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Porque, Señor, yo te he visto
y quiero volverte a ver,
quiero creer.
Te vi, sí, cuando era niño
y en agua me bauticé,
y, limpio de culpa vieja,
sin verlos te pude ver.
Quiero creer.
Devuélveme aquellas puras
transparencias de aire fiel,
devuélveme aquellas niñas
de aquellos ojos de ayer.
Quiero creer.
“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (Gaudium et Spes, 1)
Abiertos a la humanidad
Dios está en permanente éxodo hacia la humanidad. La Encarnación es el increíble hecho por el que Dios, en Jesús de Nazaret, quiso hacerse carne de nuestra carne e historia de nuestra historia. Por ello, nada humano es ajeno a la oración. Todo ha sido tocado por la mano del Amado, todo ha sido revestido de su hermosura.
Para orar no es indiferente la forma de vivir y de colocarse ante los demás. No todo da igual. Todo tiene cabida en nuestro mundo, pero hay formas de vivir y, por tanto de orar, que no tienen salida. “Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre” (Is 1,15).
Santa Teresa no se coloca ni ora al margen de lo que está pasando en el mundo de su tiempo: guerras de religión, persecución religiosa, millones de personas que no conocen a Jesús, hombres y mujeres que buscan a tientas el rostro de Dios… (Camino 1,2). Vive un apasionamiento por la humanidad, por la Iglesia. Se le mete dentro una historia, a la que mira con misericordia porque misericordioso es el Padre (cf. Lc 6,36)
¿Tiene algo que ver lo que está pasando en el mundo, o mejor, lo que les está pasando a los hermanos más necesitados con tu vida de oración?
Exulten por fin los coros de los ángeles,
exulten las jerarquías del cielo,
y por la victoria de Rey tan poderoso
que las trompetas anuncien la salvación.
Goce también la tierra,
inundada de tanta claridad,
y que, radiante con el fulgor del Rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla
que cubría el orbe entero.
Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante;
resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.
Ésta es la noche
en que, por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo
son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y son agregados a los santos.
Ésta es la noche
en que, rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?
¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!
Ésta es la noche
de la que estaba escrito:
«Será la noche clara como el día,
la noche iluminada por mi gozo.»
¡Que noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano y lo divino!
¿Qué agua llena mi pozo?
Aguas agitadas por la prisa, la impaciencia, el activismo. Aguas engañosas de superficialidad, individualismo. Aguas estancadas de fe ritual, esperanza mortecina y amor sin pasión.
¿Qué sed habita dentro de mí?
Sed de cariño, de aplauso, de compañía. Tener más cosas, más poder, más prestigio. Vivir con mayor confort, mejorar mi imagen… Que se realicen mis sueños. Encontrar amigos para compartir la vida. Que Dios habite mi interior.
Con mi cántaro vacío, con mis miedos y prejuicios, con mis recelos e insatisfacciones, con mi anhelo de vida escondido en mi corazón, con mi deseo hondo de Dios, me pongo en camino hacia la fuente. Jesús me espera junto al pozo.
Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos aunque no siempre hayamos sabido reconocerte. Quédate con nosotros, porque en torno a nosotros se van haciendo más densas las sombras, y tú eres la Luz; en nuestros corazones se insinúa la desesperanza, y tú los haces arder con la certeza de la Pascua. Estamos cansados del camino, pero tú nos confortas en la fracción del pan para anunciar a nuestros hermanos que en verdad tú has resucitado y que nos has dado la misión de ser testigos de tu resurrección.
Quédate con nosotros, Señor, cuando en torno a nuestra fe católica surgen las nieblas de la duda, del cansancio o de la dificultad: tú, que eres la Verdad misma como revelador del Padre, ilumina nuestras mentes con tu Palabra; ayúdanos a sentir la belleza de creer en ti
Porque en los apóstoles Pedro y Pablo
has querido dar a tu Iglesia un motivo de alegría:
Pedro fue el primero en confesar la fe,
Pablo, el maestro insigne que la interpretó;
aquél fundó la primitiva Iglesia con el resto de Israel,
éste la extendió a todas las gentes.
De esta forma, Señor,
por caminos diversos,
ambos congregaron la única Iglesia de Cristo,
y a ambos, coronados por el martirio,
celebra hoy tu pueblo con una misma veneración.
Tarde te he amado, Belleza siempre antigua
y siempre nueva. Tarde te he amado.
Y, he aquí que tú estabas dentro y yo fuera.
