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semilla

Tiempo ordinario: es el tiempo que va desde el Bautismo del Señor hasta la Cuaresma y desde Pentecostés hasta el Adviento. La Iglesia celebra el Misterio Pascual de Jesucristo vivo en nuestro mundo.

La energía de la tierra, húmeda, oscura y fría, ha reventado el trigo, por el tallo y la raíz, hacia la Vida.

Un sí a la vida, una acogida, pone en marcha un milagro. ¡Algo crece!

Unas manos abiertas son la tierra, la semilla escondida es el amor de un Dios, que todo lo renueva.

En la experiencia cotidiana de los días, en el ruido, el dolor y la alegría, en el proceso lento de los pueblos, alguien regala lo que nace entre sus manos: la bondad, la paz, la vida.

  

espigaTiempo ordinario… el tiempo de cada día, el del trabajo, la escuela, las idas y las venidas. Las prisas y los afanes desgastan nuestra energía.

Tiempo ordinario… el tiempo de cada día, el de las bombas, la guerra, la paz, la lucha, la vida. El dolor y el egoísmo quieren cerrar la alegría.

Tiempo ordinario… el tiempo de cada día, en el que Dios te busca, y camina en tu camino. Susurra en tus oídos, una Palabra de dicha.

¡Ábrele el corazón, deja que habite tu vida!, que pacifique tu casa, que de sentido a tus días. Que su amor te haga libre, gratuito, creativo.

 

Es siempre el misterio de Pascua el que se hace presente en cada jornada del tiempo ordinario, con la Eucaristía que es la Pascua cotidiana y consagra así cada fragmento del tiempo de la Iglesia como liturgia de alabanza y presencia salvadora de Cristo en medio de la comunidad.

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A San Pablo le llamamos apóstol, y lo es y de gran talla. No obstante, no fue uno de los doce escogidos por el Señor en Galilea. Nunca se encontró con el Maestro y probablemente ni se enteró que existiera, durante su estancia histórica. Su conocimiento fue posterior y de manera harto solemne. Hombre de gran categoría intelectual, licenciado en teología hebrea, diríamos hoy, hecho un master con el mejor teólogo de aquellos días, Gamaliel, de temperamento apasionado, cosa muy propia de la tribu a la que pertenecía, Benjamín, valiente y decidido como era, cuando tuvo noticia del movimiento que dentro del judaísmo surgía, alrededor de un galileo llamado Jesús, se opuso y se esforzó en suprimir lo que a él le parecía era una secta perniciosa. No se contentó con moverse impetuosamente por su país, sino que quiso viajar para extirpar de raíz lo que le parecía un mal. Un día, acompañado de gente de su confianza, partió para Damasco. Ningún texto dice que fueran a caballo, es más, los autores creen que es difícil suponer que así lo hiciera, que lo probable es que iban a pie. (No tiene importancia la injerencia errada de los artistas).

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Marchaba a encarcelar a los judíos seguidores del Señor. Lo que paso en el trascurso de ese viaje lo ha contado él más de una vez. Ocurrió un mediodía. Una potente luz le cegó y le hizo perder el equilibrio. Ya en tierra, él, que no sus acompañantes, escuchó que se le decía: ¿por qué me persigues?. Observad, que no se le preguntaba: ¿por qué persigues a los cristianos, o por qué lo haces a mis seguidores? No, la Persona que le hablaba, se identificaba con los suyos. Perseguir a los partidarios del Maestro galileo, era perseguirle a Él mismo. Se convenció al instante, los cambios importantes obedecen generalmente, más a intuiciones, que a sesudos razonamientos, no lo olvidéis.

