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El icono de Rublyov, precioso, representa a las Tres personas de la Santísima Trinidad. Un niño contemplándolo dijo: “¡Cómo se quieren estas personas!”. Las tres personas forman un círculo de amor, que está abierto por abajo para que nos llegue a nosotros su entrega y podamos entrar en su intimidad. Dios Trinidad, o Dios Amor, se nos presenta como un amigo ante quien nos atrevemos a ser como somos. Con él respiramos libremente. Nos comprende. Podemos estar callados ante él, no pasa nada. Nos quiere. Nos protege. Podemos llorar con él, reír, cantar, amar. Allí donde estemos nos ve, nos conoce, nos ama. 

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: “Tú eres mi bien.” El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano. Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.

Salmo 15

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San José es un santo muy popular. Cuántos hombres y mujeres llevan, desde el Bautismo,  el nombré de José.  En muchas partes, la fiesta de San José ha sido elegida por las familias como Día del Padre”. No es hora de quejarse por los ecos comerciales que se agolpan en torno a esta fecha. Miremos con ojos cristianos, limpios; es una ocasión de renovar cariños, respetos y amores filiales. No olvidemos, además, que San José es el Patrono de la Iglesia universal.

A la figura de San José, aun en su silencio, el Evangelio le atribuye una importancia grande. Es precisamente a través de San José como Jesús aparece de la descendencia de David. Y el pueblo judío sabía que el Mesías debería descender del linaje de David.

No todo le fue fácil. María esperaba un hijo cuyo origen divino José ignoraba. Por eso, ante el misterio, como buen judío, decide retirarse. Además, ama a María, sabe que es honrada, y no quiere dar ocasión de entregarla a la ley implacable. Con razón el Evangelio le llama, escuetamente, “justo”. Sólo la intervención del ángel rasga el velo de sus dudas. «Es obra del Espíritu Santo». Le pondrá por nombre Jesús, será su padre legal y sabe que su misión es salvar a su pueblo. Van encajando todas las piezas. Ahora lo entiende.

José es el ejemplo de fe y confianza en Dios. “Hizo lo que le mandó el ángel”. Escucha sin comprender, obedece sin saber el sentido: “No temas en recibir a María, huye a Egipto, vuelve”. Está siempre abierto a la sorpresa de la fe. Se mantiene fuerte en los momentos de la duda y las dificultades.

¿Cuántas veces nos resulta espeso el silencio de Dios? ¿Cuántas veces gritamos “por qué”? San José nos invita a confiar. Seguro que llegará la luz. Con razón, la liturgia le canta a San José: “Servidor fiel y prudente”.

 

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Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo veré el rostro de Dios? Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Tiene sed de Dios del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío.

Salmo 41

La búsqueda de Dios es apasionada, gozosa; siempre florece en los que están enamorados de un Dios que nos ha tocado el corazón con su hermosura. Está llena de imágenes, de colorido, de frescura, de luz; está llena de vida. Muchos orantes la han convertido en un gemido vivo. San Agustín y San Juan de la Cruz nos prestan sus palabras: “Exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por Ti. Gusté de Ti, y siento hambre y sed. Me tocaste, y me abraso en tu paz”. “¿Adónde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido? Salí tras ti corriendo…”. Si no estamos así de enamorados, digamos al menos, que nos gustaría estarlo para buscar a Dios como “busca la cierva las corrientes de agua”.

Llama al Espíritu y pídele su luz y verdad, para que te guíen en la vida de cada día. Únete a todos los enamorados de Dios y di con ellos: “Mi alma tiene sed de ti, Dios vivo”, “mi alma te busca a ti, Dios mío”. Acércate a Dios con gozo, pues es el Dios de tu alegría y cántale al son de la cítara de tu corazón.

A veces buscamos a Dios con tan pocas ganas que cualquier dificultad es un enorme impedimento que nos cierra el paso. Buscarlo hoy, cuando tanta gente está de vuelta, con pasión, con gozo, unido a los hermanos y hermanas, puede ser una aventura apasionante.

