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«No pensemos sólo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia. Estas experiencias, aunque son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos y de las injusticias que a menudo las provocan, deberían introducirnos a un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida».
Estas palabras son parte del mensaje que el papa Francisco ha promulgado con motivo de la I Jornada Mundial de los Pobres. Con el título «No amemos de palabra, sino con obras», se trata de una invitación a acercarnos a la vida de los pobres, con la intención de compartir y de encontrarnos.
Como el Sudario de Turín, la imagen de la Virgen de Guadalupe convoca e impresiona a incontables fieles de todo el mundo. A 468 años de sus apariciones al indígena San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, la devoción por la Morenita del Tepeyac aumenta en Europa, entusiasmando a los fieles por saber cada vez más detalles acerca de esa imagen custodiada en la Basílica que en su honor fue erigida en la Ciudad de México, la más visitada del mundo, incluso por encima de la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
El P. Eduardo Chávez, doctor en Historia y Presidente del Instituto de Estudios Guadalupanos, dijo sentirse asombrado por el creciente interés que genera; aunque tal vez esto no debería sorprender, ya que ha visto eso muchas veces, como en Estados Unidos o en Alaska, donde la imagen sigue abriendo caminos hacia una verdadera y nueva evangelización.
En un jardín de Roma hay un anciano,
Oculto a las miradas de la gente,
Que gusta de rezar junto a una fuente,
De prisas y cuidados ya lejano.
Recuerda a veces, con dolor humano,
Que su palabra antaño era influyente
Y el mundo le escuchaba humildemente,
Mas pronto retrocede el pensar vano.
Se pone en pie y, sin oler las rosas,
En casa de su Padre vuelve a entrar,
Dejando tras de sí todas las cosas.
Bien sabe que, encorvado ante el altar,
En esas viejas manos temblorosas,
El mundo y más que el mundo puede alzar.
Bruno Moreno
Evangelio según San Mateo 26, 14-25:
Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: ¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré? Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle. El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: ¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua? El les dijo: Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos. Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua. Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará. Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: ¿Acaso soy yo, Señor? El respondió: El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!» Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: ¿Soy yo acaso, Rabbí? Le dice: Sí, tú lo has dicho.
Judas ya no ve más que a sí mismo y sus tinieblas, ya no ve la luz de Jesús, esa luz que puede iluminar y superar incluso las tinieblas. De este modo, nos hace ver el modo equivocado del arrepentimiento: un arrepentimiento que ya no es capaz de esperar, sino que ve únicamente la propia oscuridad, es destructivo y no es un verdadero arrepentimiento […]
En Judas encontramos el peligro que atraviesa todos los tiempos, es decir, el peligro de que también los que «fueron una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron partícipes del Espíritu Santo», a través de múltiples formas de infidelidad en apariencia intrascendentes, decaigan anímicamente y así, al final, saliendo de la luz, entren en la noche y ya no sean capaces de conversión.
En Pedro vemos otro tipo de amenaza, de caída más bien, pero que no se convierte en deserción y, por tanto, puede ser rescatada mediante la conversión.
(Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, segunda parte, p. 29-30)
Puede haber en nuestro entorno tiniebla y oscuridad y, sin embargo, vemos una luz: una pequeña llama, minúscula, más fuerte que la oscuridad, en apariencia poderosa e insuperable.
Cristo, resucitado de entre los muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza. Él ha vencido a la muerte – Él vive – y la fe en Él, penetra como una pequeña luz todo lo que es oscuridad y amenaza.
Ciertamente, quien cree en Jesús no siempre ve en la vida solamente el sol, casi como si pudiera ahorrarse sufrimientos y dificultades; ahora bien, tiene siempre una luz clara que le muestra una vía, el camino que conduce a la vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). Los ojos de los que creen en Cristo vislumbran incluso en la noche más oscura una luz, y ven ya la claridad de un nuevo día.
La luz no se queda aislada. En todo su entorno se encienden otras luces. Bajo sus rayos se perfilan los contornos del ambiente, de forma que podemos orientarnos. No vivimos solos en el mundo. Precisamente en las cosas importantes de la vida tenemos necesidad de otros.
