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«¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder?»

Ninguna pregunta me ha impresionado en la vida tanto como ésta. Solamente ha habido un Hombre en el mundo que podía responderme, planteando una nueva pregunta: «¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si luego se pierde a sí mismo? O, ¿qué podrá dar el hombre a cambio de sí?»

¡No he escuchado jamás dirigirme ninguna otra pregunta que me dejara tan cortada la respiración como ésta de Cristo! ¡Ningún hombre puede sentirse afirmado mejor, con la dignidad de quien tiene un valor absoluto que está por encima de cualquier logro suyo! ¡Nadie en el mundo ha podido jamás hablar así! Solamente Cristo se toma toda mi humanidad en serio. Es lo que llenaba de estupor a Dionisio el Areopagita (siglo V): «¿Quién podrá hablarnos del amor singular que tiene Cristo al hombre, desbordante de paz?».

Era una sencillez de corazón lo que me hacía sentir y reconocer como algo excepcional a Cristo, con esa certeza inmediata que produce la evidencia indiscutible e indestructible de ciertos factores y momentos de la realidad, que, cuando entran en el horizonte de nuestra persona, nos golpean hasta el fondo de nuestro corazón. Reconocer lo que es Cristo en nuestra vida afecta entonces por entero a la conciencia con la que vivimos: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».

 

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La experiencia de la resurrección de Jesús cambió radicalmente la vida de aquellos primeros discípulos. En el momento del arresto, del juicio y de la crucifixión, todos salieron corriendo. Todos tuvieron miedo. Todos sintieron temor de las autoridades judías. Por eso el Evangelio de este domingo empieza afirmando que los discípulos estaban en una casa “con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Temían ser detenidos si salían a la calle. Así de simple. 

Pero la resurrección de Jesús les abre a una vida nueva. Los que vivían en el temor, reciben el mensaje de la paz. Los que se habían encerrado en una casa con las puertas y ventanas cerradas –¿qué diferencia hay con una tumba?– son enviados a la vida a predicar la Buena Nueva del Reino. 

Los resultados de esa misión están a la vista en la primera y en la segunda lectura. Los creyentes, los que han experimentado que Jesús está vivo forman una comunidad diferente, viven de un modo diferente, se relacionan de una manera diferente: tienen todo en común, comparten los bienes, nadie pasa necesidad. Son verdaderos hermanos y hermanas, que participan todos en la mesa común. ¿No es eso el Reino llevado a la práctica? Es posible que la primera lectura sea más un sueño, un deseo, del autor de los Hechos de los Apóstoles, que una descripción de la vida real de aquella primera comunidad de discípulos. 

Pero ese sueño ha pervivido en la historia de la comunidad cristiana y ha seguido generando en muchos de los creyentes el deseo de hacerlo realidad. Es el sueño del Reino que, desde la fe, promueve una forma diferente de vivir, de relacionarse las personas. 

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Madre del Resucitado, mujer de entereza y fortaleza; Virgen de la fidelidad en medio del dolor y la muerte; lámpara que permaneciste encendida cuando muchas se apagaron; llama encendida que contagiaste ilusión; mujer valiente y orante que siempre creíste a tu Hijo.

LLENA NUESTRO CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL.

Hija del Padre que cantaste las maravillas del Dios de la historia que se pone de parte de los pobres y excluidos; mujer nunca resignada ante lo injusto y lo adverso, pero siempre dispuesta a ver en todas las cosas el paso salvador de Dios; caminante discreta que seguías los pasos de tu Señor y Mesías sin querer robar el protagonismo a los apóstoles de tu Hijo:

LLENA NUESTRA CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL.

Espejo de justicia y santidad, que no te gusta la mentira, la doblez de corazón, el disimulo, la murmuración o la envidia; trono de sabiduría que aguantas nuestros mantos y nuestras joyas, pero que encauzas nuestra generosidad hacia tus hijos más pobres; cuidadora solícita de las familias que nutres nuestros hogares de ternura y compasión; fortaleza de enfermos que sabes estar cerca de quien se le mueve los cimientos de la vida cuando aparece la enfermedad o la posible muerte.

LLENA NUESTRO CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL.

Madre de la Iglesia, que quieres que seamos comunidades abiertas, acogedoras y solícitas; que mantienes las llamas de nuestros cirios siempre encendidos…

LLENA NUESTRO CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL.

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En estos días pascuales sentiremos a menudo resonar las palabras de Jesús: “He resucitado y estaré siempre con vosotros”.