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Vivir con pasión el amor al Señor y a todos es la clave del Evangelio. Pasión que no significa, ni mucho menos, fanatismo y, menos aún, hacer uso de ningún tipo de violencia, sino que verdaderamente nos creamos lo que significa Jesús, como Nuevo Templo de Dios.

 Tenemos siempre el peligro de aguar el Evangelio, es decir, de que perdamos parte de su significado como sal y luz. A Jesús le duele, sobre todo, nuestra falta de coherencia, nuestra falta de entrega o que no nos tomemos en serio lo más radical e importante del Evangelio, que no es otra cosa que vivirlo todo desde el amor de Dios y el servicio de los hermanos. Cuando es mi criterio y no el de Jesús, cuando es mi opinión y no la de Iglesia, cuando yo me convierto en la norma de todo, entonces puedo convertir la casa del Señor en un mercado donde todo vale y, sobre todo, acabo negociando con lo más justo y sagrado que tiene el Evangelio, el Templo de Dios que es Jesús, y los templos que son los corazones de los hermanos. Cuando no se ama, cuando no nos importa nada ni nadie, entonces, es mucho el daño que hacemos convirtiendo todo en un mercado, donde podemos comprar y vender, incluso negociando con las cosas de Dios. Sólo una verdadera conversión nos hace salir de nuestros egoísmos e intereses humanos.

Sólo la llamada profunda a dejar que sea la palabra de Dios la referencia de nuestra vida y la caridad la que nos impulse a entregarnos sin medida a los que sufren, haría que nuestra vida tenga el sello de autenticidad del Evangelio. Es muy conveniente y necesario tomarnos en serio el Evangelio, el seguimiento de Jesús, y vivir la caridad para que el espíritu de la Cuaresma impregne toda nuestra vida del gozo del Evangelio.

Lo más grave de nuestra vida es pensar y vivir como si la misma ya no tuviese solución. Es necesario recuperar la convicción de que todo lo puedo en Aquel que me conforta, como decía san Pablo. De manera especial, tenemos que pedirle al Señor que arroje de nuestro corazón todo aquello que anida en nosotros y que nos impide crecer en el Amor.

 Francisco Cerro

EVANGELIO III DOMINGO DE CUARESMA: Juan 2, 13-25

giotto-expulsion-temploEn aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: El celo de tu casa me devora.
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?» Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero Él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque Él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Queridos Hermanos en el ministerio episcopal:

papa_benedicto_xviLa remisión de la excomunión a los cuatro Obispos consagrados en el año 1988 por el Arzobispo Lefebvre sin mandato de la Santa Sede, ha suscitado por múltiples razones dentro y fuera de la Iglesia católica una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo.

Muchos Obispos se han sentido perplejos ante un acontecimiento sucedido inesperadamente y difícil de encuadrar positivamente en las cuestiones y tareas de la Iglesia de hoy. A pesar de que muchos Obispos y fieles estaban dispuestos en principio a considerar favorablemente la disposición del Papa a la reconciliación, a ello se contraponía sin embargo la cuestión sobre la conveniencia de dicho gesto ante las verdaderas urgencias de una vida de fe en nuestro tiempo. Algunos grupos, en cambio, acusaban abiertamente al Papa de querer volver atrás, hasta antes del Concilio. Se desencadenó así una avalancha de protestas, cuya amargura mostraba heridas que se remontaban más allá de este momento. Por eso, me siento impulsado a dirigiros a vosotros, queridos Hermanos, una palabra clarificadora, que debe ayudar a comprender las intenciones que me han guiado en esta iniciativa, a mí y a los organismos competentes de la Santa Sede. Espero contribuir de este modo a la paz en la Iglesia.

