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El Adviento es el tiempo que se nos da para acoger al Señor que viene a nuestro encuentro, también para verificar nuestro deseo de Dios, para mirar hacia adelante y prepararnos para el regreso de Cristo.
Él regresará a nosotros en la fiesta de Navidad, cuando haremos memoria de su venida histórica en la humildad de la condición humana; pero Él viene dentro de nosotros cada vez que estamos dispuestos a recibirlo, y vendrá de nuevo al final de los tiempos «para juzgar a los vivos y a los muertos». Por eso debemos estar siempre alerta y esperar al Señor con la esperanza de encontrarlo.
La persona que está atenta es la que, en el ruido del mundo, no se deja llevar por la distracción o la superficialidad, sino que vive de modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás. Con esta actitud nos damos cuenta de las lágrimas y las necesidades del prójimo, y podemos percibir también sus capacidades y sus cualidades humanas y espirituales.
La persona mira después al mundo, tratando de contrarrestar la indiferencia y la crueldad que hay en él y alegrándose de los tesoros de belleza que también existen y que deben ser custodiados. Se trata de tener una mirada de comprensión para reconocer tanto las miserias y las pobrezas de los individuos y de la sociedad, como para reconocer la riqueza escondida en las pequeñas cosas de cada día, precisamente allí donde el Señor nos ha colocado.
«Hermano mio, no te importe mucho quién está por ti o contra ti.
Busca y procura simplemente que Dios esté contigo en todo lo que haces. Ten buena conciencia y Dios te defenderá. Aquél a quien Dios quiera ayudar no le podrá dañar la malicia de cualquiera. Si tú sabes callar y sufrir, sin duda verás el favor de Dios. Él sabe el tiempo y modo de librarte, y por eso te debes ofrecer a Él. A Dios corresponde ayudar y librar de toda confusión«.Tomás de Kempis
La Biblia es fuerza
Para Santa Teresita la Biblia tiene una tercera dimensión: es fuerza que nos hace experimentar a Dios. La Biblia no contiene solamente un mensaje que se capta con la razón. Es también fuerza, consolación, buena noticia, que se percibe con el corazón. En la Biblia se revela la presencia liberadora y consoladora de Dios. Esta convicción de fe es fuente de fortaleza y de consuelo en medio de las luchas de la vida.
Santa Teresita toma la Biblia, «pidiendo a Dios que me consolase, que el mismo me respondiera» (CA 21/26.5.11). Nos confiesa que el Evangelio «la sustenta durante la oración» y que cuando se ve impotente la Sagrada Escritura «viene en mi ayuda» (Ms A 83v).
Cuando descubre «el ascensor» en dos textos del Antiguo Testamento nos confiesa: «nunca palabras tan hermosas y melodiosas alegraron mi alma» (Ms C 3r); y cuando encuentra un texto en la primera carta a los corintios que colma sus deseos y responde a su búsqueda exclama: «Podía, por fin descansar» (Ms B 3v).
La terminología usada por la santa nos ayuda a entender su experiencia de la fuerza de la Biblia. La Palabra la sustenta, le ayuda, le provoca gozo indecible, le ofrece descanso.
Estoy contra de ti, que no te encuentro,
que no te sé buscar, que busco afuera,
y estás veraz, tan hondo en mi ceguera,
tan cerca estás de mí, Señor, tan dentro.
Te busco desde aquí, desde mi centro,
porque no sé buscar de otra manera,
herido, a dentelladas, como fiera
que soy, hasta llegar a tu epicentro.
La Biblia, evento presente
Para santa Teresa de Lisieux el Evangelio no es sólo historia pasada. Es también evento que se actualiza en su vida y en la de los demás. Contemplando a Jesús en el Evangelio descubre que las situaciones que él vivió, sus palabras y sus sentimientos, se repiten misteriosamente en su propia historia. Detrás de esta intuición está su firme convicción que Jesús está presente en su vida y que todo lo suyo, lo que dijo y lo que hizo, no es solamente un recuerdo sino una realidad permanente que adquiere vida en la existencia de cada creyente.
Su lectura del Evangelio alcanza un punto culminante cuando, a través de su respuesta de fe, la historia de Jesús se hace presente en la suya, y las dos terminan por fundirse e identificarse. Basta pensar en muchas escenas del Evangelio de Juan, que para Teresa se hacen presente en su vida: las bodas de Caná, el discípulo amado recostado sobre el pecho de Jesús, la unción de María en Betania, etc.