En particular, no estamos solos en la fe, somos eslabones de la gran cadena de los creyentes. Ninguno llega a creer si no está sostenido por la fe de los otros y, por otra parte, con mi fe, contribuyo a confirmar a los demás en la suya. Nos ayudamos recíprocamente a ser ejemplos los unos para los otros, compartimos con los otros lo que es nuestro, nuestros pensamientos, nuestras acciones y nuestro afecto. Y nos ayudamos mutuamente a orientarnos, a discernir nuestro puesto en la sociedad. Lee el resto de esta entrada »
Hace seis años nos encontrábamos en esta Plaza para celebrar los funerales del Papa Juan Pablo II. El dolor por su pérdida era profundo, pero más grande todavía era el sentido de una inmensa gracia que envolvía a Roma y al mundo entero, gracia que era fruto de toda la vida de mi amado Predecesor y, especialmente, de su testimonio en el sufrimiento. Ya en aquel día percibíamos el perfume de su santidad, y el Pueblo de Dios manifestó de muchas maneras su veneración hacia él. Por eso, he querido que, respetando debidamente la normativa de la Iglesia, la causa de su beatificación procediera con razonable rapidez. Y he aquí que el día esperado ha llegado; ha llegado pronto, porque así lo ha querido el Señor: Juan Pablo II es beato.
Éste es el segundo domingo de Pascua, que el beato Juan Pablo II dedicó a la Divina Misericordia. Por eso se eligió este día para la celebración de hoy, porque mi Predecesor, gracias a un designio providencial, entregó el espíritu a Dios precisamente en la tarde de la vigilia de esta fiesta. Además, hoy es el primer día del mes de mayo, el mes de María; y es también la memoria de san José obrero. Estos elementos contribuyen a enriquecer nuestra oración, nos ayudan a nosotros que todavía peregrinamos en el tiempo y el espacio. En cambio, qué diferente es la fiesta en el Cielo entre los ángeles y santos. Y, sin embargo, hay un solo Dios, y un Cristo Señor que, como un puente une la tierra y el cielo, y nosotros nos sentimos en este momento más cerca que nunca, como participando de la Liturgia celestial.
El libro-entrevista Luz del mundo recoge respuestas francas de Benedicto XVI al periodista Peter Seewald sobre el Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos. La conversación ofrece claves sobre los retos de la sociedad actual y la fe y la crisis de la Iglesia. También aclara numerosas cuestiones en torno a cuestiones concretas.
El periodista que realizó el libro-entrevista, el alemán Peter Seewald, destaca en el prefacio del libro que “nunca antes en la historia de la Iglesia un pontífice había respondido preguntas en la forma de una entrevista directa y personal”.
Para el periodista, “cuando se le escucha de ese modo y se está sentado frente a él, se percibe no sólo la precisión de su pensamiento y la esperanza que proviene de la fe, sino que se hace visible de forma especial un resplandor de la Luz del mundo, del rostro de Jesucristo, que quiere salir al encuentro de cada ser humano y no excluye a nadie”.
“En la crisis de la Iglesia, se cifra para él una enorme oportunidad, la de redescubrir lo auténticamente católico -añade Seewald-. Para él la tarea es mostrar a las personas a Dios y decirles la verdad.
El libro-entrevista de Benedicto XVI Luz del Mundo ha vendido 75.000 ejemplares en España en menos de tres semanas desde que saliera a la venta el pasado 24 de noviembre.
Presentamos a continuación algunas de las frases más destacadas del libro.
¿Qué hacemos al dedicar este templo? En el corazón del mundo, ante la mirada de Dios y de los hombres, en un humilde y gozoso acto de fe, levantamos una inmensa mole de materia, fruto de la naturaleza y de un inconmensurable esfuerzo de la inteligencia humana, constructora de esta obra de arte. Ella es un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la Luz, la Altura y la Belleza misma.
En este recinto, Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la Liturgia.
Así unió la realidad del mundo y la historia de la salvación, tal como nos es narrada en la Biblia y actualizada en la Liturgia. Introdujo piedras, árboles y vida humana dentro del templo, para que toda la creación convergiera en la alabanza divina, pero al mismo tiempo sacó los retablos afuera, para poner ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
De este modo, colaboró genialmente a la edificación de la conciencia humana anclada en el mundo, abierta a Dios, iluminada y santificada por Cristo. E hizo algo que es una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza.
Esto lo realizó Antoni Gaudí no con palabras sino con piedras, trazos, planos y cumbres. Y es que la belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza. La belleza es también reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo.
Peregrinar no es simplemente visitar un lugar cualquiera para admirar sus tesoros de naturaleza, arte o historia. Peregrinar significa, más bien, salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios allí donde Él se ha manifestado, allí donde la gracia divina se ha mostrado con particular esplendor y ha producido abundantes frutos de conversión y santidad entre los creyentes.
Los cristianos peregrinaron, ante todo, a los lugares vinculados a la pasión, muerte y resurrección del Señor, a Tierra Santa. Luego a Roma, ciudad del martirio de Pedro y Pablo, y también a Compostela, que, unida a la memoria de Santiago, ha recibido peregrinos de todo el mundo, deseosos de fortalecer su espíritu con el testimonio de fe y amor del Apóstol (….)
