Hace poco me contaron de un joven que se iba a ir como voluntario durante un mes en compañía de su novia y que había escrito una carta a un amigo diciéndole que aquello iba a ser la “prueba de fuego”. Para él era todo un riesgo la convivencia con su novia durante un mes. ¿Qué pensaría del matrimonio? Otro joven, más joven que el otro, que conocí deseaba ir como voluntario a un país en desarrollo. Su padre no le dejó porque “¿y si le pasaba algo?”.

La realidad es que nuestra capacidad de asumir riesgos es cada vez menor. Nuestro mundo, nuestra cultura, está obsesionada por la seguridad. Seguridad frente a la amenaza terrorista. Seguridad frente a los peligros de la naturaleza. Seguridad en las relaciones interpersonales. Seguridad frente a todo lo imaginable. Multiplicamos las medidas de protección hasta límites inimaginables. 

El Evangelio de hoy es todo lo contrario. Jesús invita a Pedro a salir de la seguridad de la barca y adentrarse en el mar, en lo desconocido, allí donde no tiene la seguridad de la tierra firme debajo de sus pies. Jesús invita a Pedro a arriesgarse, a saltar sin red, a confiar simplemente en la presencia y en la fuerza de Jesús. 

Fuera de la barca está Jesús que ofrece a Pedro, y a todos nosotros, una forma diferente de vivir caminando sobre las aguas. Se trata de salir de las pequeñas fronteras que nos hemos marcado, de lo habitual, de los prejuicios, de la forma común de pensar y de abrirnos a lo desconocido, al Padre de Jesús que envía su lluvia sobre todos, buenos y malos, que es compasivo y misericordioso, que nos convoca y compromete a hacer de este mundo su Reino, su familia, su casa, donde todos encuentren un lugar donde sentirse acogidos. 

No es fácil salir de lo nuestro, de nuestra casa, de lo de siempre. No es fácil asumir el riesgo de poner los pies fuera de la tierra firme, en la que nos sentimos seguros. Hay que confiar. En el fondo es una vieja historia. Ya se lo pidió Dios a Abraham, cuando le dijo: “Sal de tu tierra y vete a la tierra que yo te mostraré”. Por esa experiencia pasó el pueblo de Israel al salir de la tierra segura de Egipto (eran esclavos pero tenían seguros los ajos y las cebollas) y meterse en una peregrinación por el desierto que les llevaría a la tierra prometida. 
Hoy el Evangelio nos llama a confiar en Jesús, a salir de nuestra tierra firme, dejar de lado nuestros prejuicios y abrirnos a la vida comprometidos a formar con todos la familia de Dios, la comunidad cristiana. Hoy el Evangelio nos invita a asumir riesgos, a vivir sin temor, a relacionarnos con las manos abiertas en signo de amistad. Sin dudar, porque Jesús está con nosotros

Asumir riesgos es parte de la vida. El que sólo busca la seguridad renuncia a lo mejor de la vida. Como me dijo un sacerdote cuando era seminarista y había roto un montón de platos preparando las mesas del comedor, “sólo el que trabaja con platos los rompe”. Asumir riesgos es también asumir que nos podemos equivocar, que podemos cometer y cometeremos errores, pero es mucho mejor que quedarnos arrinconados en el fondo de la barca. Jesús no nos quiere ahí sino que nos invita a salir, a caminar sobre las aguas, a poner nuestra confianza y seguridad en él y no en nuestras ideas o fuerzas. 
 Asumir riesgos no es sólo una idea bonita. Significa, por ejemplo, asumir el riesgo de comprometerse con otro/a a formar una familia y ser testigos del amor de Dios o dedicar nuestro tiempo libre a servir a los hermanos desde una asociación o entrar en política para intentar mejorar nuestra sociedad u optar por la vida religiosa para ser testigos del Evangelio de una manera diferente. Siempre con la confianza puesta en Jesús que nos invita a salir de la barca y a ir más allá de donde nuestras fuerzas y nuestras prudencias nos aconsejarían.
 
 

 Fernando Torres