tener en cuenta el Pentecostés judío que lo preparó. En el Antiguo Testamento ha habido dos interpretaciones de la fiesta de Pentecostés. Al principio era la fiesta de las siete semanas, la fiesta de la cosecha, cuando se ofrecía a Dios la primicia del trigo; pero sucesivamente, y ciertamente en tiempos de Jesús, la fiesta se había enriquecido de un nuevo significado: era la fiesta de la entrega de la ley en el monte Sinaí y de la alianza.

Si el Espíritu Santo viene sobre la Iglesia precisamente el día en que en Israel se celebraba la fiesta de la ley y de la alianza es para indicar que el Espíritu Santo es la ley nueva, la ley espiritual que sella la nueva y eterna alianza. Una ley escrita ya no sobre tablas de piedra, sino en tablas de carne, que son los corazones de los hombres. Estas consideraciones suscitan de inmediato un interrogante: ¿vivimos bajo la antigua ley o bajo la ley nueva? ¿Cumplimos nuestros deberes religiosos por constricción, por temor y por acostumbramiento, o en cambio por convicción íntima y casi por atracción? ¿Sentimos a Dios como padre o como patrón?

El secreto para experimentar aquello que Juan XXIII llamaba «un nuevo Pentecostés» se llama oración. ¡Es ahí donde se prende la «chispa» que enciende el motor! Jesús ha prometido que el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan (Lc 11, 13). Entonces, ¡pedir! La liturgia de Pentecostés nos ofrece magníficas expresiones para hacerlo: «Ven, Espíritu Santo… Ven, Padre de los pobres; ven, dador de los dones; ven, luz de los corazones. En el esfuerzo, descanso; refugio en las horas de fuego; consuelo en el llanto. ¡Ven Espíritu Santo!».

   Tres adolescentes subieron a un autobús que hacía un largo recorrido desde Nueva Jersey al sur, hasta Florida. Entre los pasajeros había un hombre pobremente vestido, sentado en un rincón, solo y en silencio. En la primera parada bajaron todos para estirar las piernas, todos menos aquel hombre. Cuando volvieron a subir, uno de los tres muchachos le dirigió amablemente algunas palabras, a las que respondió sonriendo tímidamente.

   En la siguiente parada, mientras todos bajabn de nuevo, uno de los muchachos, al ver que aquel hombre seguía allí sentado, le dijo: «Baje usted también a dar una vuelta con nosotros y así estira las piernas». El hombre aceptó la invitación, y los tres lo invitaron a tomar algo juntos. «Nosotros vamos a Florida para disfrutar del sol de este fin de semana. Nos han dicho que aquello es muy bonito».

«Sí», confirmó el hombre. «Florida es bonita».

«¿Usted ha estado allí?».

«¡Oh! sí, hace tiempo vivía allí».

«¿Aún tiene su casa y su familia en Florida?».

El hombre titubeo: «Bueno… no estoy seguro», respondió finalmente.

«¿Cómo es que no lo sabe?», insistió el muchacho.

   Vencido por su cordialidad y franqueza, el hombre contó a los tres su situación:

«Hace muchos años fui condenado a un largo período de detención en una cárcel federal. Tenía una hermosa mujer y dos niños maravillosos. Le dije: «Cariño, no me escribas. Tampoco yo te escribiré. No quiero que nuestros hijos sepan que su padre está en prisión. Si quieres pide el divorcio y encuéntrate otro marido… una persona que sea también un buen padre para ellos». Ignoro si mi mujer lo ha hecho. Yo mantuve el propósito y durante estos años no le escribí nunca. Sólo la semana pasada, cuando tuve la certeza de que me dejarían en libertad, le envié una carta a nuestra vieja dirección en Jacksonville. «Si todavía vives aquí y recibes esta carta -le dije- si no has encontrado a otro y si crees que es posible que vuelva contigo, házmelo saber de la forma que te explicaré a continuación. Subiré al autobus que atraviesa toda la ciudad, y tú, para decirme que sí, toma una tela blanca y cuélgala del viejo roble que está al lado del final del trayecto».

   Cuando el autobús se encontraba a pocos kilometros de Jacksonville, los tres muchachos fueron a sentarse al lado del hombre, con la cara pegada a la ventanilla. EL roble se encontraba aún donde éste había dicho. Los tres se pusieron de pie con un grito de alegría, abrazándose y bailando en medio del pasillo. «¡Mire!», le decían. «¡Mire usted también!».

   En el árbol estaba colgada no sólo una tela blanca, sino toda una colada del mismo color que lo cubría por entero. El milagro se había realizado. El bien había triunfado sobre el mal. La misericordia había conseguido suplantar al rencor. La promesa había sido mantenida.

 

De la misma forma Dios responde a nuestra vida: olvidando el pasado y cancelando las páginas negras que podamos haber escrito día tras día. Como el padre del hijo pródigo. Él está siempre dispuesto a la renovación, a la paz, a la comunión. Hay una sola condición: abandonarse confiados al encuentro con Él y con los demás. Su fidelidad debe ser, para todos nosotros, una invitación y un estímulo. Con el sol que se levanta, nuestra mirada se ilumina nuevamente, y toda nuestra vida vuelve a cobrar vigor. Y la esperanza se transforma en realidad. Una realidad sin ocaso.

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CREER PARA VER

Padre, en aquellos momentos en que cuestionan mi fe; dame serenidad y fuerza.

Señor, cuando yo mismo me pregunte quién soy y quién eres para mí; ayúdame a sentir Tu Amor.

Que crea, Padre, como el ciego, que confíe en Ti, que espere en Ti y que descubra quién eres en mi vida.

Que me aferre, Señor, al Padre que ama, que cuida y protege a sus hijos. Y me aleje de la imagen castigadora y distante del fariseo.

Porque al final siempre eres ternura, entrega y generosidad.

Que la oración sea mi agua de Siloé, que tu Palabra sea el encuentro en el camino,
que mi fe sea mi vista.

Que no se cierren mis ojos,
que vea al mirar, que me deje hacer por Ti como el ciego de Siloé.

Y que mi boca bendiga tu nombre por haber experimentado tu Amor recibido. Amén.

Víctor MB

mayo 2008
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