El mundo que se asoma al tercer milenio está lleno de excluidos. Esta es una de las mayores denuncias a una sociedad que se construye sobre el orillamiento de los débiles.
«Las culebras sólo muerden a los descalzos» (Monseñor Romero) y los descalzos son voz profética que llama a las puertas de la Iglesia y grita: ¿Dónde y con quién estás? ¿Qué haces con la luz?
Sin embargo, el Espíritu que sopla donde quiere, suscita hoy personas que abren los ojos y el alma, abren las puertas y las ventanas, abren el corazón para estar con los excluidos de tierra y dignidad, de pan y de paz.
Todos los que abren los brazos a la solidaridad, los que ponen sal y luz en la oscuridad y el sinsentido, son la mejor continuación de María, la mujer que se estremeció cuando Dios le dijo que estaba con ella, cuando todo un Dios miró su pequeñez.
- Frente al deseo de «ser uno mismo», María es la mujer que acepta «ser desde otro». Esta aceptación la lleva al gozo y a la libertad. María es imagen de la Iglesia, que no sabe vivir sin su Señor.
- El saludo de Dios tiene una hermosísima traducción y concreción siempre que un ser humano le dice a otro: «Estoy contigo»; cuando se reinicia el diálogo entre los pueblos, y se acortan las distancias; cuando entre los hombres y mujeres de todos los mundos se establece un guiño de complicidad y las manos se unen en proyectos de solidaridad. .
- Dios está con el mundo, comprometido con todos los seres humanos. Por doquier ha dejado sus huellas. María le ha abierto el espacio para que pueda plantar su tienda. En ella comienza la Iglesia, en la que Dios habita.
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Mirando a María, sabemos que somos lugar para Dios. Mirando a Dios, sabemos que somos lugar para todos los excluidos. «Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con solo su figura, vestidos los dejó de hermosura» (Juan de la Cruz).
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