Son desconcertantes las palabras de Jesús, cuando le presentan la realidad del mal que crece junto al bien, del mal que a veces incluso va mezclado con el bien, de manera que no puede clarificarse del todo lo que es malo y lo que es bueno. Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y entonces podrá separarse lo malo de lo bueno.

La pregunta por el mal es un interrogante continuo en el corazón del hombre, de todo hombre. ¿Por qué existe el mal? ¿Por qué Dios lo permite? ¿Cómo es posible que haya tanto mal, siendo Dios todopoderoso? O Dios es impotente para atajarlo, y entonces no sería Dios. O Dios condesciende con el mal, y entonces es un Dios que permite lo intolerable. El misterio del mal pone en crisis a todo hombre que tiene que afrontarlo en propia carne. No es un problema teórico, sino que nos encontramos con él cada día, como se encontraron con la cizaña aquellos criados que fueron a preguntarle a su dueño: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?

La respuesta es clarificadora: Un enemigo lo ha hecho; el enemigo que siembra la cizaña es el diablo. El mal no tiene su origen en Dios. Adoptaríamos una postura infantil, si cuando nos topamos con el mal echáramos la culpa a Dios. El hambre en el mundo, la injusticia en el reparto de los bienes de la tierra, tantas guerras y enfrentamientos, la secularización que arrasa el campo y lo deja estéril, el ataque furibundo a Dios y a la religión incluso so capa de bien, la cultura de la muerte que mata a los inocentes en el seno materno, presentándolo como un derecho de libertad. Dios no tiene la culpa. Él ha sembrado buen trigo en el campo de la Historia. Entonces, ¿quién ha sembrado el mal? El demonio y quienes le hacen caso, nos dice Jesús.

La reacción espontánea sería la de los criados de la parábola: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? -No, que podríais arrancar también el trigo. Dios no permite el mal por sí mismo, sino para probar y fortalecer el bien que ya existe. Quiere sacar bienes de esas dificultades que encontramos a diario cuando descubrimos la cizaña, la mala hierba. La actitud ante el mal nos la recuerda el Apóstol: «No te dejes vencer por el mal-escribe san Pablo a los romanos-; antes bien, vence el mal a fuerza de bien». El mal debe ser un estímulo para hacer el bien. Dejemos el juicio último de Dios para el final. Ante el mal que nos acecha, nosotros hemos de vencerlo con una sobredosis de bien.

 Demetrio Fernández

 

 EVANGELIO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO: Mateo 13, 24-43

Jesús propuso esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga, apareció también la cizaña. Fueron los criados a decirle al amo: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña? Él les dijo: Un enemigo lo ha hecho. Los criados le preguntaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió: No, que podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega; cuando llegue, diré a los segadores: “Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”». Les propuso otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas». Les dijo otra: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente». Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo». Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha, el fin del tiempo; y los segadores, los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».