Santa Teresa de Lisieux ha puesto de manifiesto en su lectura bíblica tres dimensiones de la Escritura: la Biblia es luz, que nos permite conducirnos mejor por la vida; la Biblia es evento, que se hace presente en nuestra vida; la Biblia es una fuerza, que nos hace experimentar la presencia de Dios.
La Biblia es luz
Teresa se acerca al Evangelio, a partir de las múltiples situaciones de la vida, con la certeza de encontrar siempre en él la luz necesaria: «Lo que me sustenta durante la oración, por encima de todo es el Evangelio. En él encuentro todo lo que necesita mi pobre alma. En él descubro de continuo nuevas luces y sentidos ocultos y misteriosos» (Ms A 83v).
Santa Teresita no ha inventado el Evangelio. El Evangelio ya existía y siempre es el mismo. Lo que ella nos ha recordado es que el Evangelio es todo. Que el Evangelio basta.
Por otra parte, a medida que su vida espiritual va madurando y van apareciendo en el horizonte nuevas situaciones y exigencias, va descubriendo en el único Evangelio, «nuevas luces y sentidos ocultos», al ritmo de la vida. Nos confiesa: «Jesús me guía momento a momento y me inspira lo que debo decir o hacer». Justo en el momento en que las necesito, descubro luces en las que hasta entones no me había fijado» (Ms A 83v).
“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (Gaudium et Spes, 1)
Abiertos a la humanidad
Dios está en permanente éxodo hacia la humanidad. La Encarnación es el increíble hecho por el que Dios, en Jesús de Nazaret, quiso hacerse carne de nuestra carne e historia de nuestra historia. Por ello, nada humano es ajeno a la oración. Todo ha sido tocado por la mano del Amado, todo ha sido revestido de su hermosura.
Para orar no es indiferente la forma de vivir y de colocarse ante los demás. No todo da igual. Todo tiene cabida en nuestro mundo, pero hay formas de vivir y, por tanto de orar, que no tienen salida. “Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre” (Is 1,15).
Santa Teresa no se coloca ni ora al margen de lo que está pasando en el mundo de su tiempo: guerras de religión, persecución religiosa, millones de personas que no conocen a Jesús, hombres y mujeres que buscan a tientas el rostro de Dios… (Camino 1,2). Vive un apasionamiento por la humanidad, por la Iglesia. Se le mete dentro una historia, a la que mira con misericordia porque misericordioso es el Padre (cf. Lc 6,36)
¿Tiene algo que ver lo que está pasando en el mundo, o mejor, lo que les está pasando a los hermanos más necesitados con tu vida de oración?
Una de la devociones más hermosas que la Iglesia Católica ha fomentado y que ha echado raíces en el corazón de tantos pueblos del mundo entero es la adoración del Santísimo o contemplación de Jesús Eucaristía, un acto de fe que permite un conocimiento gratuito de Cristo y un adentrarse en los sentimientos de su corazón.
Conocer a Cristo significa encontrarnos con él. Así es cómo conocemos a las personas. Hay diferencia entre saber de alguien y conocerlo. Esto último sólo es posible cuando nos hemos encontrado personalmente con él. ¡Cuántas personas consagradas se han especializado hoy en toda clase de saberes, pero apenas conocen a Cristo! No han tenido tiempo para ello por lo que difícilmente van a poder comunicar lo que no han conseguido aprender. ¡Nadie da lo que no tiene!
Ciertamente este conocimiento de Cristo no nos lo puede transmitir en último extremo ni la reflexión, ni la meditación. Es, como en el caso del Espíritu, puro don de Dios que tenemos que pedir.
“¿Por qué no puedo acompañarte ahora? Daré mi vida por ti”. (Jn 13,37)
Yo sé que mi fe tiene sombras, lo sé.
Yo sé que mi amor tiene sombras, también lo sé.
Yo sé que mi esperanza tiene sombras, claro que lo sé.
Y mi ternura, también tiene sombras.
Mi tierra es tierra de penumbras.
¿De donde vienen mis desencuentros contigo, Señor?
Quiero dar mi vida por ti y no puedo. Te lo digo, pero no es verdad.
¿Cómo despojarme de mis sombras e ir a ti, desnudo, como tú?
Enséñame tú, que te despojaste de todo y nos los diste todo.
Mis sombras, para ti. Tu luz, para mí.
¡Qué admirable intercambio! Sin ti no puedo nada.
Desde lo hondo de todas mis ausencias, te invoco, Señor.
Desde lo hondo de mis desesperanzas, te invoco, Señor.