 Marchó como pudo, pues no veía nada. En llegando a Damasco, siguió las indicaciones del Señor y de su siervo Ananías, se bautizó, pasó un tiempo de retiro espiritual en tierras del sur y volvió, ya convertido, a vivir de otra manera. Modifico sus convicciones, permaneció fiel a la Fe que le otorgó el bautismo, pero no perdió su temperamento valiente y su libertad interior. En un tiempo en que la organización de la vida social se centraba en las ciudades encerradas cada una en sí misma, él viajó de un extremo al otro del Imperio. No quiso arrebatar a nadie su trabajo, pero ejerció el apostolado de manera diferente. Observad que San Pedro fue primero obispo de Antioquía, más tarde de Roma, donde le sucedieron otros más, hasta llegar a nuestro Benedicto XVI. San Pablo, ¿de donde fue obispo?.

Los judíos temían las grandes masas de agua, pocos de entre ellos, por lo que se deduce de los textos, sabían nadar. Se movían a sus anchas por aquel charquito de Galilea al que, en su mundillo, se atrevían a llamarle mar. Navegar por el Mediterráneo lo dejaban para los pueblos vecinos. Él, Pablo, en cambio, lo convirtió en su autopista preferida. Durante su vida, tres veces naufragó, fue apaleado, apedreado, encarcelado, un sinfín de aventuras llenaron su vida. La tradición y la misma arqueología, afirman que murió y fue enterrado en Roma. Su sepulcro está bajo el altar de la basílica “extra muros”, que recibe su nombre, a donde este año peregrinan muchos.

 

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De la Iglesia de Dios en Gaza a los queridos santos de Palestina y de todo el mundo:
  

Desde el valle de las lágrimas, desde Gaza bañada en su sangre, una sangre que ha sofocado la felicidad en el corazón de un millón y medio de habitantes, os dirijo estas palabras de fe y esperanza. No utilizaré la palabra «amor», esa palabra se ha quedado atragantada incluso en nuestras gargantas de cristianos. Los sacerdotes de la Iglesia levantan el estandarte de la esperanza para que Dios se apiade y compadezca de nosotros dejando para Él un resto en Gaza, y de esta forma no se apague la lámpara del cristianismo que encendió, en los comienzos de la Iglesia, el diácono Felipe. Que la compasión de Cristo eleve nuestro amor a Dios, aunque en estos momentos se encuentre en un «estado crítico».

gaza-inocentes1 Desde mi corazón de sacerdote y párroco os pido que recéis por el alma de nuestra hija, nuestra querida hija de la escuela de la Sagrada Familia, la primera cristiana fallecida en esta guerra: Cristina Wadi al-Turk. Murió la mañana del sábado 2 de enero de 2009 a causa del miedo y del frío. Las ventanas de su casa estaban abiertas para proteger a los niños del efecto de la onda expansiva en los cristales. Los cohetes pasaban por encima de su casa, afectando a todos los vecinos y haciendo que todo se moviera amenazadoramente. No pudo soportar todo eso y se fue a quejarse al Creador y a pedirle una nueva casa y un refugio donde no hubiera llanto ni cohetes, ni gemidos sino alegría y felicidad.

Queridos hermanos en Cristo, lo que veis en vuestras pantallas de televisión y lo que oís no es en absoluto todo el sufrimiento real por el que está pasando nuestro pueblo de Gaza. Ni la televisión ni la radio pueden transmitir en toda su amplitud lo que está pasando en nuestra tierra. El asedio de Gaza es un huracán que crece por momentos hasta convertirse en un crimen contra la humanidad. El pueblo de Gaza hoy, lleva su tragedia al juicio de la conciencia de cada hombre «de buena voluntad». El tiempo venidero será el tiempo del juicio justo de Dios.

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Termina el tiempo de Navidad. Y las lecturas de este domingo nos abren al misterio de Jesús. Ya no es un niño en un pesebre. Ni siquiera es un jovenzano que ayuda a su padre en los duros trabajos que un artesano de Galilea de aquel tiempo tenía que hacer para poder malamente sobrevivir (no podemos pensar en el carpintero de hoy, la vida en aquellos tiempos era muy dura).
Ahora ya es un hombre y toma las riendas de su vida. No le llevan sus padres al templo. Es él quien se acerca a Juan, que vive en el desierto, apartado de todos, lejos de los caminos habituales de la gente, para que le bautice.

