Recordemos hoy algunos datos de la biografía del gran San Pablo. También después de Jesús, él es el personaje del Nuevo Testamento del que más informados estamos. Tanto el libro de los Hechos de los Apóstoles, como sus propias Cartas, nos aportan datos que nos acercan a un conocimiento de su persona y de su pensamiento.

Benedicto XVI recoge los siguientes datos: “Su nombre original era Saulo (Hechos 7,58; 8,1 etc.), en hebreo Saúl, como el rey Saúl, y era un judío de la diáspora, dado que la ciudad de Tarso se sitúa entre Anatolia y Siria. Muy pronto había ido a Jerusalén para estudiar a fondo a los pies del gran rabino Gamaliel (Hechos 22,3). Había aprendido también un trabajo manual y rudo, la fabricación de tiendas (Hechos 18,3), que más tarde le permitiría sustentarse personalmente sin ser de peso para las Iglesias (Hechos 20,34; 1 Corintios 4,12; 2 Corintios 12, 13-14)”.

A lo dicho por el Papa, puede añadirse que sus padres eran comerciantes judíos de la secta de los fariseos, y que lo educaron según las ciencias judías de los fariseos, y en la cultura helenista. En la escuela del sabio rabí Gamaliel, amplió y perfeccionó las enseñanzas mosaicas, proféticas, históricas y sapienciales del Antiguo Testamento. Aprendió igualmente la prodigiosa y sutil dialéctica de su maestro, que emplearía después en la predicación oral y a la hora de redactar las cartas.

La fogosidad de su carácter y la radicalidad de sus creencias le convirtieron en un fanático activista judío. Su fanatismo radical le impulsó a estar presente en la muerte a pedradas del protomartir cristiano San Esteban, y a pedir al Sumo Sacerdote cartas de recomendación para las sinagogas de Damasco, con el fin de llevar atados a Jerusalén a todos los cristianos de esa ciudad.

Fue precisamente, yendo a Damasco, cuando, en palabras del propio Apóstol, fuealcanzado por Cristo Jesús” (Filipenses 3,12). “Rodeado de una luz celeste, cae al suelo, y oye una voz que le dice: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Saulo pregunta: ¿quién eres, Señor? Y le contesta: yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que tienes que hacer… Se levantó Saulo del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le condujeron de la mano a Damasco, donde estuvo tres días sin vista y sin comer ni beber” (Hechos 9, 3-9).

El Señor dijo a Ananías, en una visión, que el que había causado mucho mal a los “santos” en Jerusalén y tenía cartas de los Sacerdotes para prender a los de Damasco es mi instrumento elegido para llevar mi nombre a los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que deberá sufrir a causa de mi nombre. Ananías fue a donde estaba Saulo, le impuso las manos, recobró la vista, fue bautizado y, tomando algo de comer, recuperó las fuerzas (Hechos 9, 15-19).

De esa manera milagrosa y sorprendente, el gran perseguidor de los cristianos se convertía en el gran Apóstol de Jesucristo. Saulo dejaba de ser Saulo, y nacía Pablo de Tarso, Apóstol de los gentiles, que quiere hacerse todo para todos (1 Corintios 9,22), sin reserva alguna.

VOCACIÓN MISIONERA

 Los datos que acaban de indicarse tienen como fuente, si no única sí principal, el libro de los Hechos de los Apóstoles, pero leyendo o estudiando detenidamente las cartas que escribió San Pablo, se puede penetrar, al menos un poco, en la naturaleza de la visión que tuvo, en el camino hacia Damasco, y que le llevó a su conversión. Ésta -dirá Benedicto XVI- “no era el resultado de bonitos pensamientos, de reflexiones, sino el fruto de una intervención divina, de una gracia de Dios imprevisible”. Es el propio Pablo el que, en distintos lugares de sus cartas, usa una serie de expresiones que apuntan en esa dirección.

Según Pablo, lo que ocurrió en el camino de Damasco no fue una simple visión (1 Corintios 9,1), sino algo más íntimo y profundo. No fue una mera visión, fue mucho más, fue una iluminación (2 Corintios 4, 6), una revelación y una vocación. Así lo reconoce en la carta a los Gálatas: “Cuando Dios que me eligió, desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciara entre los gentiles(Gálatas 1, 15-16). Profundas palabras, con las que Pablo se declara elegido por Dios, vocacionado para ser apóstol de Jesucristo, receptor del Evangelio que ha de predicar, y enviado a los gentiles. Dicho de otro modo: en la experiencia del camino de Damasco, a Pablo se le revela su vocación, recibe la misión de ir a los gentiles, y recibe también el Evangelio que ha de anunciar, que no es otro que Jesucristo.

Nada distinto, a lo que acabamos de decir, quiere expresar el Apóstol de la gentes, cuando, en el comienzo de la carta a los Romanos, se llama a sí mismo “apóstol por vocación” (Romanos 1,1) o, como hace en la segunda a los Corintios, “apóstol por voluntad de Dios” ( 2 Corintios 1, 1). Con esas afirmaciones, el Apóstol quiere dejar bien sentado que su vocación no es consecuencia de una decisión personal, al margen de Dios, sino voluntad expresa de Dios y llamada divina desde el vientre de su madre.