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Tus últimas palabras son de nuevo una oración al Padre. Todo está cumplido y le devuelves el Espíritu. Ese espíritu que es el hálito vital que te dio la primera respiración, la primera palabra, la primera sonrisa, el primer llanto. Pero también el Espíritu Santo que penetró ya el vientre de tu madre María. Ese Espíritu que te ha acompañado a lo largo de toda tu vida, que te hizo fuerte, sabio, paciente, misericordioso. El Espíritu que al tercer día te resucitará y que tu comunicarás a los apóstoles en el día de Pentecostés.
La vida esta a punto de agotarse. ¿Pasaría también por tu cabeza esa película que nos recuerda los momentos más importantes de nuestra vida? La respiración es cada vez más acelerada, los pulmones apenas pueden sostener ya el aire, el corazón no logra bombear con normalidad la poca sangre que te queda… Lo único que te queda es el Espíritu, y se lo das a tu Padre para que él te lo cuide unos días…
Ahora te espera un viaje de tres días, dicen que irás al infierno, a rescatar el alma de los justos encadenados al poder de la muerte… la muerte va a ser vencida definitivamente, la última batalla la vas a vencer tú, y te preparas para ello. A partir de hoy una espera, la espera tensa de la resurrección, de la justicia que te reivindica y te hace Señor del Tiempo y de la Historia.
Tu te vas pero nos quedará tu Espíritu. No tu simple recuerdo, ni tu mensaje moral, sino la fuerza que cambió el mundo y que lo sigue transformando. El Espíritu que animó a los primeros cristianos a salir del anonimato de una pequeña provincia del Imperio y a convertir a ese mismo Imperio en apenas tres siglos al cristianismo. Aquellos que te han abandonado y negado van a dar sus vidas por ti. Y aquellos que han escuchado hablar de ti darán su vida a lo largo de los siglos. Es incontable el número de los mártires, de los santos, de los justos que entregaron su vida por ti. Todos ellos lo hicieron animados por tu Espíritu. Hoy no se habla de esto, pero ninguna institución de la historia puede presentar el currículum de santidad de la Iglesia. Ha tenido fallos y pecados, sí; pero su obra en la historia es lo mejor que le ha pasado al hombre. Quitad a la Iglesia de la sociedad y esta se autodestruirá en menos que canta un gallo.
Tu Espíritu nos acompaña, nos guía hasta el final de los tiempos. Nos hace hombres y mujeres de fe, de esperanza y de caridad. De fe en Dios, de caridad con el prójimo y de esperanza en que después de la tormenta viene la calma; después de la muerte siempre viene la resurrección. El cristiano sabe que ha vencido ya la última batalla. Y no la ha vencido él, sino que la has vencido tú por nosotros. Como nos dice San Pablo y repetimos en el pregón pascual, la muerte ha perdido su aguijón. ¿Qué sentido tendría la vida si todo terminara en la muerte?, ¿Para que servirían los buenos momentos y los sinsabores de la vida si todo se acabara como un sueño? Tu nos has abierto las puertas del Paraíso, le has devuelto un sentido a nuestras vidas, nos has hecho inmortales para siempre. Gracias por dejarnos tu Espíritu que nos conduce hasta el final de nuestros días.
Señor, ¡encomienda también a nuestras manos tu Espíritu, para que sea él y no nosotros quien gobierne nuestra vidas!

De nuevo te diriges a tu Padre. Todo se va a acabar, aunque el final es sólo el principio de la salvación. Termina la crucifixión y pronto comenzará la novedad de la resurrección. Tú ya no puedes hacer nada más. Te has dado entero, como dice san Juan, nos amaste hasta el extremo. Ya no te queda más amor, ni más perdón, ni más sangre, ni más fuerzas. El tormento de la cruz está a punto de ganar aparentemente la batalla. Será sólo una victoria de tres días, hasta que el Padre de nuevo intervenga y ponga las cosas en su sitio. El mal vence siempre aparentemente, pero luego la justicia de Dios acaba siempre imponiéndose.