El Bautismo de Jesús marca un antes y un después en su vida. Para que los que no terminan de creer en la encarnación, el Bautismo no es más que una escena para la galería. El objetivo sería que nosotros comprendiésemos la importancia del sacramento del Bautismo. Pero la encarnación no es un puro revestirse Dios de una forma humana. La encarnación es asumir el ser persona humana en todas sus dimensiones y con todas sus consecuencias. Como cualquier persona tuvo que hacer su itinerario personal hacia la madurez. Y el Bautismo marca un hito en ese camino.

Es el momento en que deja atrás un estilo de vida y comienza lo que se ha dado en llamar su vida pública: el tiempo en que con su palabra y con sus gestos va a predicar el Reino, va a hacer presente el amor de Dios entre los hombres y mujeres de su tiempo. Lo que haga en ese tiempo le llevará a su definitivo enfrentamiento con las autoridades civiles y religiosas del momento. En definitiva, le llevará a la cruz, supremo testimonio de su auto-reconocimiento como hijo de Dios que pone toda su confianza, toda su vida, en las manos del Padre.

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A veces me preocupa vivir dándote por sentado. Nos vamos conociendo, y me es familiar tu palabra. Sé que hablas del prójimo, y puedo repetir de memoria tus bienaventuranzas. Veo tu cruz en dibujos y cuadros. Rezo con ella. Voy a misa, y a veces el rito me es tan familiar que se me va la cabeza a mil cosas.

No es mala voluntad, sino la confianza, que es así. Pero hoy me pregunto si no te me estarás volviendo tan habitual que dejo de percibir la forma, siempre distinta, en que tu evangelio puede sacudirme.

 Y es que tu palabra, viva en Jesús, susurrada por tu espíritu, recogida en la Biblia y transmitida en la historia, no deja de ser como un río embravecido que se puede saltar cualquier defensa. Una parábola que atraviesa el tiempo para hablar de mí. Una declaración de amor que me sacude, porque siento que acuna mi flaqueza. Un grito de envío que me lanza a las gentes, para curar, compartir y amar…

Tu palabra también puede provocar; exige, invita, llama… me enfrenta con mis contradicciones. Me asusta si me veo demasiado incapaz de seguirte. O me inquieta si intuyo en el camino dificultad o renuncia.

Una revelación que ilumina mis incertidumbres o que me llena de alegría. Por eso te pido que me ayudes a seguir escuchando. Para que no te me conviertas en hábito o ruido de fondo. Para que tu evangelio sea siempre buena noticia que habla de los otros, de ti, de mi, de todo…

Es una palabra que habla de seguimiento y radicalidad, de pasión y entrega, de muerte y de Vida. Una palabra hermosa y difícil.

Por eso te pido que no me dejes domesticarla. No me permitas poner sordina a tu voz en mis oídos. No me dejes defenderme ni excusarme. Dame valentía para dejar que tu palabra cale hondo, para vivirte en serio, para dejar que tu amor me desnude un poco, para darme a tu manera.

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Juan Pablo II (1978-2005)

JÓVENES de todo el mundo, ¡en el camino de la vida cotidiana podéis encontrar al Señor!…  Ésta es la dimensión fundamental del encuentro: no hay que tratar con algo, sino con Alguien, con «el que Vive»… Aprended a escuchar de nuevo, en el silencio de la oración, la respuesta de Jesús: «Venid y veréis».

Vivimos en una época de grandes transformaciones, en la que declinan rápidamente ideologías que parecía que podían resistir el desgaste del tiempo, y en el planeta se van modificando los confines y las fronteras. Con frecuencia la humanidad se encuentra en la incertidumbre, confundida y preocupada, pero la Palabra de Dios no pasa; recorre la historia y, con el cambio de los acontecimientos, permanece estable y luminosa. La fe de la Iglesia está fundada en Jesucristo, único salvador del mundo: ayer, hoy y siempre .