Haciéndose eco a este anuncio, la Iglesia proclama exultante: “¡Sí, estamos seguros! ¡El Señor verdaderamente ha resucitado, aleluya! ¡A Él gloria y poder por los siglos”. Toda la Iglesia en esta fiesta manifiesta sus sentimientos cantando: “Este es el día de Cristo el Señor”…

…Y nosotros, resucitados con Cristo mediante el Bautismo, debemos ahora seguirlo fielmente en la santidad de vida, caminando sin parar a la Pascua eterna, con el apoyo de una toma de conciencia de que las dificultades, las luchas, las pruebas, los sufrimientos de la existencia humana, incluida la muerte ahora ya no podrán más separarnos de Él y de su amor.

Su resurrección ha creado un puente entre el mundo y la vida eterna, en el que cada hombre y cada mujer pueden llegar a alcanzar la verdadera meta de nuestro peregrinaje terreno…

Regina Coeli, 13 de abril de 2009
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«¡Oh Luz gozosa
de la santa gloria del Padre celeste, inmortal,
santo y feliz Jesucristo!
Al llegar el ocaso del sol y, vista la luz vespertina,
ensalzamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, Dios.
Es digno cantarte en todo momento con armonía,
Hijo de Dios, que nos das la vida:
por ello, el universo proclama tu gloria».

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Toda la vida de Jesús ha consistido en revelar el ser de Dios, que es Amor. El amor es el único mandamiento que nos dejó. El Reino, la llamada, su predicación, los milagros, toda su vida entera, han sido la irrupción definitiva de Dios en el mundo para invitar a todos los hombres a entrar en comunión con Él.

 

Jesús ha hecho de su vida una entrega al cumplimiento de la voluntad del Padre. El designio de dios y la libertad del hombre, que rechaza a Dios, han hecho que la salvación pase por la cruz.

 

La cruz  es el signo del amor que Dios siente por el mundo; pero también la ejecución de una sentencia injusta, dictaminada por el mundo. Puede ser abandono y fracaso, escándalo, y necedad, pero si es ofrecida por Dios, entonces es sabiduría de Dios, salvación, y motivo de esperanza para el mundo.

 

 

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¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza!

Jamás el bosque dio mejor tributo

En hoja, en flor y en fruto.

¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la vida empieza

con un peso tan dulce en su corteza!

 

Vinagre y sed la boca, apenas gime;

y, al golpe de los clavos y la lanza,

un mar de sangre fluye, inunda, avanza

por tierra, mar y cielo, y los redime.

 

Ablándate, madero, tronco abrupto

de duro corazón y fibra inerte,

doblégate a este peso y esta muerte

que cuelga de tus ramos como un fruto.

 

 

 

 

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Jesús formula la ley fundamental de la existencia humana: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12,25).

Es decir, quien quiere tener su vida para sí, vivir sólo para él mismo, tener todo en puño y explotar todas sus posibilidades, éste es precisamente quien pierde la vida. Ésta se vuelve tediosa y vacía. Solamente en el abandono de sí mismo, en la entrega desinteresada del yo en favor del tú, en el «sí» a la vida más grande, la vida de Dios, nuestra vida se ensancha y engrandece. Así, este principio fundamental que el Señor establece es, en último término, simplemente idéntico al principio del amor.

En efecto, el amor significa dejarse a sí mismo, entregarse, no querer poseerse a sí mismo, sino liberarse de sí: no replegarse sobre sí mismo —¡qué será de mí!— sino mirar adelante, hacia el otro, hacia Dios y hacia los hombres que Él pone a mi lado. Y este principio del amor, que define el camino del hombre, es una vez más idéntico al misterio de la cruz, al misterio de muerte y resurrección que encontramos en Cristo.

ITALIA SEMANA SANTAQueridos amigos, tal vez sea relativamente fácil aceptar esto como gran visión fundamental de la vida. Pero, en la realidad concreta, no se trata simplemente de reconocer un principio, sino de vivir su verdad, la verdad de la cruz y la resurrección. Y por ello, una vez más, no basta una única gran decisión.

Indudablemente, es importante, esencial, lanzarse a la gran decisión fundamental, al gran «sí» que el Señor nos pide en un determinado momento de nuestra vida. Pero el gran «sí» del momento decisivo en nuestra vida —el «sí» a la verdad que el Señor nos pone delante— ha de ser después reconquistado cotidianamente en las situaciones de todos los días en las que, una y otra vez, hemos de abandonar nuestro yo, ponernos a disposición, aun cuando en el fondo quisiéramos más bien aferrarnos a nuestro yo.

