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Porque en los apóstoles Pedro y Pablo
has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría:
Pedro fue el primero en confesar la fe,
Pablo, el maestro insigne que la interpretó;
aquél fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel,
éste la extendió a todas las gentes.
De esta forma, Señor,
por caminos diversos,
ambos congregaron la única Iglesia de Cristo,
y a ambos, coronados por el martirio,
celebra hoy tu pueblo con una misma veneración.
Publicamos algunos fragmentos de la carta que ha enviado Benedicto XVI a los sacerdotes al comenzar el Año Sacerdotal, que ha proclamado con motivo del 150° aniversario de la muerte de san Juan María Vianney, el santo cura de Ars.
Queridos hermanos en el Sacerdocio:
He resuelto convocar oficialmente un «Año Sacerdotal» con ocasión del 150 aniversario del «dies natalis» de Juan María Vianney, el Santo Patrón de todos los párrocos del mundo, que comenzará el viernes 19 de junio de 2009, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús -jornada tradicionalmente dedicada a la oración por la santificación del clero-. Este año desea contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo, y se concluirá en la misma solemnidad de 2010.
«El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús«, repetía con frecuencia el Santo Cura de Ars. Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma. Tengo presente a todos los presbíteros que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida. ¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de «amigos de Cristo», llamados personalmente, elegidos y enviados por Él? (…)
Tarde te he amado, Belleza siempre antigua
y siempre nueva. Tarde te he amado.
Y, he aquí que tú estabas dentro y yo fuera.
Y te buscaba fuera. Desorientado, iba corriendo
tras esas formas de belleza que tú habías creado.
Tú estabas conmigo, y yo no estaba contigo
cuando esas cosas me retenían lejos de ti,
cosas cuyo único ser era estar en ti.
Me llamaste, me gritaste e irrumpiste
a través de mi sordera. Brillaste,
resplandeciste y acabaste con mi ceguera.
Te hiciste todo fragancia, y yo aspiré
y suspiré por ti. Te saboreé, y ahora
tengo hambre y sed de ti. Me tocaste,
y ahora deseo tu abrazo ardientemente.
San Agustín
“La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe, sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia.” (Ecclessia de Eucharistia, 2003)
“Nunca podré expresar mi gran alegría: todos los días con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebraba la misa… Me encogía en la cama para celebrar la misa de memoria, y repartía la comunión pasando la mano bajo el mosquitero. Fabricamos bolsitas con el papel de los paquetes de cigarrillos para conservar el Santísimo Sacramento. Llevaba siempre a Jesús eucaristía en el bolsillo de la camisa” (N. Van Thuan).
«Si me encontrara por el camino a un sacerdote y a un ángel, yo saludaría primero al sacerdote y luego al ángel. ¿Por qué? Porque el sacerdote es quien nos da a Cristo en la Eucaristía». (San Francisco de Asís)
Con ocasión del 150° aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, Juan María Vianney, Benedicto XVI ha convocado, del 19 de junio de 2009 al 19 de junio de 2010, un especial Año Sacerdotal, que tendrá como tema “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote”.
El Santo Padre lo abrirá presidiendo la celebración de las Vísperas, el 19 de junio D.m. solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y jornada de santificación sacerdotal, en presencia de la reliquia del Cura de Ars traída por el obispo de Belley-Ars; lo cerrará, el 19 de junio de 2010, tomando parte en un “Encuentro Mundial Sacerdotal” en la Plaza de San Pedro.
Durante este Año jubilar, Benedicto XVI proclamará a san Juan María Vianney “Patrono de todos los sacerdotes del mundo”. Se publicará además el “Directorio para los Confesores y Directores Espirituales”, junto con una recopilación de textos del Sumo Pontífice sobre los temas esenciales de la vida y de la misión sacerdotal en la época actual.
