A San Pablo le llamamos apóstol, y lo es y de gran talla. No obstante, no fue uno de los doce escogidos por el Señor en Galilea. Nunca se encontró con el Maestro y probablemente ni se enteró que existiera, durante su estancia histórica. Su conocimiento fue posterior y de manera harto solemne. Hombre de gran categoría intelectual, licenciado en teología hebrea, diríamos hoy, hecho un master con el mejor teólogo de aquellos días, Gamaliel, de temperamento apasionado, cosa muy propia de la tribu a la que pertenecía, Benjamín, valiente y decidido como era, cuando tuvo noticia del movimiento que dentro del judaísmo surgía, alrededor de un galileo llamado Jesús, se opuso y se esforzó en suprimir lo que a él le parecía era una secta perniciosa. No se contentó con moverse impetuosamente por su país, sino que quiso viajar para extirpar de raíz lo que le parecía un mal. Un día, acompañado de gente de su confianza, partió para Damasco. Ningún texto dice que fueran a caballo, es más, los autores creen que es difícil suponer que así lo hiciera, que lo probable es que iban a pie. (No tiene importancia la injerencia errada de los artistas).
Marchaba a encarcelar a los judíos seguidores del Señor. Lo que paso en el trascurso de ese viaje lo ha contado él más de una vez. Ocurrió un mediodía. Una potente luz le cegó y le hizo perder el equilibrio. Ya en tierra, él, que no sus acompañantes, escuchó que se le decía: ¿por qué me persigues?. Observad, que no se le preguntaba: ¿por qué persigues a los cristianos, o por qué lo haces a mis seguidores? No, la Persona que le hablaba, se identificaba con los suyos. Perseguir a los partidarios del Maestro galileo, era perseguirle a Él mismo. Se convenció al instante, los cambios importantes obedecen generalmente, más a intuiciones, que a sesudos razonamientos, no lo olvidéis.
Marchó como pudo, pues no veía nada. En llegando a Damasco, siguió las indicaciones del Señor y de su siervo Ananías, se bautizó, pasó un tiempo de retiro espiritual en tierras del sur y volvió, ya convertido, a vivir de otra manera. Modifico sus convicciones, permaneció fiel a la Fe que le otorgó el bautismo, pero no perdió su temperamento valiente y su libertad interior. En un tiempo en que la organización de la vida social se centraba en las ciudades encerradas cada una en sí misma, él viajó de un extremo al otro del Imperio. No quiso arrebatar a nadie su trabajo, pero ejerció el apostolado de manera diferente. Observad que San Pedro fue primero obispo de Antioquía, más tarde de Roma, donde le sucedieron otros más, hasta llegar a nuestro Benedicto XVI. San Pablo, ¿de donde fue obispo?.
Los judíos temían las grandes masas de agua, pocos de entre ellos, por lo que se deduce de los textos, sabían nadar. Se movían a sus anchas por aquel charquito de Galilea al que, en su mundillo, se atrevían a llamarle mar. Navegar por el Mediterráneo lo dejaban para los pueblos vecinos. Él, Pablo, en cambio, lo convirtió en su autopista preferida. Durante su vida, tres veces naufragó, fue apaleado, apedreado, encarcelado, un sinfín de aventuras llenaron su vida. La tradición y la misma arqueología, afirman que murió y fue enterrado en Roma. Su sepulcro está bajo el altar de la basílica “extra muros”, que recibe su nombre, a donde este año peregrinan muchos.
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