Dentro de unos minutos, la lanza de un soldado romano solo conseguirá vaciarte aún más si cabe de la poca sangre y agua que queda en tu cuerpo. De tu costado abierto brotarán los sacramentos, Bautismo y Eucaristía. Todo está cumplido. Ya no puedes hacer otra cosa que esperar a que los hombres se arrepientan de lo que han hecho y se enmienden en sus vidas. Muere Cristo y nace la Iglesia, la que a pesar de los pesares nos ha transmitido tu mensaje hasta nuestros días.
Has vivido una vida intensa. Un nacimiento fuera de lo común para un Rey como tú. Una infancia y juventud de lo más normalitas, rodeadas del cariño de tus padres y de tus amigos. Una maduración que te ha hecho ver que eras distinto a los demás. Así te preparabas para darte a conocer. Y tres años intensos de predicación, de milagros, de parábolas, de curaciones, de amistades, aunque también de continuos enfrentamientos con las autoridades de este mundo que te han llevado al punto en que te encuentras ahora. Ser bueno en esta vida tiene sus problemas. Tú lo experimentas con la entrega de tu propia vida. No has hecho ni dicho nada malo, has ayudado a todo quien se ha cruzado en tu camino, has luchado contra el pecado en todas sus manifestaciones, pero te ha llevado a enfrentarte con intereses poderosos, con personas que no estaban dispuestas a cambiar su situación y te han llevado al patíbulo. Tú, en vez de llamar una legión de ángeles para que te ayudaran has preferido sufrir en silencio. Has comprendido que esa era la voluntad del Padre, una voluntad que no entiendes pero que aceptas. Ha sido una vida de continúa acción de gracias al Padre, una vida en la que nos has enseñado lo que significa verdaderamente ser hombre, cual es el secreto de la felicidad, de la tranquilidad de conciencia y de cumplir la voluntad de Dios. Ya Dios no tiene que decir nada más para nuestra salvación. Quien te ve a ti ve al Padre, tu eres el camino, la verdad y la vida, el Buen Pastor que da la vida por las ovejas, el Pan vivo que ha bajado del cielo.
Todo está cumplido. Dios ya no puede dar más de sí. Ahora espera nuestra respuesta, nuestra adhesión a ese plan que quiere conquistar el mundo no desde la fuerza sino desde el amor; a ese Reino que se impone a base de ejércitos incontables, pero no de guerreros sino de santos. Sus armas no son fusiles y cañones, sino Paz, Amor, Fe y Esperanza. Todo esta cumplido por tu parte, pero ahora esperas que nosotros cumplamos con la nuestra…
Jesús, ¡Tú lo dejaste todo cumplido, que tu Pasión no sea en vano, que tú sangre derramada no sea estéril, recuérdanos cada día que ahora somos notros los que tenemos que poner de nuestra parte para que el Reino de Dios crezca!
El Maestro tiene sed… él, que le había dicho a la Samaritana que quien bebiera del agua de la vida ya nunca más tendría sed… De nuevo Jesús se solidariza con los hombres de este mundo que tienen sed… sed física y sed espiritual. El que es la Palabra de Dios, el Pan de la Vida, el manantial de agua fresca se humilla una vez más… La cruz es la escuela en la que, como dice San Pablo, Jesucristo aprendió sufriendo, a obedecer. Si la encarnación es un prodigio de humildad, la cruz es el clímax de la misma. El que pudo nacer en cualquier palacio escogió un pesebre para venir al mundo. El que era inmortal escoge morir entre los desheredados del mundo, en el lugar del escarnio y de la humillación. A Dios no le bastó hacerse uno de nosotros, sino que nos quiso dar un último ejemplo de humildad… Poco antes de hacerlo, ya había lavado los pies de los discípulos para mostrarles que el que quiera ser el primero tiene que portarse como el servidor de todos. Pedro no lo entendía, probablemente los otros tampoco, ellos que querían los primeros puestos no terminan de entender que la salvación pasa por el servicio y la humillación… por eso no están allí contigo, por que no te han comprendido del todo… hará falta la resurrección para que no tengan miedo ellos tampoco de humillarse y morir por ti…
