No siempre hablamos de lo mismo cuando decimos lo mismo. Las palabras, trágicamente, adquieren distintos significados cuando se utilizan en distintos contextos, visiones, sensibilidades…
Para comunicarnos, hemos de partir del siempre renovado intento de comprender qué mundo de contenidos se halla tras las palabras de quien me habla.
Uno de esos equívocos se puede encontrar en torno a la palabra “pensamientos”. Tiene, sí, un eco poético en ciertas ocasiones, pero habitualmente nuestra cultura la relaciona con racionalización, intelectualismo, abstracción, lejanía de la vida.
Triste paradoja la de ver en un mundo deshumanizado por la llamada “racionalidad instrumental”, la del mercado y la técnica, y que, precisamente por eso, se embarca en irracionalidades intrumentalizables.
Si dejamos a un lado estos prejuicios, san Juan de la Cruz nos trae el eco de otro tipo de pensamiento y razón. Cuando Juan nos habla del pensamiento, apela a lo que brota del mundo interior, de valores, de sentido e interpretación de la realidad desde Dios, de ética y de conciencia, de vivencia creyente.
Es el mundo del corazón como morada de la Trinidad, donde resuena el eco de la voz de Otro, el eco de la Palabra hecha carne. Y esto no supone una racionalidad fría y científica, intelectualidad fosilizada, cruel, pero tampoco nos habla de irracionalidad.
El pensamiento en Juan no es silogismo ni definición, no es logaritmo ni ejercicio intelectual. Es la huella de Dios y expresión de lo más personal del ser humano.
Edith Stein –había de ser otra mística, ¡cómo si no!- se acerca y nos acerca intuitivamente a esas palabras a través de sus “pensamientos del corazón”, porque no son ideas, sino el cristalizar del mundo del espíritu.
Por eso, si “para lo sensible, el sentido, para el espíritu de Dios, el pensamiento” (Dichos de luz y amor, 36).
El horizonte para comprender el pensamiento de que habla san Juan de la Cruz no está en nada humano, sino en el inefable decirse del Padre en su Palabra, que es su Hijo. Él no traduce una idea, un pensamiento abstracto y racional.
Muy al contrario, el Hijo será siempre expresión del amor fontanal, del amor paterno-materno del Misterio de Dios. El corazón del Padre se hace expresión, Palabra, en el Hijo.
Cuántas veces hemos escuchado que el Padre nos ha “pensado” desde toda la eternidad. ¿Acaso juega con la lógica filosófica?
Por supuesto que no. Simplemente, estamos dentro de su proyecto amoroso y salvífico que se pierde en el abismo de la eternidad. Somos fruto de su pensar gozoso y creador.
Ahora sí, podríamos intentar escuchar a san Juan de la Cruz diciéndonos:
«Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto, sólo Dios es digno de él». (Dichos de luz y amor, 35)
No, no podemos silenciar ese mundo interior que nos habita y se abisma en el océano divino. Dejemos que hable, que nos hable y que nos diga.
Hagámoslo nuestro para que el pensamiento del corazón, morada de Dios, brote como eco del Espíritu en el mundo, como respuesta y ofrenda al Dios que desea vivir en diálogo con nosotros.
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