Es verdad: Jesús es un amigo exigente que indica metas altas, pide salir de uno mismo para ir a su encuentro, entregándole toda la vida: «quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35). Esta propuesta puede parecer difícil y en algunos casos incluso puede dar miedo. Pero – os pregunto – ¿es mejor resignarse a una vida sin ideales, a un mundo construido a la propia imagen y semejanza, o más bien buscar con generosidad la verdad, el bien, la justicia, trabajar por un mundo que refleje la belleza de Dios, incluso a costa de tener que afrontar las pruebas que esto conlleva?

¡Abatid las barreras de la superficialidad y del miedo! Reconociéndoos hombres y mujeres «nuevos», regenerados por la gracia bautismal, conversad con Jesús en la oración y en la escucha de la Palabra; gustad la alegría de la reconciliación en el sacramento de la Penitencia; recibid el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía; acogedlo y servidle en los hermanos. Descubriréis la verdad sobre vosotros mismos, la unidad interior y encontraréis al «Tú» que cura de las angustias, de las preocupaciones, de aquel subjetivismo salvaje que no deja paz.

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La Epifanía es la historia de un viaje de ida y vuelta. Dios vino a los suyos en pobreza y debilidad y los suyos no lo reconocieron ni lo recibieron. Este viaje es la Epifanía, la manifestación de Dios a los hombres. La vida del creyente es también la historia de un viaje, un viaje al encuentro de Dios. Si Dios sale a mi encuentro, yo también tengo que salir a su encuentro. Navidad es la cita del amor de Dios con cada uno de nosotros. Navidad es el viaje de Dios que sale a nuestro encuentro. ¿Hay sitio en tu corazón? ¿Estoy dispuesto a acudir a la cita del amor?

 

Todos de pequeños hemos jugado a lanzar piedras en algún estanque o algún lago. ¿Quién lanzaba la piedra más lejos? ¿Quién hacía más ondas? Jesús fue, por así decir, como una piedra lanzada en el Oriente. La primera onda alcanzó a los judíos. La segunda onda a los gentiles. La tercera y la cuarta… hasta llegar a nosotros. Y hasta que la última llegue a toda la humanidad y conecte con el acontecimiento Cristo. Ondas de amor y de luz emanan de la piedra Cristo y alcanzan a muchos hombres.

 

Este evangelio de los Magos debiera ser el evangelio de nuestra historia personal. No basta que digas: ¡qué hermosa la historia de los tres Reyes Magos!. ¡Qué suerte la de los tres Reyes guiados por la estrella!. ¡Qué suerte la de Jesús que le ofrecieron oro, incienso y mirra! No, tienes que dejarte tocar por el evangelio. Mi vida es una eterna pregunta: ¿Dónde está el Rey que ha nacido para ir a adorarle? Mi vida es esta búsqueda y este viaje hacia Dios. Búsqueda a pesar de las dificultades del camino, a pesar de que la estrella se oculte, a pesar de que la vida no me sonríe, a pesar de que el mundo parece hundirse, a pesar de los escándalos y las traiciones…

 

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Los Magos hicieron un largo viaje, la cita era en Belén, la cita era con el Rey, el jefe, el pastor de Israel, con un niño recién nacido. Los Magos que no tenían ni los profetas, ni las promesas, ni las tradiciones, ni la esperanza de un Mesías… se pusieron a viajar en busca de Dios. Los Magos, unos extranjeros, vinieron a enseñar a los judíos una estrella que brillaba en su propio cielo y no la habían visto. Los Magos, unos sacerdotes paganos, vinieron a enseñar a los judíos, los herederos, que el Señor ya había viajado hasta nosotros.

