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“¿Por qué no puedo acompañarte ahora?
Daré mi vida por ti». (Jn 13,37)
Yo sé que mi fe tiene sombras, lo sé.
Yo sé que mi amor tiene sombras, también lo sé.
Yo sé que mi esperanza tiene sombras, claro que lo sé.
Y mi ternura, también tiene sombras.
Mi tierra es tierra de penumbras.
¿De donde vienen mis desencuentros contigo, Señor?
Quiero dar mi vida por ti y no puedo. Te lo digo, pero no es verdad.
¿Cómo despojarme de mis sombras e ir a ti, desnudo, como tú?
Enséñame tú, que te despojaste de todo y nos los diste todo.
Mis sombras, para ti. Tu luz, para mí.
¡Qué admirable intercambio! Sin ti no puedo nada.
Desde lo hondo de todas mis ausencias, te invoco, Señor.
Desde lo hondo de mis desesperanzas, te invoco, Señor.
Desde lo hondo de mi desconcierto, te suplico, Señor.
Desde lo hondo de mi fracaso, te grito, Señor.
Desde lo hondo de mi pobreza, alzo las manos hacia ti, Señor.
Desde lo hondo de mi soledad, ten piedad de mí, Señor.
Desde lo hondo de mi pecado, ten misericordia de mí, Señor.
Desde lo hondo de la nada, me abro a tu palabra que crea el ser.
Cristo sufre más que nosotros por la humillación de sus sacerdotes y por la aflicción de su Iglesia; si la permite, es porque conoce el bien que puede brotar de ella, de cara a una mayor pureza de su Iglesia.
¡Si hay humildad, la Iglesia saldrá más resplandeciente que nunca de esta guerra! El encarnizamiento de los medios de comunicación – lo vemos también en otros casos – a la larga obtiene el efecto contrario al deseado por ellos.
La invitación de Cristo: “Venid a mi, vosotros todos que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”, estaba dirigido, en primer lugar, a quienes tenía alrededor suyo y hoy a sus sacerdotes.
“Venid a mi y encontraréis descanso”: el fruto más bello de este Año Sacerdotal será una vuelta a Cristo, una renovación de nuestra amistad con él. En su amor, el sacerdote encontrará todo aquello de lo que humanamente se ha privado, y “cien veces más”, según su promesa.
Mons. José Manuel Lorca Planes
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Ahora vemos los frutos de este tiempo de Cuaresma: comienzan a tomar color todos los sacrificios, ayunos y limosnas que has elegido como medio de purificar la vida y las intenciones.
No habéis perdido el tiempo dándole primacía al silencio fecundo y a la vida interior. Está dando resultado la conversión cotidiana, como respuesta a la llamada de Jesús, a nuestra identidad, a contemplar aquello que somos y a trabajar en lo que debemos llegar a ser.
Es posible que alguno necesite oír que Dios le acompaña, que no está solo en esta aventura, que está cerca, para estar seguro. Pues abrid bien los oídos, que eso mismo escucharéis en el Evangelio de este domingo.
Cada mañana sales al balcón
y oteas el horizonte
por ver si vuelvo.
Cada mañana bajas saltando las escaleras
y echas a correr por el campo
cuando me adivinas a lo lejos.
Cada mañana me cortas la palabra,
te abalanzas sobre mí
y me rodeas con un abrazo redondo
el cuerpo entero.
Cada mañana contratas la banda de músicos
y organizas una fiesta por mí
por el ancho mundo.
Cada mañana me dices al oído
con voz de primavera:
hoy puedes empezar de nuevo.
Nadie estuvo más solo que tus manos
perdidas entre el hierro y la madera;
mas cuando el Pan se convirtió en hoguera
nada estuvo más lleno que tus manos.
Nadie estuvo más muerto que tus manos
cuando, llorando, las besó María;
mas cuando el Vino ensangrentado ardía
nada estuvo más vivo que tus manos.
Nada estuvo más ciego que mis ojos
cuando creí mi corazón perdido
en un ancho desierto sin hermanos.
Nadie estaba más ciego que mis ojos.
Grité, Señor, porque te habías ido.
Y Tú estabas latiendo entre mis manos.
¿Qué hacer entonces? Salir… ponernos en éxodo (el Éxodo es el libro que la Iglesia nos propone leer en la Cuaresma), adentrarnos en nuevos caminos, no sabidos ni experimentados, recorrer geografías inexploradas.
El éxodo hacia nuestros centros vitales, hacia la propia vocación, hacia una profunda espiritualidad, nos capacitará para afrontar los nuevos confines y fronteras. Esto no es fácil, pero es necesario, si queremos vivir. Si no lo hacemos, no solo se desmoronarán las obras que antaño levantamos, sino que se desmoronará nuestra propia vida personal y comunitaria y crecerá el malestar en la convivencia de unos con otros.
El éxodo al desierto puede ser ocasión de retomar el camino con esperanza. Dedicar un día a hacerlo más consciente no es pérdida de tiempo, es un momento vocacional. La vocación auténtica es más necesaria que nunca: aquella vocación que ha escuchado y respondido y, por tanto, está dispuesta a caminar, en todos los sentidos, en medio de la noche.
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