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El teólogo medieval Guillermo de S. Thierry dijo una vez: Dios ha visto que su grandeza –a partir de Adán– provocaba resistencia; que el hombre se siente limitado en su ser él mismo y amenazado en su libertad. Por lo tanto, Dios ha elegido una nueva vía. Se ha hecho un niño. Se ha hecho dependiente y débil, necesitado de nuestro amor. Ahora –dice ese Dios que se ha hecho niño– ya no podéis tener miedo de mí, ya sólo podéis amarme.

De la Homilía de la Misa de Nochebuena 2008

 

Ten la valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro.

Comprométete con Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota jamás.

 

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«Os anuncio una gran alegría: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor».

En este día solemne resuena el anuncio del ángel, que es también una invitación para nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio, a acoger al Salvador. Los hombres de hoy no deben dudar en recibirlo en sus casas, en las ciudades, en las naciones y en cada rincón de la tierra.

«Despiértate, hombre: por ti, Dios se ha hecho hombre» (S. Agustín). ¡Despiértate, hombre del tercer milenio! En Navidad, el Omnipotente se hace niño y pide ayuda y protección; su modo de ser Dios pone en crisis nuestro modo de ser hombres; llamando a nuestras puertas nos interpela, interpela nuestra libertad y nos pide que revisemos nuestra relación con la vida y nuestro modo de concebirla. A menudo se presenta la edad moderna como si la razón despertara del sueño, como si la humanidad hubiera salido finalmente a la luz, superando un periodo oscuro. Pero, sin Cristo la luz de la razón no basta para iluminar al hombre y al mundo.

Hombre moderno, adulto y, sin embargo, a veces débil en el pensamiento y en la voluntad, ¡déjate llevar de la mano por el Niño de Belén! ¡No temas, fíate de él! La fuerza vivificante de su luz te impulsa a comprometerte en la construcción de un nuevo orden mundial fundado sobre relaciones éticas y económicas justas. Que su amor guíe a los pueblos e ilumine su conciencia común de ser “familia” llamada a construir vínculos de confianza y de ayuda mutua.

En la noche de Belén, el Redentor se hace uno de nosotros, para ser compañero nuestro en los caminos insidiosos de la historia. Tomemos la mano que él nos tiende: es una mano que no nos quiere quitar nada, sino sólo dar. Entremos con los pastores en la cueva de Belén, bajo la mirada amorosa de María, testigo silencioso del prodigioso nacimiento. Que ella nos ayude a vivir una feliz Navidad; que ella nos enseñe a guardar en el corazón el misterio de Dios, que se ha hecho hombre por nosotros; que ella nos guíe para dar al mundo testimonio de su verdad, de su amor y de su paz.

Benedicto XVI. Del Mensaje de Navidad 2005

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“No temáis, dentro de unos días vendrá a vosotros el Señor”.

Si queréis, puedo contaros lo que Dios ha hecho conmigo. Felices los que oyen y creen, porque todo creyente concibe y engendra en sí mismo la Palabra de Dios, y reconoce su obra.

Ojalá en todos nosotros haya un alma como la de María y su espíritu, para que también nosotros podamos alegrarnos en Dios y glorificarlo, como ella lo hizo. Porque si corporalmente no hay más que una madre de Cristo, en cambio, por la fe, Cristo es el fruto de todos, pues todos recibimos la Palabra de Dios y todos, por eso, proclamamos la grandeza del Señor y nos alegramos en Dios nuestro Salvador. Si obramos en nuestra vida justa y religiosamente, Cristo vuelve a nacer para todos, para el mundo. Se convierte en Emmanuel, es decir: en “Dios-con-nosotros”. Es Sol, es Luz, Justicia que ilumina, Consuelo y Fortaleza, Pañuelo inmenso para enjugar todas las lágrimas.