 

Los judíos, los sacerdotes, los escribas y Herodes siguieron estudiando la Biblia, pero no se pusieron en camino. Nunca hicieron el viaje al lugar de la cita, Belén, a la cita con Jesús. Los profesionales de la religión no encontraron al Dios de la vida. Su libro santo no les sirvió de nada. Porque Jesús no es un libro, es el Salvador. Más tarde estos profesionales rechazaron y mataron a Jesús y a sus seguidores.

 

Hermanos, hay que viajar al lugar de la cita del amor y con el amor. Hay que viajar y preguntar el camino como los Magos y no descansar hasta encontrar al Rey. Hay que viajar, sin regresar a los Herodes, que quieren matar el amor de Dios que llevamos todos dentro.  Hay que viajar al encuentro del Dios que nos ha visitado en su hijo. Hay que viajar sin maletas, con el corazón abierto para adorar a Dios.

 

«Hemos visto su estrella y venimos a adorarlo».

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El Evangelio de la Navidad nos muestra con los pastores y con María cuál debe ser nuestra respuesta y nuestra actitud ante el pesebre de Cristo. Los pastores personifican la respuesta de fe ante el anuncio del misterio. Dejan «sin demora» su rebaño, interrumpen su descanso; todo pasa a un segundo plano frente a la invitación de Dios; María personifica la actitud contemplativa y profunda de quien, en silencio, contempla y adora el misterio: «María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón». Jesucristo eligió la pobreza; hay en ella un valor y una esperanza.  

La Navidad nos aparece en él como la fiesta del amor que se hace pobre por nosotros. El rey del cielo nace «en una gruta en el frío y en el hielo»; al creador del mundo «le faltan paños y fuego». Esta pobreza nos conmueve, sabiendo que fue el amor el que hizo pobre al Hijo de Dios. Se expresa el significado de la Navidad que el apóstol Pablo encerraba en las palabras: «Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (2 Co 8,9).

Hay infinitas formas de pobreza que, al menos una vez al año, vale la pena recordar, para no quedarnos siempre en la pobreza de los bienes materiales. Existe la pobreza de afectos, la pobreza de educación, la pobreza de quien ha sido privado de lo que le era más querido en el mundo, la pobreza de la esposa rechazada por el marido o del marido rechazado por la esposa; la pobreza de los esposos que no han podido tener hijos, de quien debe depender físicamente de otros. La pobreza de esperanza, de alegría. Finalmente la peor pobreza de todas, que es la pobreza de Dios.

Existen pobrezas, propias y ajenas, contra las cuales hay que luchar con todas las fuerzas, porque son pobrezas malas, deshumanizadoras, no queridas por Dios, fruto de la injusticia de los hombres; pero hay muchas formas de pobreza que no dependen de nosotros. Con estas últimas debemos reconciliarnos, no dejarnos aplastar por ellas, sino llevarlas con dignidad.

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Queridos hermanos y hermanas, este año se cierra con la conciencia de una crisis económica y social creciente, que interesa ya al mundo entero; una crisis que pide a todos más sobriedad y solidaridad para venir en ayuda especialmente de las personas y de las familias con dificultades más serias. La comunidad cristiana se está ya empeñando, y sé que la Cáritas diocesana y las demás organizaciones benéficas hacen lo posible, pero es necesaria la colaboración de todos, porque nadie puede pensar en construir por sí solo la propia felicidad. Aunque en el horizonte van apareciendo no pocas sombras en nuestro futuro, no debemos tener miedo. Nuestra gran esperanza como creyentes es la vida eterna en la comunión de Cristo y de toda la familia de Dios. Esta gran esperanza nos da la fuerza de afrontar y de superar la las dificultades de la vida en este mundo. La presencia maternal de María nos asegura esta noche que Dios no nos abandona nunca, si nos confiamos a Él y seguimos sus enseñanzas.