También el sacrificio, la renuncia, son parte de una vida recta. Quien promete una vida sin este continuo y renovado don de sí mismo, engaña a la gente. Sin sacrificio, no existe una vida lograda. Si echo una mirada retrospectiva sobre mi vida personal, tengo que decir que precisamente los momentos en que he dicho «sí» a una renuncia han sido los momentos grandes e importantes de mi vida.

De la Homilía del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor 2009

Tus heridas nos han curado

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Aparentemente, nada tiene que ver la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén con el drama del Calvario del Viernes Santo y, sin embargo, esto es más real que la vida misma. Es la historia que se repite y que aquí tiene como protagonista el Corazón manso y humilde de Jesús, que se pone en manos de sus hermanos, los hombres. Fue llevado como cordero al matadero. Sabía que, como dice el Evangelio, nadie me quita la vida, soy yo el que la entrego por la redención del mundo. Va a la muerte, como dice la Plegaria eucarística, voluntariamente aceptada.

Detrás de los hechos, detrás de los errores humanos, detrás de toda la barbarie, que se ceba contra Cristo, existe una realidad mucho más profunda y real: la entrega de su Vida por Amor. Pasa por lo que tenga que pasar con tal de decirnos, una y otra vez, con su vida, que nos ama. La Pasión es la mayor declaración de amor del Padre y del Hijo a cada persona. Es el Te quiero permanente de Dios a la Humanidad. ¿Podríamos creer en un Dios al que nuestra vida no le hubiese costado su sangre?

piombo-cristo-cruz-a-cuestasLa expresión paulina de que hemos sido comprados con su sangre, nos alienta y nos recuerda el valor que da Dios a nuestra vida. Nos llena de la verdadera autoestima, y es que, cuando pienso que no valgo para nada, que mi vida no le interesa casi a nadie, nos quedas Tú, Señor. Eres Tú el que con tu pasión, muerte y resurrección nos recuerdas un amor que siempre nace en medio de todas las dificultades y problemas de la vida. La Pasión nos recuerda y nos convence de que nada ni nadie nos podrá quitar el amor de Jesús. Es un Amor que siempre sale a nuestro favor. Como escribieron los jóvenes en el muro de Berlín, Dios está con nosotros, no contra nosotros. El descubrimiento de la Pasión de Cristo borra todas nuestras dudas e incertidumbres sobre lo que es y debe ser nuestra vida. Somos infinitamente amados por un Dios que vive, muere y resucita por nosotros los hombres y por nuestra salvación.

Al descubrir la entrada de Jesús en Jerusalén, al leer la Pasión de Cristo en este Domingo, la Iglesia nos recuerda el sorprendente amor de Dios. Decía Carlos de Foucault: «Me enamoré de Cristo crucificado y no quiero contemplar nada más». Ésta es la esperanza y la alegría de nuestra vida, éste es el gozo desbordante de nuestra existencia. Nada está perdido cuando descubrimos el amor de Dios. Tu vida lo vale todo para Dios y lo puedes descubrir en su Pasión. Su amor es verdaderamente el motor que mueve el mundo. Lo que nos descubre la Pasión del Señor es que su amor va más allá de nuestras miserias. Lo que importa es amar y amar hasta el final, amar hasta el extremo, como nos enseña la pasión, muerte y resurrección de Cristo que celebramos en el Triduo Pascual.

Francisco Cerro

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CREER PARA VER

Padre, en aquellos momentos en que cuestionan mi fe; dame serenidad y fuerza.

Señor, cuando yo mismo me pregunte quién soy y quién eres para mí; ayúdame a sentir Tu Amor.

Que crea, Padre, como el ciego, que confíe en Ti, que espere en Ti y que descubra quién eres en mi vida.

Que me aferre, Señor, al Padre que ama, que cuida y protege a sus hijos. Y me aleje de la imagen castigadora y distante del fariseo.

Porque al final siempre eres ternura, entrega y generosidad.

Que la oración sea mi agua de Siloé, que tu Palabra sea el encuentro en el camino,
que mi fe sea mi vista.

Que no se cierren mis ojos,
que vea al mirar, que me deje hacer por Ti como el ciego de Siloé.

Y que mi boca bendiga tu nombre por haber experimentado tu Amor recibido. Amén.

Víctor MB

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