Apresúrate, Señor Jesús, y no tardes. Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador! Ven y juega un rato, Señor, conmigo. Que me sienta en mi hogar cuando, interrumpiendo el juego, me digas: “a dormir” e inmediatamente me ponga a descansar en tu regazo. Al despertar, encontraré escrita la palabra amor en todas partes, porque de verdad el amor habrá echado raíces en el corazón las personas. “Ven, luz verdadera. Ven, vida eterna. Ven, misterio escondido. Ven, tesoro sin nombre. Ven, luz sin declive. Ven, despertador de los dormidos…”                                    

San Simón el Nuevo Teólogo

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Por más que leamos el evangelio de este último domingo de Adviento, no deja de sorprender. Que Dios hable con el hombre pertenece a la esencia misma de su hechura: lo creó para dialogar con él cara a cara como es habitual entre amigos y ganarse su confianza. Ahí están los paseos de Dios con Adán, al caer la tarde, en el paraíso de la gracia aún no perdida. Y ahí están los textos bíblicos confirmando diálogos de Dios con el hombre, ya caído en pecado, que expresan hasta qué punto cuenta con él, discute y lucha, conversa y calla, seduce y se deja conquistar por los justos y sencillos. Dios ha hecho al hombre para el diálogo, porque el mismo Dios en su comunión trinitaria dialoga entre sí. También en esto, el hombre es imagen y semejanza suya.

Pero que Dios dialogue, en la cámara secreta de una virgen, solicitando un sí, libre y obediente, para que su Hijo tome nuestra carne y se una para siempre a nuestro destino, sobrepasa toda comprensión y medida de nuestra lógica. Porque aquí, en este diálogo entre Gabriel y María, Dios hace depender su plan salvador del sí de una mujer que lo pronuncia en la plena libertad que le otorga la gracia. Este diálogo, para el que Dios ha preparado desde toda la eternidad a María, indica el grado de confianza que Dios concede al hombre que se deja amar por Él. Dios pidiendo favores; mendigando un sí; buscando complicidad para su obra. ¿Quién podrá mantener la tesis de que Dios no se fía del hombre, o se distancia de él, o le destierra de su lado? ¿Cómo no entender que, desde toda la eternidad, Dios ha querido ser hombre y que en la plenitud de los tiempos quiso ser conocido como el nacido de mujer?

Más aún. Para hacer los mundos, la primera creación, bastó una palabra suya, rotunda y poderosa, dirigida a la nada o al caos informe: Hágase. Y la luz, las aguas, la tierra y las luminarias del cielo, los animales y el hombre fueron hechos. La creación quedó concluida. Ahora, cuando llega el momento de la nueva y segunda creación, Dios dialoga con una virgen llamada María, y le pide que sea ella quien pronuncie el hágase de los nuevos orígenes; un hágase que sonaría en los oídos de Dios como un eco, pobre y humilde, virginal y obediente, dicho en la fe, de aquel primer hágase que constituyó los mundos. Cuando el hágase en mí según tu palabra resonó en lo más alto del cielo, Dios consumó su diálogo con el hombre, y le habló para siempre su Palabra, el Verbo; y se lo dio a una Virgen que con su sí abrió las puertas de su seno a la nueva creación que es Jesucristo.

¿Y habrá quien piense aún que Dios no se fía del hombre?

César Franco

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El tercer domingo de Adviento se llama domingo «de la alegría» y marca el paso de la primera parte, prevalecientemente austera y penitencial, del Adviento a la segunda parte dominada por la espera de la salvación cercana. El título le viene de las palabras «Estad siempre alegres» (gaudete) que se escuchan al inicio de la Misa: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca» (Filipenses, 4,4-5). Pero el tema de la alegría invade también el resto de la liturgia de la Palabra. En la primera lectura oímos el grito del profeta: «Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios». El Salmo responsorial es el Magnificat de María, intercalado del estribillo: «Me alegro con mi Dios». La segunda lectura, finalmente, comienza con las palabras de Pablo: «Hermanos: Estad siempre alegres».