Queridos jóvenes, no tengáis miedo de la tarea apostólica que el Señor os confía, no dudéis en elegir un estilo de vida que no siga la mentalidad hedonista actual. El Espíritu Santo os asegura la fuerza necesaria para dar testimonio de la alegría de la fe y de la belleza de ser cristianos. Las crecientes necesidades de la evangelización requieren numerosos obreros en la viña del Señor: no dudéis en responderle con prontitud si Él os llama. La sociedad necesita ciudadanos que no se preocupen sólo de sus propios intereses, porque, como recordé el día de Navidad, “el mundo va a la ruina si cada uno piensa sólo en sí mismo”.

De la Homilía en las Primeras Vísperas del 31 de diciembre

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Hay una pobreza, una indigencia, que Dios no quiere y que hay que “combatir”; una pobreza que impide a las personas y a las familias vivir según su dignidad; una pobreza que ofende a la justicia y a la igualdad y que, como tal, amenaza la convivencia pacífica. En esta acepción negativa entran también las formas de pobreza no material que se encuentran incluso en las sociedades ricas o desarrolladas: marginación, miseria relacional, moral y espiritual.

Es oportuno entonces intentar establecer un “círculo virtuoso” entre la pobreza “que elegir” y la pobreza “que combatir”. Aquí se abre una vía fecunda de frutos para el presente y para el futuro de la humanidad, que se podría resumir así: para combatir la pobreza inicua, que oprime a tantos hombres y mujeres y amenaza la paz de todos, es necesario redescubrir la sobriedad y la solidaridad, como valores evangélicos y al mismo tiempo universales. Más concretamente, no se puede combatir eficazmente la miseria, si no se hace lo que escribe san Pablo a los Corintios, es decir, si no se intenta “hacer igualdad”, reduciendo el desnivel entre quien derrocha lo superfluo y quien no tiene siquiera lo necesario. Esto comporta elecciones de justicia y de sobriedad, elecciones por otra parte obligadas por la exigencia de administrar sabiamente los limitados recursos de la tierra. Cuando afirma que Jesucristo nos ha enriquecido “con su pobreza”, san Pablo nos ofrece una indicación importanteno solo desde el punto de vista teológico, sino también en el plano sociológico. No en el sentido de que la pobreza sea un valor en sí mismo, sino porque es condición para realizar la solidaridad. Cuando Francisco de Asís se despoja de sus bienes, hace una elección de testimonio inspirada directamente por Dios, pero al mismo tiempo muestra a todos el camino de la confianza en la Providencia. Así, en la Iglesia, el voto de pobreza es el compromiso de algunos, pero nos recuerda a todos la exigencia de no apegarse a los bienes materiales y el primado de las riquezas del espíritu. He aquí el mensaje que se ofrece hoy: la pobreza del nacimiento de Cristo en Belén, además de objeto de adoración para los cristianos, es también escuela de vida para cada hombre. Ésta nos enseña que para combatir la miseria, tanto material como espiritual, el camino qe recorrer es la solidaridad, que ha empujado a Jesús a compartir nuestra condición humana.

De la Homilía de la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2009

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CREER PARA VER

Padre, en aquellos momentos en que cuestionan mi fe; dame serenidad y fuerza.

Señor, cuando yo mismo me pregunte quién soy y quién eres para mí; ayúdame a sentir Tu Amor.

Que crea, Padre, como el ciego, que confíe en Ti, que espere en Ti y que descubra quién eres en mi vida.

Que me aferre, Señor, al Padre que ama, que cuida y protege a sus hijos. Y me aleje de la imagen castigadora y distante del fariseo.

Porque al final siempre eres ternura, entrega y generosidad.

Que la oración sea mi agua de Siloé, que tu Palabra sea el encuentro en el camino,
que mi fe sea mi vista.

Que no se cierren mis ojos,
que vea al mirar, que me deje hacer por Ti como el ciego de Siloé.

Y que mi boca bendiga tu nombre por haber experimentado tu Amor recibido. Amén.

Víctor MB

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