You are currently browsing the daily archive for 12 diciembre, 2010.

En el tercer domingo de Adviento, la Liturgia propone un pasaje de la Carta de Santiago, que comienza con esta exhortación: «Tened, pues, paciencia, hermanos, hasta la Venida del Señor» (5, 7).

Me parece particularmente importante, en nuestros días, subrayar el valor de la constancia y de la paciencia, virtudes que pertenecían al bagaje normal de nuestros padres, pero que hoy son menos populares, en un mundo que exalta, más bien, el cambio y la capacidad para adaptarse a situaciones siempre nuevas y diversas.

Sin nada que quitar a estos aspectos, que también son cualidades del ser humano, el Adviento nos llama a potenciar esa tenacidad interior, esa resistencia de espíritu, que nos permiten no desesperar en la espera de un bien que tarda en llegar, sino más preparar su venida con confianza operante.

«Mirad: el labrador espera el fruto precioso de la tierra aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. Tened también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la Venida del Señor está cerca» (Santiago 5, 7-8).

La comparación con el campesino es muy expresiva: quien ha sembrado en el campo tiene ante sí meses de espera paciente y constante, pero sabe que la semilla mientras tanto cumple con su ciclo, gracias a las lluvias de otoño y primavera.

El agricultor no es fatalista, sino que es un modelo de esa mentalidad que une de manera equilibrada la fe y la razón, pues, por una parte, conoce las leyes de la naturaleza y cumple bien con su trabajo, y, por otra, confía en la Providencia, dado que algunas cosas fundamentales no dependen de él, sino que están en las manos de Dios. La paciencia y la constancia son precisamente síntesis entre el compromiso humano y la confianza en Dios.

Lee el resto de esta entrada »

La cercanía de la Navidad siempre despierta en el corazón de los cristianos la alegría. Por eso, a este tercer domingo de Adviento se le conoce como Gaudete. En él la Iglesia enciende las luces de la Navidad y comienza la fiesta. Nos dice: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca».

Sin embargo, el Evangelio que se escuchará en la Eucaristía puede dar la impresión de que mucho no colabora a la alegría. En él nos encontramos de nuevo con Juan el Bautista, pero en horas bajas. En realidad, la situación de Juan ha cambiado mucho desde la semana pasada. Ahora es muy precaria, está en la cárcel. Ya no es el profeta de tono poderoso que predicaba en el desierto. De un modo dramático se está cumpliendo lo que él mismo dijo: «Conviene que yo disminuya para que Él crezca».

En la debilidad del misterio del dolor y de la injusticia, Juan pasa por su noche oscura y tiene incluso dificultades para reconocer a Aquel que él mismo había anunciado. Por eso, envía a sus discípulos a que le pregunten, en su nombre, a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?»

En la respuesta que dará Jesús es donde realmente aparece la razón de la alegría que hoy anuncia la Iglesia. Jesús responde a la pregunta de Juan el Bautista con su vida. Les dice a los discípulos que le cuenten a su maestro lo que han visto y oído. Está seguro de que Juan le reconocerá como el Mesías por sus obras y palabras.

Este gran profeta, el último del Antiguo Testamento, el más grande de todos los que prepararon la llegada del reino de Dios, recordará lo dicho por Isaías, uno de sus predecesores, y quizás caiga en la cuenta de lo que quiere decirle Jesús: «Los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan. Y los pobres son evangelizados».

Pero es posible también que, en principio, esta respuesta no fuera la esperada por Juan, porque quizás las obras de Jesús no respondían del todo a sus expectativas. En realidad, él lo había anunciado con otros rasgos.

Sin embargo, no se escandaliza ante un Mesías misericordioso, bueno, acogedor y amigo de los pobres. Como todo buscador de Dios, Juan está humildemente abierto a la sorpresa y a la novedad; y, por eso, conocer a este Mesías no es para él una frustración; al contrario, es motivo de una gran alegría: en Jesús ha podido conocer el corazón de Dios y, ahora que participa de la condición de los pobres y los débiles, se sentiría alentado y feliz.

La alegría de la Navidad que hoy anuncia la Iglesia tiene precisamente su raíz y su fuerza en reconocer que Dios viene a nosotros en la sencillez, la humildad y el amor de Jesucristo.

Mons. Rodrígues Magro

Lee el resto de esta entrada »

Hemos recibido...

  • 771.835 visitas

CREER PARA VER

Padre, en aquellos momentos en que cuestionan mi fe; dame serenidad y fuerza.

Señor, cuando yo mismo me pregunte quién soy y quién eres para mí; ayúdame a sentir Tu Amor.

Que crea, Padre, como el ciego, que confíe en Ti, que espere en Ti y que descubra quién eres en mi vida.

Que me aferre, Señor, al Padre que ama, que cuida y protege a sus hijos. Y me aleje de la imagen castigadora y distante del fariseo.

Porque al final siempre eres ternura, entrega y generosidad.

Que la oración sea mi agua de Siloé, que tu Palabra sea el encuentro en el camino,
que mi fe sea mi vista.

Que no se cierren mis ojos,
que vea al mirar, que me deje hacer por Ti como el ciego de Siloé.

Y que mi boca bendiga tu nombre por haber experimentado tu Amor recibido. Amén.

Víctor MB

diciembre 2010
L M X J V S D
 12345
6789101112
13141516171819
20212223242526
2728293031  

Comentarios recientes

ROGELIO VALLEJO OBAN… en Tengo sed (Jn 19, 28)
ROGELIO VALLEJO OBAN… en Tengo sed (Jn 19, 28)
Samb en Dios mío, Dios mío, ¿por qué m…
Noemi en SE HACE PEQUEÑO
Anónimo en SUBIR A LO ALTO DE LA MON…
BXVI en SE HACE PEQUEÑO
José Márquez Portero en CORAZÓN DE DISCÍPULO, LABIOS D…