Ser felices es tal vez el deseo humano más universal. Todos quieren ser felices. El poeta alemán Schiller cantó este anhelo universal al gozo en una poesía que después Beethoven inmortalizó, haciendo el famoso Himno a la Alegría que concluye la Novena Sinfonía. También el Evangelio es, a su modo, un largo himno a la alegría. El nombre mismo «evangelio» significa, como sabemos, feliz noticia, anuncio de alegría. Pero el discurso de la Biblia sobre la alegría es un discurso realista, no idealista ni veleidoso. Con la comparación de la mujer que da a luz (Juan 16,20-22), Jesús nos ha dicho muchas cosas. El embarazo no es en general un período fácil para la mujer. Es más bien un tiempo de molestias, de limitaciones de todo tipo: no se puede hacer, comer ni llevar puesto lo que se desea, ni ir adonde se quiera. Sin embargo, cuando se trata de un embarazo deseado, vivido en un clima sereno, no es un tiempo de tristeza, sino de alegría. El porqué es sencillo: se mira adelante, se pregusta el momento en que se podrá tener en brazos a la propia criatura. He oído a varias madres decir que ninguna otra experiencia humana se puede comparar a la felicidad que se experimenta al convertirse en madre.

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CINCO PANES Y DOS PECES

Este breve libro nos introduce en la experiencia de monseñor Van Thuân, testigo de Jesús desde la cárcel.
A partir de fragmentos del mensaje del Papa para la Jornada Mundial de la Juventud de 1997, el autor nos presenta siete reflexiones dirigidas especialmente a los jóvenes. En ellas, bajo el título evocador de Cinco panes y dos peces, nos ofrece su testimonio sobre la importancia de vivir el momento presente, la elección de Dios, la oración, la Eucaristía, el amor con la medida de Jesús, la maternidad de María y cómo renovar el mundo siguiendo a Cristo.

 


thuanMonseñor François-Xavier Nguyên Van Thuân nace en 1928 en Hue, región central de Vietnam. Es ordenado sacerdote en 1953 y licenciándose en derecho canónico en Roma el año 1958. Obispo de Nhatrang de 1967 a 1975, ese año Pablo VI le nombra obispo coadjutor de Saigón, actualmente ciudad de Ho Chi-Minh. Algunos meses más tarde, con la llegada del régimen comunista es arrestado permaneciendo en la cárcel de 1975 a 1988, nueve de los cuales en régimen de aislamiento. Juan Pablo II le nombró Presidente del Pontificio Consejo de la Justicia y de la Paz y posteriormente le creó cardenal. «Ha fallecido un santo» explicó el obispo Gianpaolo Crepaldi, secretario de este mismo Consejo, al dar la noticia del fallecimiento del cardenal, el 16 de septiembre de 2002. De entre sus diversos libros están publicados «Plegarias de esperanza» (San Pablo, 1997), «El camino de la esperanza» (Città Nuova, 1992), publicado en ocho idiomas. «Testigos de esperanza», «Cinco panes y dos peces» y «El gozo de la esperanza» (Ciudad Nueva, Madrid).

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Una de las grandes estrellas de las narraciones de Adviento y de Navidad, Juan el Bautista, hace hoy su aparición en el escenario bíblico. Consideremos juntos algunos detalles de la vida de Juan y veamos por qué es tan buen modelo para nosotros. Juan Bautista no tenía pelos en la lengua. Decía lo que pensaba y lo que hacía falta. Hoy nos dirigiría palabras igualmente crudas: tocarían directamente los puntos débiles de nuestras vidas. Juan Bautista predicaba el arrepentimiento con credibilidad porque antes amaba la Palabra de Dios que había escuchado en el corazón de su propio desierto.