Para cumplir las Escrituras pides un poco de agua. En lugar de ello te dan vinagre e hiel. La agonía se prolonga y los hombres van desfilando junto a la cruz. “Si ha salvado a otros, que se baje de la cruz y entonces creeremos en él”. De nuevo aparece Satanás, como en las tentaciones, pero esta vez con un rostro concreto. Cuantas veces nos reímos del indefenso, del que está clavado en la cruz, del que no puede defenderse… lo que no nos atrevemos a decirle a los poderosos de este mundo se lo decimos a los crucificados, a los que tienen las manos atadas y no pueden hacer nada… Que fácil es reírse del humillado, hacerse fuerte frente al abandonado y al frágil. Lo difícil es lo que tú haces, soportar con paciencia los insultos y las risas en vez de demostrar abiertamente tu divinidad… Al pie de la cruz se reparten tu túnica, se juegan a suertes la única posesión material que te queda… ya nos habías dicho que «el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza»… ahora solo te queda la cruz, a la que estás pegado y bien sujeto para que no huyas… El Dueño de toda la creación no tiene nada material, ni siquiera un poco de agua con el que saciar la angustia…
Tengo sed, dice el que había convertido el agua en vino en Caná. Cuanto daría él en ese momento por un poco de agua con el que refrescar la boca seca y el cuerpo deshidratado por tantas heridas… Para nosotros la sed hoy ya no es una necesidad primaria. Basta abrir un grifo o entrar en un bar y pedir un poco de agua o de cualquier otro líquido para calmarla. Y sin embargo, para un tercio del mundo el agua sigue siendo cuestión de vida o muerte. En muchos pueblos de África , Asia o Sudamérica no hay grifos, hay charcos llenos de agua enlodada que son un vivero de enfermedades mortales. También ellos tienen sed, y hambre, no solo física sino también hambre y sed de la justicia, como nos dijiste tú en las bienaventuranzas. Tu sed es la sed de los pobres de este mundo, de aquellos que sufren por una riqueza mal repartida, de aquellos que nacen condenados a morir en la más absoluta de las miserias por culpa de los caprichos de unos cuantos poderosos…
Señor, ¡haznos tener sed de ti, sed espiritual que aparque nuestras a menudo ficticias sedes materiales…!
Sabemos que Jesús repetía un salmo judío cuando recitaba estos versículos desconcertantes. Pero no deja de ser grandioso para los cristianos que el Hijo de Dios se sienta distante de su Padre, aunque sea a través de una oración. Cristo se solidariza con todos los abandonados de este mundo, con aquellos que viven en la lejanía de Dios. Con los enfermos que no entienden con su sufrimiento, con los que han perdido un ser querido y no lo entienden, con los que viven angustiados o sin sentido en sus vidas, con aquellos que creen que son fruto del azar y no de una voluntad amorosa de Dios. Con los que mueren victimas de las guerras, de los accidentes, de la droga, del terrorismo, de enfermedades incurables…
Con todos ellos, Cristo eleva al cielo esta oración: ¿Dios mío donde estás? Hay veces que no te vemos, que no te sentimos, aunque presentimos que estás ahí. La oración no es una negación de Dios, como algunos apuntan. Es más bien un no entender la voluntad de Dios, especialmente cuando esta produce sufrimiento e incomprensión. Cristo no dijo: Dios, no existes… sino ¿Por qué me has abandonado?, ¿Porqué he tenido que sufrir hasta límites insospechados?, ¿por qué no ha sido posible la salvación de otra manera…?. En el fondo es una continuación de aquella oración que había realizado hacía poco en Getsemaní entre sangre, sudor y lágrimas: Padre, si es posible, que pase de mí este Cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya…
La voluntad de Dios es a veces oculta a las mentes de los hombres. Qué gran verdad es esa de que Dios escribe derecho con renglones torcidos, o aquello del Salmo en boca de Dios: “Mis caminos no son vuestros caminos ni mis planes son vuestros planes…”. Normalmente no percibimos los planes de Dios hasta que pasa un tiempo en nuestras vidas. Los sufrimientos nos curten, las decepciones nos hacen fuertes, las crisis nos ayudan… pero en el momento de la tormenta lo único que vemos es que la barca se hunde. Nos falta esa visión global que Dios tiene para relativizar los tiempos, para darnos cuenta de que, aunque aparentemente dormido, Dios está atento a nuestras necesidades y viene a socorrernos cuando ya no podemos más… Hoy son muchos los que se sienten abandonados por Dios. Los que ya no creen en él. Los que se ríen de él. Los que piensan que es mejor vivir disfrutando el presente ajenos a un Dios que no sufrir un poco en esta vida como prueba para ser hallados dignos de Dios.
