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“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (Gaudium et Spes, 1)
Abiertos a la humanidad
Dios está en permanente éxodo hacia la humanidad. La Encarnación es el increíble hecho por el que Dios, en Jesús de Nazaret, quiso hacerse carne de nuestra carne e historia de nuestra historia. Por ello, nada humano es ajeno a la oración. Todo ha sido tocado por la mano del Amado, todo ha sido revestido de su hermosura.
Para orar no es indiferente la forma de vivir y de colocarse ante los demás. No todo da igual. Todo tiene cabida en nuestro mundo, pero hay formas de vivir y, por tanto de orar, que no tienen salida. “Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre” (Is 1,15).
Santa Teresa no se coloca ni ora al margen de lo que está pasando en el mundo de su tiempo: guerras de religión, persecución religiosa, millones de personas que no conocen a Jesús, hombres y mujeres que buscan a tientas el rostro de Dios… (Camino 1,2). Vive un apasionamiento por la humanidad, por la Iglesia. Se le mete dentro una historia, a la que mira con misericordia porque misericordioso es el Padre (cf. Lc 6,36)
¿Tiene algo que ver lo que está pasando en el mundo, o mejor, lo que les está pasando a los hermanos más necesitados con tu vida de oración?
Santa Teresa se comparó a sí misma a un castillo. Se vio como si ella y cualquier persona fuera igual que un castillo. Una imagen que en su tiempo se encontraba en cualquier pueblo y por cualquier camino. Castilla, tierra de castillos.
Cuando a los sesenta y dos años nuestra Santa se puso a escribir un libro sobre la aventura de la fe y de su intimidad personal con Dios, un libro que fuera como el retrato de su alma, comenzó diciendo que su alma y «la nuestra es como un castillo todo de diamante o muy claro cristal».
Esa imagen centró todo el argumento de su libro. Dio unidad de sentido a todas las ideas dispersas que se le fueron ocurriendo. Y como se iba a valer de las diversas estancias en que se divide un castillo por dentro, para describir los distintos espacios que uno tiene que recorrer hasta llegar a la unión con Dios, lo llamó el Libro de las Moradas o del Castillo Interior.
Ella y cualquier persona puede compararse también a un castillo, porque por dentro de sí hay como unas moradas ocupadas por quien uno sabe.
Hirióme con una flecha
enherbolada de amor
y mi alma quedó hecha
una con su Criador;
Ya yo no quiero otro amor,
pues a mi Dios me he entregado,
y mi Amado para mí
y yo soy para mi Amado
Algunos pensamientos de Santa Teresa de Jesús:
“El crecimiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho”.
“No dejes nunca la oración. Dejar la oración es perder el camino”.
“El Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen”.
«Use siempre hacer muchos actos de amor, porque encienden y enternecen el alma».
«La perfección verdadera es amor de Dios y del prójimo».
«El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas».
«Tu deseo sea de ver a Dios; tu temor, si le has de perder; tu dolor, que no le gozas, y tu gozo, de lo que te puede llevar allá, y vivirás con gran paz».
«Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos; mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del todo».

15 de octubre. Santa Teresa de Jesús
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