Desde lo hondo de mi desconcierto, te suplico, Señor.
Desde lo hondo de mi fracaso, te grito, Señor.
Desde lo hondo de mi pobreza, alzo las manos hacia ti, Señor.
Desde lo hondo de mi soledad, ten piedad de mí, Señor.
Desde lo hondo de mi pecado, ten misericordia de mí, Señor.
Desde lo hondo de la nada, me abro a tu palabra que crea el ser.
El libro-entrevista Luz del mundo recoge respuestas francas de Benedicto XVI al periodista Peter Seewald sobre el Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos. La conversación ofrece claves sobre los retos de la sociedad actual y la fe y la crisis de la Iglesia. También aclara numerosas cuestiones en torno a cuestiones concretas.
El periodista que realizó el libro-entrevista, el alemán Peter Seewald, destaca en el prefacio del libro que “nunca antes en la historia de la Iglesia un pontífice había respondido preguntas en la forma de una entrevista directa y personal”.
Para el periodista, “cuando se le escucha de ese modo y se está sentado frente a él, se percibe no sólo la precisión de su pensamiento y la esperanza que proviene de la fe, sino que se hace visible de forma especial un resplandor de la Luz del mundo, del rostro de Jesucristo, que quiere salir al encuentro de cada ser humano y no excluye a nadie”.
“En la crisis de la Iglesia, se cifra para él una enorme oportunidad, la de redescubrir lo auténticamente católico -añade Seewald-. Para él la tarea es mostrar a las personas a Dios y decirles la verdad.
El libro-entrevista de Benedicto XVI Luz del Mundo ha vendido 75.000 ejemplares en España en menos de tres semanas desde que saliera a la venta el pasado 24 de noviembre.
Presentamos a continuación algunas de las frases más destacadas del libro.
“El mayor sufrimiento del hombre le viene de su falta de visión” (Juan Pablo II)
Caminamos por esta vida dando numerosos pasos. Pasos que se suman progresivamente y que poco a poco van marcando nuestro itinerario vital. Al final de un año, podemos apreciar cuántos pasos hemos dado en nuestras vidas, cuántos de ellos han sido certeros y cuántos han sido dados sin derrotero alguno.
Cuando se nubla la meta y se difumina ante nuestra vista el fin tras el que corríamos, la ceguera del sinsentido comienza a oscurecernos. Al mirar la ribera de nuestra existencia vemos con asombro la cantidad de pasos perdidos y las huellas sin rumbo. Vemos que, muchas veces, hemos jadeado en vano, que hemos andado sin avanzar, que hemos vivido sin amor momentos tan preciosos como fugaces.
Ahora, con los pies ampollados y doloridos del trayecto recorrido en este año, es cuando comprendemos que lo importante no era el dar muchos pasos, ni la velocidad de las zancadas, sino el horizonte que quisimos conquistar con cada uno de ellos. En medio del crucero del ayer, del hoy y del futuro, percibimos con claridad la necesidad de una mirada amplia que rompa la frontera de lo inmediato y episódico.
¿A dónde vamos? Contemplando las huellas dejadas a nuestras espaldas, la respuesta, tal vez, será el no saber. Podría ser que al plantearnos esta pregunta encontremos que hemos caminado sin una meta clara haciendo de nuestras vidas un laberinto sin rumbo fijo. También podría ser que con alegría y gratitud veamos que los pasos dados están todos, o la mayoría, dirigidos al Cielo y a la eternidad.
Santa Teresa se comparó a sí misma a un castillo. Se vio como si ella y cualquier persona fuera igual que un castillo. Una imagen que en su tiempo se encontraba en cualquier pueblo y por cualquier camino. Castilla, tierra de castillos.
Cuando a los sesenta y dos años nuestra Santa se puso a escribir un libro sobre la aventura de la fe y de su intimidad personal con Dios, un libro que fuera como el retrato de su alma, comenzó diciendo que su alma y «la nuestra es como un castillo todo de diamante o muy claro cristal».
Esa imagen centró todo el argumento de su libro. Dio unidad de sentido a todas las ideas dispersas que se le fueron ocurriendo. Y como se iba a valer de las diversas estancias en que se divide un castillo por dentro, para describir los distintos espacios que uno tiene que recorrer hasta llegar a la unión con Dios, lo llamó el Libro de las Moradas o del Castillo Interior.
Ella y cualquier persona puede compararse también a un castillo, porque por dentro de sí hay como unas moradas ocupadas por quien uno sabe.
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