San Pablo dice que la Pasión de Cristo aún debe ser completada. ¿Qué le falta a los latigazos a los clavos, a la corona, a los salivazos, a las bofetadas, a las risas, a la soledad y a la humillación de Cristo? Pues le falta nuestros sufrimientos. Cristo no sufrió sólo para sí sino para todos los hombres. Nuestras cruces descansan en la de Cristo. Lo seguimos negándonos a nosotros mismos, cargando con nuestra cruz de cada día y siguiéndole. Y si le seguimos el no nos deja solos con nuestras cruces. El se convierte en Cireneo que nos ayuda a soportar nuestro yugo llevadero y nuestra carga ligera. Al lado de su cruz nuestros sufrimientos son más llevaderos. Cristo es nuestro consuelo y nuestra fuerza. Por eso a los mártires no les importaba morir por Cristo. Ni leones, ni cruces, ni parrillas, ni flechas podían asustarles. Porque sabían que Dios no abandona nunca. Que después de la cruz viene la resurrección, que del árbol seco del castigo brota un renuevo de nueva vida.
Jesucristo, ¡líbranos de vernos abandonados por ti, que siempre sintamos tu presencia protectora y que nos des sabiduría para apreciar y aceptar la voluntad de Dios en nuestras vidas!

PARA LEER: |
En la Cruz, el Hijo puede derramar su sufrimiento en el corazón de la Madre. Todo hijo que sufre siente esta necesidad. También vosotros, queridos jóvenes, os enfrentáis al sufrimiento: la soledad, los fracasos y las desilusiones en vuestra vida personal; las dificultades para adaptarse al mundo de los adultos y a la vida profesional; las separaciones y los lutos en vuestras familias; la violencia de las guerras y la muerte de los inocentes. Pero sabed que en los momentos difíciles, que no faltan en la vida de cada uno, no estáis solos: como a Juan al pie de la Cruz, Jesús nos entrega también a vosotros su Madre, para que os conforte con su ternura.Mensaje del Papa con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud 2003 |
Una promesa que muchas gentes tienen que oír hoy. En cruces injustas, en cruces pesadas; en realidades atravesadas por el dolor, la soledad, la duda, la incomprensión o el llanto… ¿cómo sonarán esas palabras, dichas desde la confianza de quien no tiene por qué mentir? Hoy estarás conmigo en el paraíso.
Hoy, porque los cambios, la nueva creación, la humanidad reconciliada, no tiene que esperar más. HOY, ahora, ya…tal vez si no llega ese hoy es por tanta gente que no decide, no opta, espera sentada…
Conmigo… ¿Contigo? Tengo que conocerte mejor, pues ese “conmigo” me suena a promesa y despierta ecos de una plenitud que no termino de entender.
En el paraíso… que no es un mítico edén, sino ese lugar en el que no habrá más llantos, en que las lanzas serán podaderas, el niño y el león jugarán juntos, habrá paz…
Es difícil perdonar. El dolor, el orgullo, la propia dignidad, cuando es violentada, grita pidiendo “justicia”, buscando “reparación”, exigiendo “venganza”… pero, ¿perdón ?
Me sorprendes, Dios bueno, en esa cruz… porque eres capaz de seguir viendo humanidad en tus verdugos. Porque eres capaz de seguir creyendo que hay esperanza para quien clava en una cruz a su semejante. Porque, esta palabra de perdón, dicha desde un madero, es sobre todo una declaración eterna: el hombre, todo hombre y mujer, todo ser humano, conserva su capacidad de amar en las circunstancias más adversas. Y todo ser humano, hasta el que es capaz de las acciones más abyectas, sigue teniendo un germen de humanidad que permite que haya esperanza para él.
Y atreverse a verlo es hermoso.
PARA LEER: |
Yo sé bien que quienes odian tienen buenas razones para ello.
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