Y te buscaba fuera. Desorientado, iba corriendo
tras esas formas de belleza que tú habías creado.
Tú estabas conmigo, y yo no estaba contigo
cuando esas cosas me retenían lejos de ti,
cosas cuyo único ser era estar en ti.
Me llamaste, me gritaste e irrumpiste
a través de mi sordera. Brillaste,
resplandeciste y acabaste con mi ceguera.
Te hiciste todo fragancia, y yo aspiré
y suspiré por ti. Te saboreé, y ahora
tengo hambre y sed de ti. Me tocaste,
y ahora deseo tu abrazo ardientemente.
San Agustín
«Jesus, remember me when you come in to your kingdom.
Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino»
Madre del Resucitado, mujer de entereza y fortaleza; Virgen de la fidelidad en medio del dolor y la muerte; lámpara que permaneciste encendida cuando muchas se apagaron; llama encendida que contagiaste ilusión; mujer valiente y orante que siempre creíste a tu Hijo.
LLENA NUESTRO CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL.
Hija del Padre que cantaste las maravillas del Dios de la historia que se pone de parte de los pobres y excluidos; mujer nunca resignada ante lo injusto y lo adverso, pero siempre dispuesta a ver en todas las cosas el paso salvador de Dios; caminante discreta que seguías los pasos de tu Señor y Mesías sin querer robar el protagonismo a los apóstoles de tu Hijo:
LLENA NUESTRA CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL.
Espejo de justicia y santidad, que no te gusta la mentira, la doblez de corazón, el disimulo, la murmuración o la envidia; trono de sabiduría que aguantas nuestros mantos y nuestras joyas, pero que encauzas nuestra generosidad hacia tus hijos más pobres; cuidadora solícita de las familias que nutres nuestros hogares de ternura y compasión; fortaleza de enfermos que sabes estar cerca de quien se le mueve los cimientos de la vida cuando aparece la enfermedad o la posible muerte.
LLENA NUESTRO CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL.
Madre de la Iglesia, que quieres que seamos comunidades abiertas, acogedoras y solícitas; que mantienes las llamas de nuestros cirios siempre encendidos…
LLENA NUESTRO CORAZÓN DE ALEGRÍA PASCUAL.
El icono de Rublyov, precioso, representa a las Tres personas de la Santísima Trinidad. Un niño contemplándolo dijo: “¡Cómo se quieren estas personas!”. Las tres personas forman un círculo de amor, que está abierto por abajo para que nos llegue a nosotros su entrega y podamos entrar en su intimidad. Dios Trinidad, o Dios Amor, se nos presenta como un amigo ante quien nos atrevemos a ser como somos. Con él respiramos libremente. Nos comprende. Podemos estar callados ante él, no pasa nada. Nos quiere. Nos protege. Podemos llorar con él, reír, cantar, amar. Allí donde estemos nos ve, nos conoce, nos ama.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: “Tú eres mi bien.” El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano. Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.
Salmo 15
Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo veré el rostro de Dios? Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Tiene sed de Dios del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al son de la cítara, Dios, Dios mío.
Salmo 41
La búsqueda de Dios es apasionada, gozosa; siempre florece en los que están enamorados de un Dios que nos ha tocado el corazón con su hermosura. Está llena de imágenes, de colorido, de frescura, de luz; está llena de vida. Muchos orantes la han convertido en un gemido vivo. San Agustín y San Juan de la Cruz nos prestan sus palabras: “Exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por Ti. Gusté de Ti, y siento hambre y sed. Me tocaste, y me abraso en tu paz”. “¿Adónde te escondiste, Amado y me dejaste con gemido? Salí tras ti corriendo…”. Si no estamos así de enamorados, digamos al menos, que nos gustaría estarlo para buscar a Dios como “busca la cierva las corrientes de agua”.
Llama al Espíritu y pídele su luz y verdad, para que te guíen en la vida de cada día. Únete a todos los enamorados de Dios y di con ellos: “Mi alma tiene sed de ti, Dios vivo”, “mi alma te busca a ti, Dios mío”. Acércate a Dios con gozo, pues es el Dios de tu alegría y cántale al son de la cítara de tu corazón.
A veces buscamos a Dios con tan pocas ganas que cualquier dificultad es un enorme impedimento que nos cierra el paso. Buscarlo hoy, cuando tanta gente está de vuelta, con pasión, con gozo, unido a los hermanos y hermanas, puede ser una aventura apasionante.
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