Escuchó, experimentó y vivió la palabra liberadora de Dios en el desierto. Su eficacia en el anuncio de esta palabra se debía al hecho de que su vida y su mensaje eran una sola cosa. La doblez es una de las cosas más desalentadoras que tenemos que afrontar en nuestras vidas. Cuántas veces nuestras palabras, nuestros pensamientos y nuestros gestos no son coherentes. Los verdaderos profetas de Israel nos ayudan a luchar contra toda forma de doblez.

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 ·    Santa María,  madre nuestra: Míranos como hijos, con ternura. 

·    Santa María, llena del espíritu: Enséñanos a ser templos vivos.

·    Santa María, sede de la sabiduría: Pidenos los dones del Espíritu.

·    Santa María, nueva Eva: Renuévanos a imagen de tu Hijo.

·    Santa María, mujer creyente: Contágianos de tu fe.

·    Santa María, esperanza nuestra: Sostennos en nuestra espera.

·    Santa María, madre de amor: Envuélvenos en tu misericordia.

·    Santa María, fuente de alegría: Vístenos de fiesta.

·    Santa María, reina de la paz: Haznos merecedores de tus premios.

·    Santa María, divina enfermera: Danos medicinas y actitudes samaritanas.

·    Santa María, Casa de la Palabra: Ábrenos la puerta.

·    María de los mil nombres: acércanos al misterio de Cristo.

·    Madre de la unidad: ayúdanos a vivir en paz, buscando todos a Cristo

·    Santa María de la urgencia: que no seamos tranquilos ni conformistas

·    Santa María del silencio: que sepamos escuchar la Palabra

·    Santa María, nueva oportunidad: ponnos de nuevo, delante de Jesús

·    Santa María de la ilusión:

   eleva el tono interior de nuestro ser, danos entusiasmo.

·    María, presencia en nuestra historia:

   regálanos a Cristo cada día

·    Santa María de cada día:

  ayúdanos a hacer lo ordinario de manera extraordinaria

·    María, Madre del Buen Consejo:

  guía nuestros pasos por el camino de la Verdad

·    María, mujer de los ojos de Dios:

 que miremos a cada persona como Dios la ve

·    Perfecta discípula de Cristo:

 ayúdanos a seguir a tu Hijo desde la propia vocación

·    Madre de todos los hombres: cuida especialmente de los más desvalidos

 

 

virgendeguadalupe

Santa María, tú que un día escuchaste la voz de Dios,

y abriste al corazón a su llamada,

 ¡enséñanos a escuchar!

Tú que escogiste el camino verdadero entre los que el mundo ofrece,

¡enséñanos a escoger!

Tú que sonríes en cada nuevo día sin temer el misterio del porvenir,

¡enséñanos a sonreír!

Tú que entregas tu corazón entero al corazón del Padre, sin vacilar,

¡enséñanos a esperar!

Tú que eres feliz en tu entrega sin nada recibir, nada esperar, ¡enséñanos a amar!

Tú que das testimonio del Amor, que preparas en la tierra la eternidad,

¡enséñanos a vivir en santidad!

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CREER PARA VER

Padre, en aquellos momentos en que cuestionan mi fe; dame serenidad y fuerza.

Señor, cuando yo mismo me pregunte quién soy y quién eres para mí; ayúdame a sentir Tu Amor.

Que crea, Padre, como el ciego, que confíe en Ti, que espere en Ti y que descubra quién eres en mi vida.

Que me aferre, Señor, al Padre que ama, que cuida y protege a sus hijos. Y me aleje de la imagen castigadora y distante del fariseo.

Porque al final siempre eres ternura, entrega y generosidad.

Que la oración sea mi agua de Siloé, que tu Palabra sea el encuentro en el camino,
que mi fe sea mi vista.

Que no se cierren mis ojos,
que vea al mirar, que me deje hacer por Ti como el ciego de Siloé.

Y que mi boca bendiga tu nombre por haber experimentado tu Amor recibido. Amén.

Víctor MB

diciembre 2008
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