Mediante la fe, somos introducidos en el misterio de amor que es la Santísima Trinidad. Somos, de alguna manera, abrazados por Dios, transformados por su amor. La Iglesia es ese abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos, descubriendo en ellos la imagen y semejanza divina, que constituye la verdad más profunda de su ser, y que es origen de la genuina libertad.
Entre verdad y libertad hay una relación estrecha y necesaria. La búsqueda honesta de la verdad, la aspiración a ella, es la condición para una auténtica libertad. No se puede vivir una sin otra.
La Iglesia, que desea servir con todas sus fuerzas a la persona humana y su dignidad, está al servicio de ambas, de la verdad y de la libertad. No puede renunciar a ellas, porque está en juego el ser humano, porque le mueve el amor al hombre, «que es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (Gaudium et spes, 24), y porque sin esa aspiración a la verdad, a la justicia y a la libertad, el hombre se perdería a sí mismo.
Visita a la Catedral de Santiago de Compostela, 6 de noviembre de 2010
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Es el caso de este año 2010, que, cuando el 25 de julio cae en domingo, se celebra el Año Santo Jacobeo. Es un momento especial para recorrer el Camino de Santiago, tercer lugar santo de peregrinación para los cristianos, detrás de Jerusalén y Roma. Es un año de gracias especiales que la Iglesia otorga por medio de la peregrinación a Compostela, gracias que se refieren a la misericordia de Dios, al perdón de los pecados y a la conversión.
Son numerosísimos los testimonios de peregrinos que reconocen que el haber peregrinado a Santiago de Compostela ha marcado en su vida un antes y un después. La fuerza transformadora del encuentro con Dios, del encuentro con los hermanos, de la oración, del encuentro con uno mismo en el silencio y en el esfuerzo compartido, en la meditación callada y en la escucha de Dios y de los demás, es tremenda.
Es cierto que no necesitamos de acontecimientos extraordinarios para encontrar a Dios y para convertir nuestra vida hacia Él, pero es igualmente cierto que Dios elige cada momento y cada lugar como cree conveniente, y que nosotros podemos favorecer o no favorecer ese encuentro. Qué duda cabe que el recorrer el Camino de Santiago ha sido y es un hecho extraordinario del que Dios se sirve para atraer a sus hijos alejados. En este sentido, abundan también los testimonios de muchas personas que han comenzado ese camino por deporte o por admirar el arte románico del norte de España, y han terminado viviendo una experiencia religiosa extraordinaria.
Ofrecemos algunos textos seleccionados del mensaje que el Papa Benedicto XVI ha transmitido a toda la Iglesia con su Viaje Apostólico a Portugal del 11 al 14 de mayo de 2010:
Queridísimos hermanos y jóvenes amigos, Cristo está siempre con nosotros y camina siempre con su Iglesia, la acompaña y la custodia, como Él nos dijo: “yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. ¡No dudéis nunca de su presencia!
Buscad siempre al Señor Jesús, creced en la amistad con él, recibidlo en la comunión. Aprended a escuchar su palabra y también a reconocerlo en los pobres. Vivid vuestra existencia con alegría y entusiasmo, seguros de su presencia y de su amistad gratuita, generosa, fiel hasta la muerte de cruz.
Dad testimonio a todos de la alegría por esta presencia suya fuerte y suave, comenzando por vuestros coetáneos. Decidles que es hermoso ser amigo de Jesús y que vale la pena seguirlo.
Con vuestro entusiasmo mostrad que, entre las muchas formas de vivir que el mundo hoy parece ofrecernos – aparentemente todas al mismo nivel –, la única en la que se encuentra el verdadero sentido de la vida y por tanto la alegría verdadera y duradera es siguiendo a Jesús.
Homilía en la Misa celebrada en Terreiro do Paço
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Cristo sufre más que nosotros por la humillación de sus sacerdotes y por la aflicción de su Iglesia; si la permite, es porque conoce el bien que puede brotar de ella, de cara a una mayor pureza de su Iglesia.
¡Si hay humildad, la Iglesia saldrá más resplandeciente que nunca de esta guerra! El encarnizamiento de los medios de comunicación – lo vemos también en otros casos – a la larga obtiene el efecto contrario al deseado por ellos.
La invitación de Cristo: “Venid a mi, vosotros todos que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”, estaba dirigido, en primer lugar, a quienes tenía alrededor suyo y hoy a sus sacerdotes.
“Venid a mi y encontraréis descanso”: el fruto más bello de este Año Sacerdotal será una vuelta a Cristo, una renovación de nuestra amistad con él. En su amor, el sacerdote encontrará todo aquello de lo que humanamente se ha privado, y “cien veces más”, según su promesa.
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