Continúa leyendo la Carta de S. S. Benedicto XVI a los obispos de la Iglesia Católica sobre la remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre. Entra  en este enlace a la página de la Santa Sede: 
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/letters/2009/documents/hf_ben-xvi_let_20090310_remissione-scomunica_sp.html
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La escena del Evangelio de este domingo transcurre en lo alto de una montaña. Jesús se transfigura ante Pedro, Santiago y Juan. Podemos empezar a pensar en lo que significó aquel momento pero quizá haga falta reflexionar en lo que sucedió antes de la transfiguración para comprenderla mejor.

Antes, dice el Evangelio, Jesús se llevó a los tres y subió con ellos solos “a una montaña alta”. Subir una montaña es un ejercicio fuerte. Físicamente nos puede dejar extenuados, agotados. A lo largo de la subida hay momentos en los que pensamos que ya no podemos más. Parece que las piernas se negasen a seguir avanzando. Hasta la mirada se nos cae y dejamos de mirar a lo alto. Ya sólo nos cabe mirar al metro justo de espacio que hay delante de nuestros pies. Se trata de dar el siguiente paso con la mayor firmeza posible, de no caernos. Se trata, en suma, de seguir adelante. No hay otro objetivo. No hay tiempo ni capacidad para mirar atrás y ver lo que se ha subido o contemplar el paisaje que se va formando a nuestra espalda según vamos subiendo más y más.

 Subir una montaña es un verdadero esfuerzo en el que la persona da todo lo que tiene. Incluso más de lo que ella misma piensa que tiene. De hecho, cuando se vive esa experiencia de agotamiento, aunque parezca increíble, se sigue caminando, se sigue adelante. Y se termina llegando a lo alto. Agotados, sin fuerzas, sin aliento, la persona se detiene por vez primera sabiendo que no hay más subida, que se ha terminado. Entonces, se contempla por primera vez la montaña, el paisaje, la altura. Todo se ve de otra manera. Es como si la subida hubiese supuesto una auténtica purificación. Por el camino se ha ido dejando todo lo que nos hacía difícil la subida. Desde lo alto se puede contemplar lo que desde abajo no se ve.

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lagrimas-san-pedro-el-greco-detalle1 “Me levantaré, iré a mi Padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”

¿Quién no ha metido la pata hasta el fondo alguna vez? Con uno mismo, con sus seres queridos, hasta con Dios… y sin que haya mucha excusa ni explicación. ¿Qué hacer ante ello?

Hay mucha gente que “lo soluciona” por su cuenta con Dios. Hay otra mucha que, como insistimos tanto en que Dios nos perdona todo, ha perdido la capacidad de percibir el mal causado… Hay quien lo identifica únicamente con incumplir normas, y quien cree que llamamos pecado a cosas que no lo son.

A veces hay que detenerse y pensar en aquello que, en nuestras vidas, supone una barrera en la relación con Dios, con nuestro mundo, con sus gentes o incluso con nosotros mismos. Aquello con lo que destruimos la voluntad de Dios para nosotros.

Decimos que pecamos “de pensamiento, palabra, obra…”. Y es verdad, algunas veces lo que pensamos, decimos o hacemos está mal. Hacemos daño a otros. (O se lo haríamos). Generamos dinámicas hirientes, con juicios a veces acerados e injustos (de pensamiento), con críticas mordaces (de palabra), negándonos a darles una oportunidad (de obra). Pecamos al convertirnos en el centro de nuestra vida, como si todo girase en torno a cada uno de nosotros. ¿No hay alguna vez que mis sentimientos se vuelven el único grito que oigo, mis deseos la única motivación y mis necesidades el único horizonte?

Tal vez en muchos casos no está tanto el acento en el tipo de vida que llevamos. Es fácil encontrarse con gente que, con honestidad, te dice que no siente que haga cosas muy malas…  Y puede ser que sea así. Pero es importante pensar no sólo en lo que hacemos, sino en lo que dejamos sin hacer.

Si por miedo o por indiferencia, desaprovechamos la vida. Si, por comodidad, no somos capaces de dar aquellos pasos que sentimos que tendríamos que dar. Si, por egoísmo, dejamos de tender una mano, decir una palabra que nos pueda implicar, abrazar una situación complicada… entonces tal vez esté ahí nuestro pecado.