El objetivo de este año es, según expresó el propio Papa, “ayudar a percibir cada vez más la importancia del papel y de la misión del sacerdote en la Iglesia y en la sociedad contemporánea”. Otro tema importante en el que se quiere incidir es en “la necesidad de potenciar la formación permanente de los sacerdotes ligándola a la de los seminaristas”.
Muchos dicen: ¿qué enigma es éste de tres que son uno y de uno que son tres? ¿No sería más sencillo creer en un Dios único, y punto, como hacen los judíos y los musulmanes? La respuesta es fácil. La Iglesia cree en la Trinidad no porque le guste complicar las cosas, sino porque esta verdad le ha sido revelada por Cristo. La dificultad de comprender el misterio de la Trinidad es un argumento a favor, no en contra, de su verdad. Ningún hombre, dejado a sí mismo, habría ideado jamás un misterio tal.
Después de que el misterio nos ha sido revelado, intuimos que, si Dios existe, no puede más que ser así: uno y trino al mismo tiempo. No puede haber amor más que entre dos o más personas; si, por lo tanto, «Dios es amor», debe haber en Él uno que ama, uno que es amado y el amor que les une. También los cristianos son monoteístas; creen en un Dios que es único , pero no solitario. ¿A quién amaría Dios si estuviera absolutamente solo? ¿Tal vez a sí mismo? Pero entonces el suyo no sería amor, sino egoísmo, o narcisismo.
Desearía recoger la gran y formidable enseñanza de vida que nos llega de la Trinidad. Este misterio es la máxima afirmación de que se puede ser iguales y diversos: iguales en dignidad y diversos en características. ¿Y no es esto de lo que tenemos la necesidad más urgente de aprender, para vivir adecuadamente en este mundo? ¿O sea, que se puede ser diversos en color de la piel, cultura, sexo, raza y religión, y en cambio gozar de igual dignidad, como personas humanas?
Cincuenta años después de la convocación del Concilio Vaticano II, la barca de Pedro es zarandeada por dos interpretaciones extremistas y contrapuestas de aquella cumbre ecuménica que cambió la historia de la Humanidad: los que niegan su validez (conocidos como tradicionalistas) y los que lo interpretan como una ruptura con la Tradición. Ahora, tras las borrascas de las décadas pasadas, Benedicto XVI presenta el Concilio como la brújula de la Iglesia para este inicio de milenio.
¿En qué punto se encuentra la Iglesia? Esta pregunta, que mucha gente se hace tras leer todo tipo de noticias en medios de comunicación, la planteó, el pasado 26 de mayo, el mismo Benedicto XVI, en una ocasión particularmente solemne: la inauguración del congreso de la diócesis de Roma, su diócesis, el acontecimiento anual más importante para el territorio de la sede de Pedro. Las divisiones que la Iglesia ha vivido en estas décadas, particularmente agudas en los años setenta y ochenta, pero todavía hoy no superadas -explicó el Santo Padre-, se deben precisamente a las dificultades que se han experimentado en la recepción de la doctrina del Concilio.
En definitiva, la Iglesia todavía hoy sufre la tensión entre quienes niegan el valor y la doctrina de los documentos conciliares, como es el caso de grupos llamados tradicionalistas, y quienes ven en el Concilio el nacimiento de una nueva Iglesia, que rompe con el pasado, abandona su Tradición e incluso se contrapone a ésta. Es el modelo de una malentendida Iglesia democratizada.
El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. ¿Sin Él a qué quedaría reducida? Sería ciertamente un gran movimiento histórico, una compleja y sólida institución social, quizá una especie de agencia humanitaria. Y, en realidad, así la consideran quienes la ven fuera de una perspectiva de fe. Sin embargo, en su verdadera naturaleza y también en su más auténtica presencia histórica, la Iglesia es incesantemente modelada y guiada por el Espíritu de su Señor. Es un cuerpo vivo, cuya vitalidad es precisamente fruto del invisible Espíritu divino.
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