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El ángel que se apareció a las mujeres, la mañana de Pascua, les dijo: “No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado. Ha resucitado. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?”.

¡Ha resucitado, está vivo! La resurrección de Cristo es, para el universo del espíritu, lo que fue, según una teoría reciente, para el universo físico la “gran explosión”, el Big-bang inicial, cuando un “átomo” de materia se trasformó en energía, poniendo en marcha todo el movimiento de expansión del universo que continúa después de billones de años.

En efecto, todo cuanto existe y se mueve dentro de la Iglesia –sacramentos, palabras, instituciones– saca su fuerza de la resurrección de Cristo. Es el nuevo fiat lux, ¡hágase la luz!, dicho por Dios.

Tomás tocó con el dedo esta fuente de toda energía espiritual, que es el cuerpo de Resucitado, y recibió de ella tal sacudida que al instante desaparecieron sus dudas y exclamó lleno de certeza: “¡Señor mío y Dios mío!. El propio Jesús, en aquella circunstancia, dijo a Tomás que hay un modo más dichoso de tocarlo, que es la fe: “Dichosos los que creen sin haber visto”. Por tanto, el dedo con el que también nosotros podemos tocar al Resucitado es la fe.

Hermano, ¡Cristo ha resucitado! ¡Cree para ver!

FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN.

 

Lo descolgó, lo envolvió en una sábana y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca…” (Lc 23,53)

El espacio del silencio y de la espera. En el que parece que nada ocurre, pero algo está germinando. El lugar del cansancio y cierta rendición. De una quietud callada. Hay muchos espacios en nuestro mundo que se asemejan a este. Muchos lugares donde parece que se palpa la derrota…

Pues bien, ese sepulcro en el que yace la Vida a punto de estallar, en el que la Palabra espera para volver a ser proclamada con estruendo, es hoy icono de esperanza para todas esas realidades vencidas y atravesadas, que siguen esperando que se haga la luz.

Señor, enséñame a esperar. A creer en las promesas, en tus promesas. Enséñame a sentir que, aunque no lo vea, la losa que cubre tantas realidades está a punto de romperse. Dame fe, Señor.

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“¿Por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti”. (Jn 13,37)

Yo sé que mi fe tiene sombras, lo sé.

Yo sé que mi amor tiene sombras, también lo sé.

Yo sé que mi esperanza tiene sombras, claro que lo sé.

Y mi ternura, también tiene sombras.

Mi tierra es tierra de penumbras.

 

¿De donde vienen mis desencuentros contigo, Señor?

Quiero dar mi vida por ti y no puedo. Te lo digo, pero no es verdad. 

¿Cómo despojarme de mis sombras e ir a ti, desnudo, como tú?

Enséñame tú, que te despojaste de todo y nos los diste todo.

Mis sombras, para ti. Tu luz, para mí.

¡Qué admirable intercambio! Sin ti no puedo nada.

 

Desde lo hondo de todas mis ausencias, te invoco, Señor.

Desde lo hondo de mis desesperanzas, te invoco, Señor.

Desde lo hondo de mi desconcierto, te suplico, Señor.

Desde lo hondo de mi fracaso, te grito, Señor.

Desde lo hondo de mi pobreza, alzo las manos hacia ti, Señor.

Desde lo hondo de mi soledad, ten piedad de mí, Señor.

Desde lo hondo de mi pecado, ten misericordia de mí, Señor.

Desde lo hondo de la nada, me abro a tu palabra que crea el ser.

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CREER PARA VER

Padre, en aquellos momentos en que cuestionan mi fe; dame serenidad y fuerza.

Señor, cuando yo mismo me pregunte quién soy y quién eres para mí; ayúdame a sentir Tu Amor.

Que crea, Padre, como el ciego, que confíe en Ti, que espere en Ti y que descubra quién eres en mi vida.

Que me aferre, Señor, al Padre que ama, que cuida y protege a sus hijos. Y me aleje de la imagen castigadora y distante del fariseo.

Porque al final siempre eres ternura, entrega y generosidad.

Que la oración sea mi agua de Siloé, que tu Palabra sea el encuentro en el camino,
que mi fe sea mi vista.

Que no se cierren mis ojos,
que vea al mirar, que me deje hacer por Ti como el ciego de Siloé.

Y que mi boca bendiga tu nombre por haber experimentado tu Amor recibido. Amén.

Víctor MB

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