“El que haya oído y no haya puesto en práctica es similar a aquel hombre que edificó su casa sobre arena”. (Lc 6, 49)

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A Dios le gusta la humildad, “porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad” (Santa Teresa). La vida nos presenta a menudo suficientes situaciones para instalarnos en la soberbia, para creernos mejores que los demás. Pero la vida nos ofrece también muchas oportunidades para ser humildes. La oración es una de ellas. Nos pone como discípulos ante Jesús. Lo que cuenta no es cómo nos vemos nosotros o como vemos a los demás; lo que cuenta es cómo nos ve y cómo nos quiere Dios.

Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. El Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes. (Salmo 25)

Aventúrate a ser guiado por Jesús, camina en su luz. Dile al Señor cada mañana que te enseñe sus caminos. No pierdas tiempo en intentar acomodar a Dios a tu vida; hazlo al revés y encontrarás el gozo. Lee con calma la Palabra de Dios. Es una forma excelente de aprender. Descúbrele al Señor tu pecado. También ahí quiere mostrar su ternura.

El Señor nos enseña a orar y a vivir. Oración y vida van juntas, se dan la mano.“Si estás en éxtasis y tu hermano te necesita, deja tu éxtasis y vete a prestar ayuda al hermano. El Dios que dejas es menos seguro que el Dios que encuentras” (Ruysbroeck). El Señor nos enseña a orar y a vivir de forma agradecida: “La vida me había tirado por tierra, pero el encuentro con Cristo me ha dado fuerzas para retomarla otra vez, agradecidamente… He aprendido a amar la vida desde que sé para qué vivo” (Edith Stein).

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En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»

Marcos 1, 12-15

Todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, después de haber buscado en vano por rincones y recodos el sentido de nuestras existencias, nos hemos sentado un poco con la cara vuelta hacia el río de la historia. Hemos dejado de buscar nuestro propio camino, para dejar que aquel que es el Camino, nos buscara. Hemos dejado de preguntar por nuestras inquietudes, para dejar que aquel que es la Verdad, nos inquietara con sus preguntas. Hemos dejado de vivir para nosotros mismos, para dejar que aquel que es la Vida, comenzara a comunicarnos una vida abundante que teníamos que regalar a los demás.

Esto es, precisamente, lo que vivió Jesús cuando se fue al desierto; detuvo un momento su camino y se dejó tocar por las preguntas que le lanzaba Dios a través de la vida de su pueblo. Fue en este contexto de silencio y soledad, donde fue descubriendo lo que su Padre le pedía. Fue allí donde sintió las pruebas y las tentaciones de volverse atrás. Fue allí donde encontró las fuerzas para salir a predicar por toda Galilea: «Ha llegado el tiempo, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias».

¿Estás dispuesto o dispuesta a sentarte un poco junto al camino de tu vida para dejar que las preguntas de Dios te asalten y te exijan respuestas? ¿De verdad quieres entrar un momento en la soledad y el desierto para encontrarte con Dios y con tus propias fragilidades? Eso es la Cuaresma.

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CREER PARA VER

Padre, en aquellos momentos en que cuestionan mi fe; dame serenidad y fuerza.

Señor, cuando yo mismo me pregunte quién soy y quién eres para mí; ayúdame a sentir Tu Amor.

Que crea, Padre, como el ciego, que confíe en Ti, que espere en Ti y que descubra quién eres en mi vida.

Que me aferre, Señor, al Padre que ama, que cuida y protege a sus hijos. Y me aleje de la imagen castigadora y distante del fariseo.

Porque al final siempre eres ternura, entrega y generosidad.

Que la oración sea mi agua de Siloé, que tu Palabra sea el encuentro en el camino,
que mi fe sea mi vista.

Que no se cierren mis ojos,
que vea al mirar, que me deje hacer por Ti como el ciego de Siloé.

Y que mi boca bendiga tu nombre por haber experimentado tu Amor recibido. Amén.

Víctor MB

marzo 2009
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